El contexto
Guerra y paz no eran m谩s que sin贸nimos de dominio y sumisi贸n a principios del siglo XX, como probablemente lo hab铆an sido a lo largo de toda la historia de la humanidad. La diferencia sustancial fue analizar el fen贸meno desde el novedoso prisma de la psicolog铆a, una ciencia que apenas empezaba a despuntar a la luz de los estudios de Sigmund Freud y de la Asociaci贸n Psicol贸gica de Viena.
Es lo que hizo la italiana Maria Montessori, primera mujer en ejercer la medicina en su pa铆s tras estudiar ingenier铆a, biolog铆a, antes de adentrarse en la antropolog铆a, la filosof铆a y la psicolog铆a experimental. Todo ello antes de arrancar el convulso siglo XX.
Tras desarrollar una clasificaci贸n propia de las enfermedades mentales a ra铆z de su trabajo con ni帽os con diferentes patolog铆as considerados 鈥渋rrecuperables鈥 para las instituciones sanitarias y educativas italianas, Montessori empez贸 a trabajar en el desarrollo de las potencialidades de estos menores para recuperarlos para la sociedad.

Maria Montessori, en una escuela que aplicaba su m茅todo pedag贸gico en Londres a principios de los a帽os 50 del siglo pasado听
Fue s贸lo el inicio del desarrollo de un m茅todo educativo revolucionario que por primera vez puso al ni帽o en el centro, como protagonista del desarrollo de sus propias potencialidades. Pero tambi茅n el de un an谩lisis de los errores de la educaci贸n convencional, que hasta ese momento 鈥搚 a煤n ahora鈥 formaba a adultos con la 煤nica finalidad de ejercer un control acr铆tico y tribal sobre su entorno natural y social.
La modernidad del pensamiento de Montessori hizo de la figura de la pedagoga la representaci贸n del pensamiento de la nueva era y el concepto del nuevo ser humano que buscaba el fascismo, una ideolog铆a autoritaria que tuvo una base cultural y cient铆fica que no alcanzaron ni el nazismo en Alemania ni, mucho menos, el franquismo en Espa帽a.
Y, de hecho, Montessori pudo desarrollar su m茅todo y sus propias escuelas en Italia y Alemania con el apoyo expreso de Benito Mussolini y Adolf Hitler. Hasta que, consecuente hasta el final con sus propias convicciones, decidi贸 refugiarse en India y en los Pa铆ses Bajos, donde pudo seguir desarrollando su trabajo pedag贸gico, tras una breve estancia en Barcelona frustrada por el inicio de la Guerra Civil.
Antes de iniciar este periplo, pero ya repudiada por el fascismo, pronunci贸 en la Oficina Internacional de Educaci贸n de Ginebra el discurso que ofrecemos extractado. Era 1932 y el auge de los totalitarismos y la cara m谩s cruda del colonialismo eran para Montessori el reflejo de ese adulto cruel sin ning煤n tipo de escr煤pulos ni capacidad cr铆tica que impon铆a sobre el ni帽o la ley del m谩s fuerte.
Una idea que la pedagoga desarroll贸 adentr谩ndose en el terreno la moral ya iniciada la Guerra Civil espa帽ola y que culmin贸 en la organizaci贸n en Copenhague del congreso 鈥淓ducar para la paz鈥 en 1937. Pero la voz de Montessori no sirvi贸 para evitar una nueva guerra mundial ni la Academia Sueca tuvo en consideraci贸n sus aportaciones para considerar sus candidaturas como premio Nobel de la Paz en 1949 y 1950.
El discurso
鈥淧arece extra帽o y, en cierta forma, discordante con el esp铆ritu de esta era de especializaci贸n que me inviten para discutir sobre la paz, tema que, si se convirtiera en una disciplina especial, ser铆a el m谩s noble de todos, dado que la vida misma, de la humanidad depende de 茅l.
鈥漄uiz谩s tambi茅n dependa de 茅l la posibilidad de que nuestra civilizaci贸n evolucione o desaparezca. De hecho es bastante raro que todav铆a no exista algo as铆 como una ciencia de la paz, teniendo en cuenta que la ciencia de la guerra parece estar muy avanzada, por lo menos en lo que respecta a cuestiones tan concretas como los armamentos y las estrategias.
Es significativo que no exista algo as铆 como una ciencia de la paz cuando la ciencia de la guerra est谩 tan avanzada
鈥漇in embargo, en su car谩cter de fen贸meno humano colectivo, incluso la guerra esconde un misterio, porque todos los pueblos de la Tierra, que se manifiestan ansiosos por alejarse de ella como si fuera el peor de los flagelos, son empero los mismos que se ponen de acuerdo para iniciar las guerras y los que voluntariamente apoyan la lucha armada.
鈥滿uchos estudiosos dedican con vehemencia a investigar las causas ocultas de ese fen贸meno, compar谩ndolo con las cat谩strofes naturales contra las cuales el hombre no puede hacer nada. La guerra es un fen贸meno humano; por lo tanto, deber铆a ser tanto m谩s accesible para las mentes inquietas.
鈥滳omo se ha comprobado que no es as铆, debemos llegar a la conclusi贸n de que lograr la paz mundial se relaciona con complejos factores indirectos, que sin lugar a dudas merecen ser estudiados y pueden llegar a convertirse en el objeto de una ciencia poderosa.
El ser humano, amo del mundo, a煤n no ha logrado doblegar sus propias energ铆as aniquiladoras
鈥漊no se asombra por el hecho de que el hombre haya podido revelar tantos misterios del universo, o encontrar energ铆as ocultas y aprovecharlas para uso propio, movido por su instinto de preservar la vida y, lo que es m谩s importante, por su profunda impulso de aprender y adquirir conocimientos.
鈥漀o obstante, al mismo tiempo, las investigaciones del hombre sobre sus propias energ铆as internas han dejado un gran abismo y su dominio sobre ellas ha sido casi nulo. Este amo del mundo exterior no ha logrado doblegar sus propias energ铆as, las cuales con el correr de los siglos se han acumulado y organizado sin rigor en varios grandes grupos humanos.
鈥漇i se nos preguntara cu谩les son las razones de esa paradoja, no podr铆amos dar una respuesta clara. En lo que respecta a la paz, 茅sta nunca ha sido objeto del proceso de investigaci贸n met贸dica y progresiva que se conoce como ciencia; por el contrario, entre las innumerables ideas que enriquecen nuestra conciencia humana no figura un concepto claro de la paz.
Entre las innumerables ideas que enriquecen nuestra conciencia no figura un concepto claro de la paz
鈥滾o que generalmente se quiere decir con la palabra paz es el cese de la guerra. Pero este concepto negativo no es una descripci贸n adecuada de la paz genuina, y lo que es aun mas importante, si observamos el prop贸sito manifiesto de la guerra, la paz entendida en ese sentido representa, m谩s bien, el triunfo final y permanente de la guerra.
鈥滵e hecho, en la Antig眉edad el principal m贸vil de las guerras era conquistar territorios y por consiguiente someter a pueblos enteros. Aunque el entorno del hombre ya no es la tierra f铆sica real, sino mas bien la organizaci贸n social en s铆 misma, que se apoya en las estructuras econ贸micas, a煤n se considera que la verdadera raz贸n por la que se libran las guerras es la conquista de territorios, y multitudes de hombres todav铆a pierden la cabeza y desfilan con su bandera llevados por el af谩n de conquista.
鈥滱hora bien, 驴por qu茅 una enorme cantidad de hombres se marchan a enfrentar la muerte cuando el fantasma de la invasi贸n amenaza a su patria? 驴Por qu茅 no s贸lo los hombres, sino tambi茅n las mujeres e incluso los ni帽os se precipitan para defender a su pa铆s? Por miedo a lo que se conocer谩 con el nombre de paz una vez que termine la guerra.
Hombres, mujeres听 e incluso ni帽os se lanzan a la guerra por miedo a lo que se conocer谩 como paz cuando acabe la guerra
鈥滾a historia humana nos ense帽a que paz significa la sumisi贸n forzosa de los conquistados a la dominaci贸n cuando el invasor ha consolidado su victoria, la p茅rdida de todo lo que estiman los vencidos, y el fin del placer de disfrutar los frutos de su trabajo y sus conquistas.
鈥滾os vencidos se ven forzados a realizar sacrificios, como si fueran los 煤nicos culpables y merecieran ser castigados, simplemente por haber sido vencidos. Mientras tanto, los vencedores hacen alarde de los derechos que sienten que les corresponden por haberle ganado al pueblo derrotado, la verdadera v铆ctima del desastre.
鈥滶sas condiciones quiz谩 marquen el final del combate, pero no hay duda de que no pueden recibir el nombre de paz. El verdadero flagelo moral surge precisamente de esta serie de circunstancias. Si me permiten hacer una comparaci贸n, la guerra se podr铆a equiparar con el incendio de un palacio repleto de obras de arte y tesoros valios铆simos. Cuando el palacio queda reducido a un mont贸n de cenizas humeantes, el desastre f铆sico es total, y el humo sofocante que despiden las cenizas y que impide respirar puede compararse con lo que el mundo entiende generalmente por paz.
Los vencidos se ven forzados a realizar sacrificios, como si fueran los 煤nicos culpables de la guerra y merecieran ser castigados
鈥滶s el mismo tipo de paz que se produce cuando un hombre se enferma, cuando en su cuerpo se libra una batalla entre sus energ铆as vitales y los microorganismos invasores y finalmente el hombre pierde la batalla y muere. Como corresponde, expresamos nuestro deseo de que el difunto descanse en paz.
鈥滾as causas de la guerra no pueden atribuirse a los fen贸menos bien conocidos y estudiados que se vinculan con las injusticias sociales padecidas por los trabajadores que participan en la producci贸n econ贸mica o con las consecuencias de una guerra peleada hasta el final, porque esos factores sociales son demasiado evidentes y f谩ciles de reconocer, incluso mediante la l贸gica m谩s elemental, para que los consideremos las causas profundas o misteriosas de la guerra. Son m谩s bien la punta de la mecha, el cabo que se encender谩 antes de la explosi贸n que representa la guerra.
鈥滱 modo ilustrativo, veamos la historia de un fen贸meno an谩logo a la guerra, un fen贸meno f铆sico del campo de la medicina que ofrece un paralelismo sorprendente. Me refiero a la peste: un flagelo capaz de diezmar e incluso exterminar a pueblos enteros, una enfermedad aterradora porque avanzaba haciendo estragos, sin que nada le opusiera resistencia, en las tinieblas de la ignorancia que la rodeaba.
Se derrot贸 la peste cuando se lleg贸 a investigar sus causas, con la guerra puede suceder igual
鈥漇e derrot贸 la peste s贸lo cuando se lleg贸 a investigar sus causas cient铆ficamente. AI igual que las guerras, las epidemias de peste estallaban s贸lo en forma espor谩dica y eran bastante impredecibles. La peste, adem谩s, cesaba por su cuenta, sin que el hombre interviniera en forma activa, ya que no ten铆a idea de qu茅 la causaba y lo tem铆a como si fuera un terrible castigo enviado por Dios, origen de destrucciones tan famosas en la historia como las que produjeron las guerras.
鈥滺oy nos resulta dif铆cil imaginar que algo que era inequ铆vocamente una enfermedad contagiosa haya podido ser visto como una prueba de asesinato y que se haya juzgado a los supuestos autores en un tribunal. Nos resultar铆a absurdo acusar a dos hombres de ser responsables de la enorme cantidad de muertes provocadas por la peste. Pero, aunque en la actualidad eso nos parezca absurdo, 驴no ocurre algo similar con respecto a la guerra?
鈥漃ara comenzar la tarea de reconstruir la psique del hombre, debemos tomar como punto de partida al ni帽o. Debemos reconocer que no es solo nuestra progenie, nuestra mayor responsabilidad, sino mucho m谩s que eso. Debemos estudiarlo no como una criatura dependiente, sino como una persona independiente que ha de ser considerada en t茅rminos de su propio ser individual.
Para comenzar la tarea de reconstruir la psique del hombre debemos tomar como punto de partida al ni帽o
鈥滵ebemos tener fe en el ni帽o como si fuera un mes铆as, un salvador capaz de regenerar la raza humana y la sociedad. Debemos lograr el dominio de nosotros mismos y humillarnos a fin de aceptar esta idea, y luego encaminarnos hacia el ni帽o, como los tres Reyes Magos, llev谩ndole regalos y poderes, siguiendo la estrella de la esperanza.
鈥漇i un psic贸logo tuviera que tratar este tema en abstracto, sin duda lo considerar铆a en funci贸n de una embriolog铆a de la mente humana. Pero cuando nosotros, por nuestra cuenta, estudiamos al ni帽o reci茅n nacido, el cual result贸 tener insospechadas y sorprendentes caracter铆sticas ps铆quicas, encontramos algo m谩s que una mente en estado embrionario.
鈥漀os conmovi贸 profundamente descubrir un conflicto real y aterrador, una guerra incesante que el ni帽o afronta desde el d铆a mismo de su nacimiento y que forma parte de su vida durante sus a帽os de formaci贸n. Este conflicto es el que se libra entre el adulto y el ni帽o, entre el fuerte y el d茅bil, y tambi茅n, podr铆amos agregar, entre el ciego y el iluminado.
Debemos tener fe en el ni帽o como si fuera un mes铆as, un salvador capaz de regenerar la raza humana y la sociedad
鈥滶l adulto es verdaderamente ciego en lo que respecta al ni帽o, y el ni帽o tiene una visi贸n genuina, una peque帽a llama brillante y esclarecedora que nos trae de regalo. Ni el adulto ni el ni帽o son conscientes de su propia condici贸n, tan particular. Han entablado uno contra el otro una lucha secreta a lo largo de innumerables generaciones y que hoy, en nuestra cultura compleja y exasperante, se torna aun m谩s violenta.
鈥滶l adulto vence al ni帽o, y cuando el ni帽o llega a la adultez perduran en 茅l, por el resto de su vida, los signos t铆picos del tipo de paz que es s贸lo una secuela de la guerra: destrucci贸n por un lado y ajustes dolorosos por el otro. El ni帽o, por su parte, con su fuerza nueva y su energ铆a revitalizadora, no puede ayudar al abatido hombre mayor a que mejore porque el adulto se convierte en un adversario cuyo primer gesto es reprimirlo.
鈥滶sta situaci贸n es hoy mucho m谩s grave que en cualquier otra 茅poca del pasado. Al construir un entorno cada vez m谩s alejado de la naturaleza y, por lo tanto, cada vez menos apropiado para un ni帽o, el adulto ha aumentado sus propios poderes y de ese modo ha oprimido aun m谩s al ni帽o. No ha surgido una nueva sensibilidad moral que libere al adulto del ego铆smo que lo ciega, y la mente de los seres humanos maduros no ha interpretado como corresponde los numerosos cambios en la situaci贸n del hombre que son desfavorables para los ni帽os.
El adulto vence al ni帽o, y cuando el ni帽o es un adulto perdura en 茅l una听 paz que es s贸lo una secuela de la guerra
鈥滶l concepto superficial y arcaico de que el desarrollo del individuo es uniforme y progresivo no se ha modificado, y a煤n prevalece la idea err贸nea de que el adulto debe moldear al ni帽o de acuerdo con las pautas que impone la sociedad. Este error, burdo y consagrado por el paso del tiempo, es el origen del conflicto principal, de la guerra constante entre seres humanos (padres e hijos, maestros y alumnos) que tendr铆an que amarse y respetarse unos a otros.
鈥滾a clave de este problema se encuentra en las dos metas y formas distintas de la personalidad humana, una caracter铆stica de los ni帽os y la otra de los adultos. El ni帽o no es simplemente un adulto en miniatura. En primer lugar, tanto en orden como en importancia, es poseedor de una vida propia con caracter铆sticas especiales y tiene sus propias metas. La meta del ni帽o se podr铆a resumir en la palabra encarnaci贸n: se debe producir en 茅l la encarnaci贸n de la individualidad humana.
鈥滶l ni帽o opera con una sabidur铆a interna, guiado por leyes como las que gu铆an cualquier otra tarea que se lleva a cabo en el reino de la naturaleza, siguiendo ritmos de actividad que no se parecen en nada a los de los agresivos adultos empe帽ados en la conquista. El concepto de que la tarea de encarnaci贸n o de gestaci贸n espiritual es completamente distinta de los afanes del adulto que participa en forma activa en el orden social no es nuevo.鈥