El kit de supervivencia es para aficionados: bienvenidos al preparacionismo
Ante la catástrofe
Puede que a muchos les sonara exagerada la reciente recomendación de la Comisión Europea, pero la idea de prepararse para el desastre siempre ha tenido seguidores altamente comprometidos
Miembro de la milicia “prepper” The Virginia Kekoas.Hampton, Virginia, junio de 2024
El mes pasado, la Comisión Europea instó a sus ciudadanos a que dispongan de un kit de emergencia que les permita ser autosuficientes durante un mínimo de 72 horas para las posibles dificultades a las que se pueda enfrentar el Viejo Continente, ya sean casos de guerra o de crisis climática. Desde mochilas listas para llevar hasta búnkeres de lujo, la preparación para el desastre se ha convertido en un fenómeno global.
El miedo al fin del mundo, recurrente a lo largo de la historia de la humanidad, vuelve una y otra vez con diferentes rostros. Pero ¿de dónde surge esta obsesión por estar listos para el peor escenario? La historia demuestra que el miedo al colapso es un motor poderoso, y que la sensación de vivir al borde de la catástrofe no es nueva, sino cíclica.
A muchos nos gustan los cuentos porque nos vemos reflejados en ellos. Tal vez la fábula favorita de los llamados preparacionistas sea Los tres cerditos, donde el lobo acecha y solo el más previsor sobrevive. Mientras los dos primeros construyen casas endebles sin pensar a largo plazo, el tercero –el cerdito prepper– invierte en seguridad. Su casa de ladrillos resiste los soplidos del lobo feroz.
Este relato encarna el dilema central del preparacionismo: protegerse ante un mundo impredecible y evitar el destino de una sociedad desprevenida, o sociedad zombi. Los preparacionistas modernos, o preppers, creen que el colapso es inevitable, aunque no haya consenso sobre su causa: una guerra mundial, un ataque nuclear, una crisis económica o el caos social.
De la prehistoria a la guerra fría
Desde tiempos remotos, el ser humano ha desarrollado estrategias para sobrevivir en entornos hostiles. La acumulación de alimentos y la construcción de refugios no son una moda reciente, sino prácticas milenarias. En Egipto, Mesopotamia o Roma era común almacenar grano para tiempos de escasez; las propias catacumbas romanas se usaron como guarida.
El preparacionismo moderno surge en el siglo XX como “survivalismo”, centrándose en la supervivencia como tal. Durante la Segunda Guerra Mundial, los ciudadanos británicos se resguardaban en refugios durante los bombardeos delBlitz. Pero fue tras Hiroshima y Nagasaki, en 1945, cuando el concepto de destrucción total se instaló en la conciencia colectiva.
Un británico cultiva hortalizas sobre el refugio Anderson instalado en su jardín durante la Segunda Guerra Mundial, 1941.
Ese mismo año nació el Boletín de los Científicos Atómicos, creado por miembros del Proyecto Manhattan, quienes introdujeron el Reloj del Juicio Final como símbolo del peligro inminente. Su hora simbólica se ajusta según amenazas como la guerra nuclear, el cambio climático o la inteligencia artificial. En enero de este año se situó a solo 89 segundos de la medianoche, su punto más crítico hasta hoy.
Durante la guerra fría, en los años cincuenta, la amenaza nuclear impulsó la construcción de búnkeres y el almacenamiento masivo de provisiones. El miedo a un conflicto entre Estados Unidos y la URSS generó una creciente desconfianza hacia los gobiernos. La ONU intentó frenar la proliferación nuclear. Sin embargo, Estados Unidos, la Unión Soviética y el Reino Unido continuaron con las pruebas atómicas. En los sesenta se sumarían Francia y China.
Por ende, para algunos la construcción de refugios subterráneos era primordial, y priorizaban su durabilidad, la ventilación y la protección contra la radiación. Además de la reserva de energía, ya que la mayoría dependía de generadores diésel. No contaban con cerraduras y no respondían al individualismo extremo ni a la autosuficiencia radical que dominará ya el siglo XXI. En 1951 se publicó una de las primeras guías de referencia: ¿Qué hacer en caso de desastre nuclear?, de Herman Roth. Paradójicamente, cuanta más seguridad prometía el Estado, mayor era la sensación de los preparacionistas de que todo podía colapsar en cualquier momento.
El efecto 2000 y la paranoia digital
A finales del siglo XX surgió una nueva fuente de ansiedad: el efecto 2000 (Y2K). El temor a que los sistemas informáticos se vinieran abajo al no ser capaces de reconocer el cambio de milenio generó un pánico global. Muchos programas codificaban las fechas con solo dos dígitos, lo que podría haber hecho retroceder los sistemas al año 1900, con consecuencias devastadoras: pérdida masiva de datos, caída de bancos, apagones eléctricos y funcionamiento defectuoso de plantas nucleares.
Aunque los técnicos corrigieron el error a tiempo, el miedo ya se había propagado. Los preppers compraron generadores, armas y alimentos enlatados. Comenzaron a proliferar cursos online sobre autosuficiencia rural. Algunas comunidades religiosas y milicias vieron el Y2K como una señal divina: el fin de los tiempos y una oportunidad para refundar EE. UU. desde sus raíces. Con una lista de imprescindibles que iba desde la Biblia hasta las gallinas ponedoras, el apocalipsis digital fue un fenómeno que lo atravesó todo.
Cuando el 1 de enero del 2000 transcurrió sin incidentes, el mundo despertó de una paranoia colectiva. Pero el episodio dejó claro que el miedo a la catástrofe es capaz de movilizar masas, especialmente en una era cada vez más tecnológica.
‘Preppers’ del siglo XXI
El preparacionismo actual se ha diversificado. En las ciudades, los urban preppers confían en mochilas de emergencia (Bug Out Bags) y escondites estratégicos. Otros, como los bushcrafters, optan por la vida silvestre, equipados con cuchillos, sogas y manuales de supervivencia. Por otro lado, hay un gran grupo, los veteranos tácticos, frecuentemente exmilitares, con estrategias de supervivencia y defensa derivadas de sus experiencias. Mientras tanto, los survivalistas radicales construyen refugios fortificados y almacenan suministros durante años.
Sin embargo, almacenar puede resultar contradictorio. Si ya vivimos acumulando facturas o zapatos, ¿cómo encaja el exceso de provisiones en un estilo de vida survivalista? Aun así, hasta los millonarios han sucumbido al miedo. Les ha afectado la paranoia y no se conforman con arroz y agua potable: construyen búnkeres con piscinas, gimnasios y bodegas de vino. Para ellos, sobrevivir es preservar el estilo de vida.
Campamento de 'bushcrafters', 11 de mayo de 2021
Con la expansión de internet, el preparacionismo se convirtió en un fenómeno pop. Foros, blogs y canales de YouTube están dedicados a compartir estrategias, consejos y hasta simulacros. Su identidad grupal se refuerza con un lenguaje propio, plagado de acrónimos: “BOB” (Bug Out Bag), “TEOTWAWKI” (The End of the World as We Know It), “SHTF” (Shit Hits The Fan), “YOYO” (You’re On Your Own). A su vez, difunden teorías conspirativas, desde la de los productos químicos vertidos en el aire para el control social hasta la Covid-19 como arma biológica o el supuesto plan de la ONU para despoblar EE. UU. de sus habitantes blancos. Convenciones como PrepperCon nutren este imaginario colectivo.
Fascinados por el colapso
Más allá de la prudencia, el preparacionismo tiene una dimensión psicológica y casi filosófica. El miedo genera ansiedad, pero también fascinación. Desde la literatura romántica del siglo XIX hasta las películas apocalípticas actuales, el colapso se percibe como una ruptura total con el orden establecido.
En ese escenario, todo vuelve a empezar: los débiles desaparecen, los fuertes sobreviven, y los preppers se ven como los nuevos pioneros. La catástrofe deja de ser amenaza para convertirse en redención: una oportunidad para volver a lo esencial, donde solo la habilidad y la voluntad importan.
El sociólogo Philippe Lamy los ha definido como “milenaristas seculares”: no esperan una salvación divina, sino que apuestan por su autosuficiencia. En lugar de elegidos, hay individuos armados con linternas y víveres. En una sociedad donde la tecnología ha suavizado la lucha por la vida, los preppers reintroducen la narrativa de que sobrevivir aún requiere esfuerzo y preparación.
Pero esto también tiene un lado oscuro, ya que se suele asociar con la extrema derecha. Casos como el tiroteo de Randy Weaver en 1992 –relacionado con la neonazi Nación Aria– o el atentado de Oklahoma City en 1995 por el terrorista Timothy McVeigh subrayan la idea. Movimientos vinculados a los preparacionistas, como Posse Comitatus, o grupos como el Ku Klux Klan o Identidad Cristiana han promovido una visión aislacionista, supremacista y conspirativa, presentándose como una forma de resistencia frente a un gobierno corrupto y una sociedad decadente.
El preparacionista Bruce Beach en el interior de su búnker, “Ark Two”, en Horning's Mills, Canadá, 2015
También existe una dimensión religiosa. En la Biblia, José salva a Egipto almacenando grano para siete años de hambruna. Los mormones, por ejemplo, practican el almacenamiento de dos años de provisiones, convencidos de que el regreso de Jesús es inminente. Pero no todos los cristianos coinciden en esa visión: el apóstol Pedro sugiere que los creyentes deben practicar la santidad y ayudar al prójimo, no esconderse ni acumular. Desde esta perspectiva, el preparacionismo puede interpretarse como una falta de fe, una forma de supervivencia egocéntrica.
El eterno retorno del miedo
La Gran Depresión de 1929, el efecto 2000, la crisis financiera de 2008, el huracán Katrina, la pandemia de Covid-19... Cada generación ha tenido su propio apocalipsis y ha respondido del mismo modo: acumulando recursos, construyendo refugios y elaborando planes de contingencia.
El preparacionismo es el reflejo de una angustia ancestral. La sensación de que el fin está cerca nunca desaparece. Y siempre habrá quienes, en algún punto entre la prudencia y la paranoia, crean estar listos para afrontarlo.