“Cada soldado debe matar al menos a un demonio estadounidense”: 80 años de Okinawa, la última gran batalla de la Segunda Guerra Mundial
Segunda Guerra Mundial
Mientras en Europa se sentenciaba la suerte de Hitler, en el Pacífico los estadounidenses estrechaban el cerco en torno a Japón. La ruta de Tokio pasaba por la conquista de Okinawa
Un marine de la 1.ª División abre fuego con su Thompson, mientras su compañero se cubre
“Nuestra próxima operación –escribió el almirante Raymond Spruance a su esposa– superará con creces todo lo que hemos hecho hasta ahora. Será un asunto largo y difícil, y hay que esperar grandes pérdidas”.
En efecto, Iceberg, la conquista de Okinawa, fue la mayor operación aliada de la guerra en el Pacífico y el segundo desembarco más grande después de ǰԻí: 1.300 navíos (incluyendo 39 portaaviones) y miles de aviones, para apoyar el desembarco de los 523.000 hombres (193.000 de ellos, tropas de combate) del 10.º Ejército del general Simon Bolivar Buckner, que había dirigido las operaciones en las islas Aleutianas.
Desembarco estadounidense en Okinawa
Isla principal del archipiélago de las Ryûkyû, Okinawa mide 92 km de largo por 29 km de ancho. A 500 km de Japón, que la había anexionado a su imperio en 1879, era ideal para instalar aeródromos para los bombarderos B-29 que atacaban las ciudades e industrias japonesas y la ruta de materias primas con China, Formosa (Taiwán) y el sudeste asiático. La isla también tenía fondeaderos de aguas profundas, ideales para establecer bases logísticas y de embarque de hombres y suministros.
Búnkers, torpedos humanos y kamikazes
Tras el desastre de las Marianas en el verano de 1944, el gobierno del primer ministro, y virtual dictador militar, general Tōjō Hideki, había caído. Los nuevos gobiernos que le siguieron eran conscientes de que la guerra estaba perdida, pero tenían la esperanza de resistir hasta finales de 1945 y debilitar la voluntad estadounidense de proseguir la guerra. Esto exigía una resistencia a ultranza ante los desembarcos estadounidenses, siguiendo el modelo de la “defensa inteligente” de Iwo Jima.
En Okinawa, el 32.º Ejército del general Ushijima Mitsuru disponía de 100.000 hombres, reforzados por la milicia local, que incluía mujeres y escolares de entre catorce y diecisiete años –la mitad de estos últimos murieron en ataques suicidas, a veces contra los blindados estadounidenses–.
Niños soldados japoneses en Okinawa
Los japoneses no pensaban derrotar ni mucho menos a sus enemigos, pero esperaban mermar su moral y dilatar el mayor tiempo posible la rendición de la isla y, por tanto, el comienzo de la invasión de Japón. La estrategia de Ushijima consistía en renunciar a defender las playas y replegarse al sur del istmo de Ishikawa.
Allí se habían construido tres líneas defensivas con búnkeres comunicados por túneles e inmunes al fuego naval estadounidense. Las cuevas naturales de las montañas proporcionaban un abrigo inmejorable. Si querían asaltar estas defensas, los hombres de Buckner tendrían que depender del abastecimiento por mar. Este sería el momento de atacarles con aviones, lanchas y torpedos suicidas.
¿Dónde están los japoneses?
Al comienzo, sin embargo, todo iba como la seda. Un desembarco secundario en las islas Kerama, en la esquina suroeste de Okinawa, capturó 300 lanchas suicidas japonesas. La artillería antiaérea deshizo los ataques de los kamikazes con unos pocos daños en la flota de invasión.
Okinawa recibió un monumental bombardeo naval y aéreo de siete días. A las 08:30 horas del domingo 1 de abril de 1945, dos divisiones de marines y dos del Ejército comenzaron a desembarcar en las playas occidentales del centro de la isla. Un silencio sobrecogedor cubría las orillas. Por la noche ya había 60.000 hombres en tierra.
No había ni rastro de los japoneses. El jefe de un regimiento de infantería que había recibido su bautismo de fuego fanfarroneaba: “Envíenme un japonés, vivo o muerto. Mis hombres no han visto ninguno todavía”. El principal estratega estadounidense en el Pacífico, el almirante Chester Nimitz, se mostraba menos confiado, porque conocía la determinación de sus enemigos. Cuando el almirante Richmond K. Turner, jefe de la fuerza naval de desembarco, le escribió: “Dime loco, pero tengo la sensación de que en esta ocasión los japoneses han abandonado la partida”, Nimitz respondió: “Borra todo a partir de ‘loco’”.
El campo de batalla no se parecía en nada a las junglas intrincadas de Nueva Guinea o de las Salomón. Era un paisaje típicamente japonés de valles flanqueados por colinas y montañas y salpicado de granjas, campos de caña de azúcar y pequeñas villas. Los civiles quedaron atrapados en medio de la lucha sin piedad. Muchos de ellos se quitaron la vida, obligados por los militares, que les habían llenado la cabeza con todo tipo de noticias escabrosas sobre las vejaciones que los civiles japoneses que vivían en Saipán habían sufrido a manos de los estadounidenses.
Una horrible batalla de desgaste
Dos divisiones de marines avanzaron hacia el norte de la isla para neutralizar cualquier ataque desde aquella dirección y conquistaron la península de Motobu tras una encarnizada lucha. El monte Yae tuvo que tomarse a la bayoneta con el apoyo de los cañones de 355 mm del acorazado Tennessee. En la cresta, los marines encontraron los cuerpos destrozados de 500 defensores japoneses.
Fue como el preludio de lo que esperaba en el sur, donde el XXIV Cuerpo estadounidense llegó al primer cinturón de defensas. A partir de ese momento, la lucha se convirtió en una horrible, lenta y cruel batalla de desgaste. Los japoneses detuvieron en seco a la 7.ª y a la 96.ª divisiones de infantería estadounidenses.
Soldados estadounidenses atacan las posiciones japonesas
Defendieron cada colina con determinación, lanzando descargas de mortero y contraataques rápidos; cuando finalmente los estadounidenses se apoderaban de las alturas, caían bajo el fuego de las baterías emplazadas en la falda opuesta. El célebre corresponsal de guerra Ernie Pyle, que había cubierto toda la guerra desde África del Norte hasta la liberación de París, ganándose el respeto de los soldados, murió el 18 de abril por el fuego de ametralladora japonés.
Tras nueve días de combates, Buckner llamó en ayuda del XXIV Cuerpo a dos divisiones de marines y a otras dos divisiones del Ejército que se mantenían en reserva. Pero el 4 de mayo los japoneses lanzaron un ataque banzai por sorpresa. “Cada soldado debe matar al menos a un demonio estadounidense”, decían las órdenes. La carga fue pulverizada por la artillería y la defensa estadounidense. Los japoneses sufrieron más de seis mil muertos antes de que Ushijima, con lágrimas en los ojos, detuviera la ofensiva.
Operación Ten-Go
Tal como había previsto Ushijima, el lento avance terrestre obligó a la flota aliada a permanecer cerca de la isla para abastecer a las tropas y proteger los desembarcos. Entre el 6 de abril y el 22 de junio, los japoneses lanzaron sobre la flota diez grandes ataques de kamikazes, en que emplearon casi 1.800 aparatos. Muchos de los kamikazes, que a menudo eran universitarios, habían recibido un entrenamiento esquemático, ya que su única misión era estrellar sus aviones contra los buques enemigos, especialmente, en los portaaviones. Cada vez había más kamikazes que daban la vuelta con la excusa de averías, exponiéndose a ser ejecutados.
La armada estadounidense perdió durante la batalla de Okinawa 64 barcos, hundidos o dañados lo suficiente como para tener que retirarse del combate; otros 60 sufrieron graves desperfectos. Cinco de los portaaviones tuvieron que ser retirados por los ataques suicidas.
USS Bunker Hill en llamas tras un ataque kamikaze japonés cerca de Okinawa
El 7 de abril, la aviación estadounidense localizó al acorazado gigante Yamato, de 72.000 toneladas. El buque había sido enviado en socorro de Okinawa en una misión suicida bautizada como Ten-Go, ya que no llevaba suficiente combustible para volver a su base.
Tras recibir 17 impactos de torpedos y bombas, una explosión en la santabárbara de proa del Yamato creó una nube de humo de 6 km de altura que podía verse desde 160 km de distancia. Prácticamente toda la dotación de 3.300 hombres pereció con el buque. Sus restos se descubrieron en 1985 a 300 metros de profundidad. En ese momento, el Yamato se había convertido ya en un icono de la cultura popular gracias a películas y mangas.
El final de la batalla
En tierra, los estadounidenses reanudaron sus ataques el 11 de mayo. Por desgracia para sus tropas, Buckner rechazó todas las sugerencias de los subordinados más competentes y se negó a desembarcar a la 2.ª División de marines en la costa oriental de Okinawa, para flanquear desde allí las posiciones japonesas. Nimitz, que tenía autoridad sobre Buckner, decidió no intervenir para no fomentar un conflicto entre la Armada y el Ejército.
Buckner prosiguió con sus ataques frontales contra la línea Naha-Yonabaru, que atravesaba el sur de la isla de parte a parte y que, en el centro, en torno a la capital, Shuri, tenía los bastiones de defensa principales de los japoneses. Los estadounidenses emplearon lanzallamas y alto explosivo para destruir las posiciones.
La media de avance diario era de 250 metros. Una lluvia torrencial y fría convirtió los valles en barrizales y dificultó la evacuación de los heridos hacia la retaguardia. Los cadáveres sin enterrar se descomponían al aire libre y, como recordaba un marine, “cualquiera que se deslizara por las laderas donde se combatía podía encontrarse con los bolsillos llenos de gusanos”.
El 27 de mayo, los japoneses comenzaron a replegarse de la línea Naha-Yonabaru hasta la última línea defensiva en la península de Kiyan. A comienzos de junio, un asalto anfibio de los marines tomó una cabeza de puente en la península, empujando a los restos del 32.º Ejército japonés al extremo sur de la isla.
Un prisionero japonés detenido durante la batalla
Las retiradas eran acompañadas por multitudinarios suicidios colectivos de soldados y de civiles. Los japoneses encerrados en las cuevas fueron aniquilados sin piedad. Pero el 18 de junio, uno de los últimos obuses japoneses mató a Buckner en un observatorio de artillería. Tres días después, las últimas bolsas de resistencia japonesas fueron eliminadas, aunque hubo combates esporádicos hasta comienzos de septiembre. Ushijima y su estado mayor se suicidaron mediante seppuku.
El coronel Yahara, el único oficial superior japonés que quedó con vida, también habría querido matarse, pero Ushijima se lo prohibió: “Si mueres, no quedará nadie que sepa la verdad sobre la batalla de Okinawa”.
La última fotografía del teniente general Simon Bolívar Buckner
La verdad sobre la última gran batalla del Pacífico y de la Segunda Guerra Mundial es que fue una auténtica carnicería. Las pérdidas japonesas se elevaron a 110.000 soldados muertos y entre 100.000 y 150.000 civiles, un tercio de la población de la isla. Los estadounidenses tuvieron 12.000 muertos y 36.000 heridos.
La resistencia a ultranza japonesa y las pérdidas estadounidenses hicieron cada vez más tentador el uso sobre Japón de las bombas atómicas, que, para aquel momento, ya estaban en la fase final de fabricación. Una de ellas se probó con éxito en el desierto de Nuevo México el 16 de julio. El mundo estaba a punto de entrar en una nueva era.