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Ni al altar ni al convento: Marie de Gournay y la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres en la Francia de Richelieu

Día de la Mujer 2025

Crispó a la sociedad conservadora, no se casó y debatió de tú a tú con Montaigne. Pionera del feminismo, Marie de Gournay abanderó la igualdad de las mujeres en el siglo XVII

Marie de Gournay en una litografía del siglo XIX

Marie de Gournay en una litografía del siglo XIX

Dominio público

“Para algunas gentes no es suficiente la preeminencia del sexo masculino, sino que pretenden confinar a las mujeres a una reclusión, inevitable y necesaria, a la rueca; sí, a la rueca”. Quien así escribía, en pleno siglo XVII, era una mujer, Marie Le Jars de Gournay, que, en sus Escritos sobre la igualdad y en defensa de las mujeres, no titubeó a la hora de enfrentarse a una sociedad que, como bien decía, relegaba a la mujer a la vida doméstica o al claustro.

Tomaba así el relevo de otras ilustres antecesoras que, desde el siglo XIV, se habían implicado en la “querelle des femmes”, el debate literario y filosófico que propugnaba el derecho de la mujer a acceder al conocimiento científico, literario y teológico.

La “fille d'aliance” de Michel de Montaigne

Marie había nacido en ʲí el 6 de octubre de 1565, en el seno de una familia de la aristocracia de Picardía. Su madre, Jeanne de Hacqueville, alentó su vocación intelectual, especialmente, tras la muerte del cabeza de familia en 1578, que la llevó a pasar auténticas penalidades para sacar adelante a sus hijos y mantener su estatus social sin estar preparada para ello.

Tal circunstancia resultó reveladora para Marie, la mayor de los hermanos, que vivió a través de su madre las dificultades con que las mujeres de su época se encontraban para prosperar por sí mismas. Formada en el estudio de los clásicos y apasionada por las ciencias, Gournay no descuidó los estudios de las humanidades. Tras leer los Ensayos de Michel de Montaigne, en 1588 se trasladó a ʲí con el fin de debatir en persona con el filósofo.

Retrato de Michel de Montaigne.

Michel de Montaigne

Dominio público

A partir de ese momento, estos entablaron una estrecha relación que sirvió para introducir a Marie en los cenáculos intelectuales de la capital francesa. Es más, en 1590 realizó una edición comentada de los Ensayos, publicada en 1599. Su mentor falleció en 1592, y, poco después, Marie escribió Le promenoir de monsieur de Montaigne, una historia ficticia de amor que firmó como “fille d’aliance” del filósofo, un término que puede interpretarse como “hija predilecta” o “prohijada”.

Una voz propia

Desde entonces, Marie no dejó de escribir. Sirviéndose por igual de la ficción, el ensayo y la poesía, porfió sobre la relación entre los sexos, reivindicó la inteligencia femenina y condenó la imposición que las mujeres sufrían de someterse a las normas sociales o familiares. Alternaba sus escritos más polémicos con la realización de obras por encargo de la corte, lo que le valió la protección del cardenal Richelieu, quien, pese a su fama de misógino, le concedió una pensión vitalicia. Ello le permitió editar sus propios textos y proseguir con su carrera literaria hasta su muerte, el 13 de julio de 1645.

Lo que singulariza a Marie de Gournay entre sus contemporáneas, o incluso entre algunas otras ilustres protofeministas como Olympe de Gouges o Mary Wollstonecraft, más directamente conectadas con las sufragistas de fines del siglo XIX, no es su edición de los Ensayos ni su obra para congraciarse con la corte, sino su tratado Escritos sobre la igualdad y en defensa de las mujeres, publicado en 1622.

Retrato de Olympe de Gouges.

Olympe de Gouges.

Dominio Público

En la línea que seguirían un siglo más tarde las damas ilustradas, la autora insistía en la necesidad de reconocer las mismas capacidades intelectuales en uno y otro sexo y, en consecuencia, en favorecer el acceso de ellas a la vida intelectual. Con frases cargadas de ironía y cierto sarcasmo, escribió: “Bienaventurado eres tú, lector, si no perteneces al sexo al que se le prohíben todos los bienes, privándole de la dicha de aprender; aquel al que se le niegan casi todas las virtudes, alejándolo de cargos, oficios y funciones públicas”.

La obra de Gournay y su consiguiente reivindicación representaron una denuncia explícita a un estado de cosas que negaba la capacidad intelectual en la mujer e incluso le achacaba una escasa solidez moral. De este modo, censuraba una realidad que impedía su progreso social y la sometía a la pretendida superioridad y la autoridad del hombre.

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Para sobrevivir, a la mujer solo le quedaba un recurso: plegarse a los usos y costumbres de su tiempo. “Veo el origen del veneno con el que me golpean –escribió– y sé que incluso podría extinguirlo si así me lo propusiera, pagando un alto precio de lo que consideraría una pérdida: moldearme totalmente al gusto de estas gentes para reprimir sus condenas”.

Decidida a demostrar las capacidades de la mujer, Marie de Gournay recurría en sus discursos a los grandes nombres femeninos de la historia o de la Biblia, con cuyas biografías ejemplarizaba la valía de la condición femenina. Así, reclamaba mayores oportunidades para que sus congéneres recibieran una amplia formación cultural y académica, en el convencimiento de que “estrictamente hablando, el ser humano no es ni masculino ni femenino: los sexos distintos no están ahí para establecer y señalar una diferencia, sino que sirven solamente para la reproducción. La única característica esencial radica en el alma dotada de inteligencia, y esta la poseen por igual hombres y mujeres”.

La larga lucha por la igualdad

Siguiendo esa tesis, Marie escribió en 1626 Agravio de damas, donde clamó contra la falta de reconocimiento al talento femenino, con frases como: “Más de uno dice treinta tonterías y todavía triunfa por el único mérito de lucir barba”. Más tarde, en 1641, publicó La vida de la doncella de Gournay (1641), en la que revisitaba un relato autobiográfico publicado en 1616.

En su momento, aquel libro había levantado una enorme polvareda en los sectores conservadores, que la acusaron de ofender los principios sagrados, al pretender un nuevo estatus social para la mujer, e incluso la tacharon de liviana por negarse a contraer matrimonio o por su relación intelectual con Montaigne.

En 1641, su situación había cambiado. Posiblemente ya no era necesario reivindicar su persona, ya que, al final de su vida, sus capacidades intelectuales habían sido plenamente reconocidas. Pese a gozar de una cierta situación de privilegio, Marie fue generosa con sus congéneres e insistió en el debate, en pro de conseguir una sociedad más igualitaria para hombres y mujeres. Una batalla que no se ganaría en Occidente hasta cuatro siglos más tarde. Sin duda, Marie contribuyó a esa victoria, y también otras muchas voces femeninas que siguieron su estela.

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