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La Conspiración de la pólvora: ¿hubo apoyo español a la causa de Guy Fawkes?

Terror en Londres

Fawkes, nacido hace 450 años, proyectó con un grupo de correligionarios matar al rey de Inglaterra y volar el Parlamento para instigar una rebelión católica

Un grabado contemporáneo que retrata a ocho de los trece conspiradores, elaborado por Crispijn van de Passe. Fawkes es el tercero por la derecha

Un grabado contemporáneo que retrata a ocho de los trece conspiradores, elaborado por Crispijn van de Passe. Fawkes es el tercero por la derecha

Dominio público

Medianoche del lunes 4 de noviembre de 1605. En los sótanos del Parlamento inglés, un hombre solitario, alto y fornido maneja fusibles y pólvora. Su nombre es Guy Fawkes, o Guido, como se le conoció durante su juventud en Flandes, donde llegó a ascender a alférez de los tercios españoles.

De repente, Fawkes oye pasos fuertes, al estilo militar, y voces roncas de mando. ¿Lo han descubierto? Los goznes rechinan, la puerta se abre. Los guardias encuentran a Fawkes entre montones de leña, que esconden los treinta y seis barriles de pólvora que un grupo de conspiradores ha almacenado allí.

'Descubrimiento de la Conspiración de la pólvora' (c. 1823), por Henry Perronet Briggs

'Descubrimiento de la Conspiración de la pólvora' (c. 1823), por Henry Perronet Briggs

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¿El objetivo? Hacerlos explotar, matando a gran parte de los asistentes a la apertura del Parlamento, que tendría lugar al día siguiente en presencia del rey Jacobo I. Fawkes es detenido y encadenado. La Conspiración de la pólvora –Gunpowder Plot– ha fracasado.

Las autoridades no solo salvan la vida de centenares de parlamentarios, junto con las del rey y su familia, sino también las de miles de ciudadanos londinenses que viven en los alrededores, por no mencionar los cuantiosos destrozos que habría provocado en la ciudad la explosión de tan inmensa cantidad de pólvora.

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Para Fawkes y sus colaboradores, aquel momento supone el fin de sus esperanzas de instaurar un régimen que devuelva a Inglaterra al mundo católico, así como una muerte cruel a manos del verdugo público. La fecha marca el comienzo de una celebración anual en Inglaterra que ha perdurado hasta el día de hoy.

Católicos y anglicanos

Isabel I había instaurado la Iglesia anglicana, de la que ella era jefa y a cuyos oficios era obligado asistir. Sin embargo, en 1570, el papa emitió una bula según la cual los católicos ingleses ya no le debían lealtad a Isabel, y los consejeros del trono temieron que algún fanático asesinase a la reina.

La llegada secreta de jesuitas a la isla, con el propósito de ofrecer confesión, misa y comunión a quienes seguían observando el catolicismo, derivó en registros de estilo policíaco para localizarlos, bajo la sospecha de estar actuando como agentes de España.

El retrato Ditchley de Isabel I

El conocido como retrato Ditchley de Isabel I de Inglaterra, por Marcus Gheeraerts el Joven

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Al fallecer Isabel en 1603, la sucedió Jacobo VI de Escocia, quien reinó en Inglaterra como Jacobo I. Este apoyaba la Iglesia anglicana, pero ambicionaba establecer la paz con España después de largos años de conflicto. Así, los católicos ingleses esperaban cierta tolerancia por su parte. Sin embargo, la fuerte oposición general a ofrecer concesiones a los católicos convenció al rey de que lo mejor era seguir con las mismas restricciones.

En esa tesitura, se formó un grupo de católicos dispuestos a realizar alguna acción violenta y espectacular para destruir a la clase dirigente inglesa y asesinar al rey. Su plan era arrasar, mediante una enorme explosión de pólvora, las dos Cámaras del Parlamento.

El soplo que cambió la historia

Encabezaba la conspiración Robert Catesby, un católico militante, aunque Guy Fawkes sea el individuo cuyo nombre se cita siempre en relación con este complot. Fawkes era uno de aquellos católicos ingleses que habían trazado su carrera militar en los Países Bajos, donde, al servicio de España, había defendido su fe contra los herejes protestantes. Considerando su experiencia, fue a él a quien se encargó el cuidado de la pólvora con el fin de hacerla explotar provocando el mayor daño posible.

Entre los conspiradores, había alguien relacionado con lord Monteagle, un miembro católico de la Cámara de los Lores. Este personaje, cuya identidad sigue siendo desconocida, envió un mensaje a Monteagle, advirtiéndole de que no acudiera al Parlamento el día de la apertura de la sesión.

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El destinatario dio parte del mensaje a los altos funcionarios del Parlamento, que, encabezados por Robert Cecil, secretario de Estado y responsable de la seguridad personal del rey, registraron los sótanos. En la medianoche del 4 de noviembre, descubrieron una estancia que los conspiradores habían alquilado, exactamente debajo de la Cámara de los Lores. Fawkes había depositado en ella treinta y seis barriles de pólvora escondidos tras varias pilas de leña.

La madrugada siguiente a su captura, Fawkes y el rey se vieron las caras en el dormitorio real, donde Jacobo I presidía una reunión de urgencia con su consejo privado. Al preguntarle el rey cómo se le había ocurrido llevar a cabo un acto tan traidor, el encadenado y muy contusionado Fawkes contestó enérgicamente que una enfermedad tan grave como la persecución de los católicos ingleses exigía un remedio igualmente imponente. Incluso declaró que le hubiera gustado ver al rey propulsado hasta su Escocia natal por la fuerza de la explosión.

Guy Fawkes ante el rey Jacobo I

Guy Fawkes ante el rey Jacobo I

The Print Collector/Getty Images

Tortura y horca

El resto de conspiradores no tardó en enterarse del fracaso. Algunos huyeron al centro de Inglaterra, donde esperaban acogerse a la protección de familias católicas. El día 8 los perseguidores lograron detener a varios de ellos, en tanto que Catesby, los hermanos Wright y otro del grupo cayeron en una refriega.

A Fawkes y a Wintour se les sometió al tormento del potro hasta que confesaron los detalles de la conspiración y la identidad de los otros participantes. El 27 de enero de 1606 se celebró el juicio contra los supervivientes, que, acusados de traición, admitieron su culpa. Todos recibieron la pena capital.

El día 31 se ajustició a Wintour, Fawkes y dos más del grupo. A Guy hubo que ayudarlo a subir al cadalso por el tormento que había sufrido con anterioridad. Antes de que el verdugo le anudara la soga, arengó a los espectadores: en el futuro, gritó, un católico no debería recurrir a tal nivel de violencia. Acto seguido, se ejecutó la pena de la forma más cruel posible, colgando a las víctimas de la horca hasta que estuvieron a punto de morir, bajándoles luego y descuartizándolos mientras seguían respirando. Era el destino que aguardaba a los traidores.

Guy Fawkes, instantes antes de su ejecución

Guy Fawkes, instantes antes de su ejecución

Hulton Archive/Getty Images

A su vez, se puso en marcha una redada contra sacerdotes católicos, a quienes se presuponía instigadores de la conspiración. Fue detenido Henry Garnett, superior de los jesuitas en Inglaterra, que en realidad se oponía al empleo de la violencia como medio para que el catolicismo fuera tolerado. Sin embargo, estaba al tanto del proyecto por boca de otro jesuita que lo había oído bajo secreto de confesión, de modo que ninguno de los dos sacerdotes pudo revelarlo.

Garnett había suplicado a Catesby que abandonara sus planes. Si sus superiores en Roma hubieran conocido la naturaleza de ese ataque indiscriminado, es posible que hubiesen amenazado con excomulgar a los conspiradores, quienes, probablemente, creían obrar con la aprobación divina. A la postre, Garnett sufrió la misma pena que los implicados.

Retrato de Henry Garnet

Retrato de Henry Garnet

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Lo cierto es que las acciones de estos tuvieron el efecto contrario al deseado, ya que alentaron aún más el anticatolicismo en Inglaterra, así como la creencia generalizada de que todo católico era un traidor. De ahí que el Parlamento aprobara una serie de severas leyes anticatólicas.

Preguntas sin respuesta

En los últimos años, los historiadores han planteado numerosas dudas acerca de la Conspiración de la pólvora. Por ejemplo, ¿quién envió la carta a lord Monteagle advirtiéndole de que no acudiera al Parlamento? Se ha sugerido incluso que la conjura pudo ser una especie de provocación ideada por Robert Cecil, jefe del servicio secreto, para justificar la erradicación de la oposición católica.

Otra cuestión se refiere a la responsabilidad de los sacerdotes católicos que, cuando menos, sospecharon que algo muy grande iba a tener lugar. ¿Hasta qué punto justificaron moralmente la muerte de tantas personas? Esto es, ¿sintieron los conspiradores que su atrocidad estaba rodeada de cierto olor de santidad, porque conduciría a un bien mayor?

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Los jesuitas con quienes se confesaron, ¿debieron negarles la absolución si no declaraban sin reservas que no usarían la violencia para conseguir su fin, por justo que este fuera? Al fin, los conspiradores sufrieron una muerte cruel, convencidos de ser mártires, cuando, en realidad, habrían sido unos asesinos indiscriminados.

Al menos desde 1588, año de la Armada Invencible, Inglaterra había temido el peligro de una invasión española, un temor justificado por la cercanía de las fuerzas del enemigo en Flandes. Para Madrid, el apoyo de Inglaterra a los holandeses rebeldes resultaba intolerable, por lo que cabe preguntarse si España había prometido ayudar a los católicos ingleses en caso de que estos se sublevaran.

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Hispalois / CC BY-SA 4.0

Lo cierto es que Thomas Wintour, uno de los conspiradores, había viajado a España en 1601 para pedir dinero con que financiar un alzamiento católico cuando tuviera lugar la esperada invasión de Inglaterra por fuerzas españolas. Fawkes, por su parte, redactó un memorándum en el que insistía en que Jacobo I no deseaba la paz con España, cuando la paz era justo lo que el rey buscaba.

A pesar de que España había sufrido un sonoro fracaso en 1601, cuando sus tropas desembarcaron en el puerto de Kinsale para apoyar a los rebeldes católicos irlandeses, parece que Madrid respondió favorablemente a las peticiones de ayuda de Wintour y Fawkes, pero solo una vez sucediera la prometida sublevación católica en Inglaterra.

En el verano de 1603, Juan de Tassis encabezó la delegación española que acudió a Londres para poner fin a la guerra, en línea con los deseos de Jacobo I, que había heredado el conflicto de Isabel I. El Tratado de Londres se firmó el 28 de agosto de 1604, y la paz señaló la llegada de un embajador español que permitió que en la capilla de la embajada se celebrase misa. Los católicos que vivían en Londres podían confesar y comulgar en ella sin temor a ser detenidos, multados ni encarcelados.

Tras el fracaso de la conspiración, Juan de Tassis subrayó que no había existido posibilidad alguna de una insurrección católica inglesa y consideró exagerada la hipotética ayuda que los católicos ingleses hubiesen dispensado al ejército español que desembarcara en aquellas costas. En fin, el 5 de noviembre de 1605 fue una fecha cuando menos mal escogida para llevar a cabo un acto de tal envergadura como la Conspiración de la pólvora.

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