El Siglo de Oro español tiene mala prensa. Nuestros antepasados de aquella época sería un hatajo de fanáticos, siempre obsesionados con el honor y dispuestos a chamuscar al prójimo en las hogueras del Santo Oficio por cualquier trivialidad. Pero… ¿y si resultara que, en realidad, los españoles de aquel tiempo fueran más progresistas de lo que nos imaginamos?
Aquella era una sociedad estamental. No se podía pasar, sobre el papel, de un grupo a otro de jerarquía superior. Decimos “sobre el papel” porque la práctica era bastante más laxa y siempre se podían inventar genealogías para demostrar que se pertenecía, en realidad, a un buen linaje. Sin embargo, más allá de la manía demostrar que uno procedía de los godos, es posible detectar ideas igualitarias que cuestionaban el orden establecido. En el Quijote, en el célebre episodio de las bodas de Camacho, es el pobre el que, gracias a un ardid de su ingenio, le quita la novia al rico. Como si la literatura quisiera compensar con este tipo de relatos los desequilibrios de la vida real.

La escena de las bodas de Camacho del 'Quijote', por José Moreno Carbonero
No es el único ejemplo. Lope de Vega, en su teatro, también se pone del lado de los que menos tienen. Por eso, Casilda rechaza el acoso del comendador de Ocaña. Prefiere a un pretendiente humilde al que de verdad ama: “Más quiero yo a Peribáñez con su capa la pardilla que al comendador de Ocaña con la suya guarnecida”.
En Calderón de la Barca encontramos otra reivindicación de la dignidad del pueblo llano. Así, cuando un militar engreído le pregunta a Juan Crespo, el hijo del alcalde de Zalamea, que reputación tiene un villano, es decir, un campesino, el joven responde de inmediato: “Aquella misma que vos, que no hubiera un capitán si no hubiera un labrador”. Es difícil decir más con menos palabras. Se afirma, por un lado, que nadie es más que nadie. Se proclama también que los poderosos existen porque hay mucha gente anónima que se ocupa de hacer el trabajo duro.

Calderón de la Barca.
Calderón sabía perfectamente que para mantener a los militares hacía falta que alguien pagara impuestos. Solo que en aquel tiempo no se había inventado aún aquello de “Hacienda somos todos”. Los nobles y eclesiásticos, por ley, se libraban de la molestia de tener que rascarse el bolsillo.
En otro momento de El Alcalde de Zalamea, Calderón no duda en poner límites a la autoridad real. Ni siquiera el monarca, con todo su poder, tiene legitimidad para ofender a las gentes sencillas, poseedoras del mismo derecho a la respetabilidad que los encumbrados: “Al rey la hacienda y la vida se le ha de dar, pero el honor es patrimonio del alma y el alma solo es Dios”.
Curiosamente, para Calderón, las fuerzas armadas constituían un espacio donde se anulaban las diferencias de estatus social. Contaba, a su juicio, el mérito, no el nacimiento en una alta cuna: “Ese ejército que ves (…) la república mejor y más política es del mundo, en que nadie espere que ser preferido pueda por la nobleza que hereda, sino por la que él adquiere”. La nobleza, desde esta óptica, sería algo que se gana con los hechos. Es significativo que el dramaturgo ponga la igualdad como característica distintiva de lo que ha de ser el ideal de república, término que en ese contexto significa estado.
Por tanto, a la luz de este tipo de principios, si los de arriba se extralimitan, los de abajo tienen derecho a rebelarse y ponerle en su sitio. Cuando el pueblo de Fuenteovejuna, en la famosa obra de Lope, mata al comendador por su comportamiento despótico, lo suyo no es un crimen, sino un acto de justica popular. El rey, finalmente, dará la razón a los rebeldes.

El comendador en 'Fuente Ovejuna'. Ivan Bilibin. 1911
Hubo quien fue más lejos aún. Para el padre Mariana, de la Compañía de Jesús, existía el derecho al tiranicidio, a matar al soberano injusto cuando no existían otros caminos contra el mal gobierno.
Los españoles de la época no eran robots que siguieran ciegamente los dictados del soberano y de la Iglesia. Contaban con un criterio propio. De ahí que podamos encontrar casos de oposición al imperialismo en Europa. Había quien pensaba que, si los holandeses deseaban ser herejes, que lo fueran y se condenaran. España no tenía por qué gastar sus recursos humanos y materiales en intentar que retornaran al redil.
En cuanto a las relaciones de género, podemos encontramos con ciertas sorpresas. Cervantes, en el Quijote, presenta a la pastora Marcela, un personaje que ha sido interpretado en términos feministas. Grisóstomo, enamorado de ella por su belleza, se quita la vida por no ser correspondido. Cuando la culpan por su supuesta crueldad, Marcela replica que nunca dio esperanzas al difunto. No tenía ninguna obligación hacia él. Si ella, en lugar de ser hermosa, hubiera sido fea, ¿tendría derecho a quejarse si un hombre no la amara? Pues lo mismo debía aplicarse a sus enamorados. En contraste con los estereotipos de su tiempo, su defensa de la autonomía propia es radical: “Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de estos campos”.
Por estos y otros aspectos, el Siglo de Oro, por extraño que parezca a primera vista, puede también ser algo próximo a nosotros. Existía una corriente inconformista que vale la pena investigar.