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Entre la exaltación patriótica y la seguridad fronteriza: todas las veces que EE. UU. ha pensado en anexionarse Canadá

Historia y geopolítica

Las ambiciones de Trump sobre su vecino del norte tienen más antecedentes en otros momentos de la historia estadounidensede los que muchos piensan

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Mark Carney, primer ministro de Canadá, en Ottawa el 27 de marzo de 2025

David Kawai / Bloomberg

La anexión de Canadá por parte de EE. UU. no es una aspiración que haya inventado Donald Trump. La idea de incorporar el país vecino (o partes importantes de su territorio) ha sido una tentación que ha acompañado a la política exterior estadounidense prácticamente desde su fundación.

Cuando estalló la rebelión de las Trece Colonias contra la Corona británica, los insurgentes vieron en el norte una oportunidad para sumar adeptos a su causa. En un primer momento, trataron de atraer a su revuelta a los colonos francófonos de Quebec, bajo soberanía de Londres desde hacía poco más de una década tras la guerra de los Siete Años (1756-1763).

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Con este objetivo, en el verano de 1775, dos columnas del Ejército Continental –el embrión de las fuerzas armadas estadounidenses– se adentraron en territorio canadiense e incitaron a la rebelión entre los francófonos. Incluso una delegación política, encabezada por Benjamin Franklin (uno de los padres fundadores de EE. UU.), viajó a Montreal para convencer a los líderes quebequeses.

El doble frente militar y político no dio sus frutos. Las columnas militares fueron derrotadas por los casacas rojas y los francocanadienses estaban cómodos como súbditos de Su Majestad. El Parlamento británico había aprobado en 1774 la Quebec Act, que garantizaba derechos como la libertad para practicar el catolicismo o el uso de las leyes francesas para los asuntos privados.

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El fracaso militar y político de 1775 no hizo abandonar la idea a los líderes estadounidenses. El 15 de noviembre de 1777, el Segundo Congreso Continental (la asamblea legislativa de las Trece Colonias) aprobó los Artículos de la Confederación y la Unión Perpetua, una protoconstitución para el país que se estaba formando.

En el undécimo artículo de este texto se hacía esta mención expresa a Canadá: “Será admitida y tendrá derecho a todas las ventajas de esta unión”. Aunque el desarrollo de la guerra de Independencia no dio el control del territorio canadiense a EE. UU., Benjamin Franklin lo reclamaría sin éxito en las negociaciones de paz de París que traerían el reconocimiento de EE. UU.

La emancipación se certificó en 1783, y ya los años siguientes se acentuaron las diferencias a ambos lados de la frontera. La población canadiense no tenía ningún interés en agregarse a los nuevos EE. UU.: los francófonos seguían gozando de la Quebec Act y los anglófonos eran exiliados de las Trece Colonias que se habían mantenido fieles a la corona británica.

Patriotas exaltados y equilibrios diplomáticos

EE. UU. vivió en sus inicios un intenso debate político sobre su organización territorial entre federalistas y republicanos. Los primeros apostaban por un fuerte gobierno federal en la capital, mientras que los segundos defendían un mayor poder para cada uno de los estados.

Los republicanos más radicales consideraban una anexión de Canadá como una buena oportunidad para diluir el centralismo, aunque no todos estaban de acuerdo con usar la fuerza con sus vecinos: muchos querían persuadirlos políticamente. Los federalistas, en cambio, no querían saber nada de incorporar nuevos territorios, ya que temían que eso desestabilizase al joven país.

Estas contradicciones alcanzarían su máxima expresión en la guerra de 1812 contra Gran Bretaña. Aunque el principal casus belli fueron los ataques a buques estadounidenses, Canadá se convirtió en un importante teatro de operaciones. En el mar, el poder de la Royal Navy era intimidatorio, pero los estadounidenses se veían capaces de lograr victorias terrestres antes de que llegaran refuerzos para las tropas de Su Majestad desde Europa.

La USS United States, la primera de las seis fragatas originales de la US Navy, derrota HMS Macedonian durante la guerra anglo-estadounidense de 1812

La USS United States, la primera de las seis fragatas originales de la US Navy, derrota HMS Macedonian durante la guerra anglo-estadounidense de 1812

Dominio público

En apariencia, había cierto consenso en Washington sobre los ataques al vecino del norte, pero el debate radicaba en cuál sería el fin último de las operaciones. Los republicanos más exaltados vieron en ello una ocasión para lograr la anexión. Pero los moderados y los federalistas apostaban por una ocupación temporal de Canadá para usarla como baza negociadora para firmar una paz ventajosa.

Al final, las tropas estadounidenses fracasaron a la hora de ocupar Canadá. De hecho, su fallida invasión propició el desarrollo de un cierto espíritu nacional en la colonia británica, ya que la defensa ante las primeras incursiones enemigas recayó en las milicias locales (el grueso del ejército británico aún combatía en Europa en campañas contra DZó).

En las siguientes décadas del siglo XIX, Londres y Washington hicieron equilibrios entre sus crecientes relaciones comerciales y los periódicos episodios de tensión en la frontera de Canadá, como la guerra de los Patriotas (1837-1838), la del condado de Aroostok (1839) o la del Cerdo (1859).

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La guerra de los Patriotas fue la más sangrienta, con 120 muertos, y enfrentó a organizaciones de patriotas canadienses independentistas y a las autoridades británicas. Muchos estadounidenses se sumaron a las filas insurgentes, y la población de EE. UU. presionó a su gobierno para que interviniera. Pese a la tensión generada con Londres, Washington optó por la neutralidad.

El resto de los conflictos mencionados fueron incruentos, pero generaron serios roces entre EE. UU. y Gran Bretaña. Londres siempre recelaba de una potencial invasión de Canadá ante el creciente poder militar estadounidense. Pese a la exaltación patriótica de algunos sectores políticos en Washington, al final se impuso la prudencia por temor a que la poderosa Royal Navy bloqueara el floreciente comercio norteamericano.

Cuestiones fronterizas con trasfondo naval

Los problemas entre Gran Bretaña y EE. UU. por el control de Canadá resurgirían con la guerra de Secesión (1861-1865), el enfrentamiento entre los unionistas del Norte y los confederados del Sur. La postura oficial de Londres fue de neutralidad, pero pronto comenzó a dar un velado apoyo a la Confederación, ya que el suministro de algodón era vital para su industria.

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La tirantez aumentó al poco de comenzar el conflicto, cuando, el 8 de noviembre de 1861, la armada nordista capturó el Trent, un barco correo británico, en el que viajaban dos diplomáticos confederados. EE. UU. endureció el tono y Gran Bretaña temió que la Unión aprovechara su ejército movilizado para ocupar un Canadá pobremente defendido. Así pues, Londres envió refuerzos ante una hipotética invasión.

Entre las élites de Washington había firmes partidarios de la expansión territorial. Entre ellos destacaba William H. Seward, secretario de Estado con Abraham Lincoln. En aquella ocasión prefirió la vía diplomática –el presidente le recomendó que solo libraran “una guerra a la vez”–, pero tras el conflicto secesionista defendería la incorporación de Canadá, Alaska y Groenlandia.

Grupo de soldados durante la guerra.

Grupo de soldados durante la guerra de Secesión

Dominio público

Justo después de la guerra de Secesión, la tensión armada volvió a la frontera americano-canadiense. Aunque esta vez fue un conflicto a varias bandas. En 1858, un grupo de inmigrantes irlandeses fundó la Hermandad Feniana para apoyar la independencia de su isla, por entonces dominada por el Imperio británico.

En los años siguientes, la hermandad integró a veteranos del Ejército de la Unión de origen irlandés. Logró reunir armas ante cierta connivencia de las autoridades estadounidenses y atacó posiciones militares británicas en la frontera. Aunque los defensores rechazaron estos asaltos, Londres se alarmó y propició que en 1867 se formara la Confederación Canadiense, que congregó a los diferentes territorios coloniales.

El gobierno de EE. UU. no se había opuesto a las acciones de la Hermandad Feniana porque seguía molesto por el apoyo brindado a los confederados desde Gran Bretaña en la todavía reciente contienda civil. En particular, por la venta de barcos de guerra, que habían hundido unos sesenta navíos nordistas.

La carga de los fenianos (con uniformes verdes) en la batalla de Ridgeway, Canadá occidental, el 2 de junio de 1866

La carga de los fenianos (con uniformes verdes) en la batalla de Ridgeway, Canadá occidental, el 2 de junio de 1866

Dominio público

Washington vio en las incursiones irlandesas en suelo canadiense una manera de presionar a Londres para obtener compensaciones. Sobre la mesa se puso una posible incorporación de Canadá a EE. UU. para reparar los daños provocados por los barcos vendidos por los británicos.

Las anexiones territoriales gustaban entre los políticos estadounidenses, como el presidente Ulysses S. Grant, que defendían el Destino Manifiesto, doctrina según la cual EE. UU. ostentaba una especie de mandato divino para extender sus límites.

Al final se alcanzó a un acuerdo en 1871 que parecía fijar definitivamente las cuestiones fronterizas. Aunque Canadá siempre estuvo en la mente de los estrategas estadounidenses. Tras una disputa pesquera en 1887, la US Navy presentó un plan de invasión que también buscaba mostrar a la armada norteamericana como una fuerza de combate de primer orden.

Con la llegada del siglo XX y la Primera Guerra Mundial, la sintonía entre Washington y Londres pareció ir a más, dando lugar a la famosa “relación especial”. Pero los recelos dieron pie a momentos de tensión internacional, como las negociaciones de los diversos tratados sobre armamento naval en los años veinte y treinta. Las suspicacias las provocó la comprobación por la Royal Navy de que no podría mantener la superioridad respecto a la armada estadounidense.

EE. UU., a su vez, concibió el Plan Rojo para una hipotética guerra contra el Imperio británico. Incluía una invasión preventiva de Canadá para evitar que su territorio fuese utilizado como base de un ataque. Comenzó a diseñarse en 1925 y se fue actualizando hasta 1935, es decir, se siguió contemplando la posibilidad de un conflicto armado con la antigua metrópoli hasta 150 años después de la guerra de Independencia.

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