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¿Cómo surgió la concha de los peregrinos del Camino de Santiago?

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Por todas partes, la simbología de las vieiras nos conduce al apóstol Santiago. Y también a la Venus de Botticelli. ¿Qué tendrán que ver el santo y la diosa de la Antigüedad?

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La concha del peregrino es un símbolo bien conocido del Camino de Santiago

La concha del peregrino es un símbolo bien conocido del Camino de Santiago

Getty Images/iStockphoto

De nombre científico Pecten jacobaeus, la concha del peregrino es un símbolo bien conocido del Camino de Santiago. Aparece en la puerta de la iglesia del Hospital del Rey, en Burgos, que no era tal, sino una casa de acogida para peregrinos. También en el sensacional Retablo Mayor de la Cartuja de Miraflores, en la misma ciudad. Aun así, la mayoría de los lectores no necesitan estas referencias para saber que, en la ruta jacobea, este molusco, de nombre gallego vieira, es omnipresente.

Muchos llevan una atada a sus mochilas, las tiendas de recuerdos las venden a montones y está en piedras, carteles y señales. También es el logotipo publicitario del Camino, hoy convertido en una ruta de alcance internacional. Aunque existen leyendas, a los historiadores les ha resultado difícil saber exactamente cómo o cuándo este pectínido se convirtió en símbolo de Santiago. El porqué está más claro. Si se investiga el caso, resulta que la vieira nos lleva indefectiblemente a la historia del apóstol y viceversa.

Vieiras

Vieiras, molusco bivalvo de los mares de Galicia

J.L.Bulcao

Del género de los pectínidos, las vieiras son un molusco bivalvo. Como las ostras y las almejas, poseen dos “valvas”, o caparazones que se abren y se cierran mediante un músculo aductor. Una vez desahuciado su inquilino y separada de su valva superior, más plana, lo que queda de la vieira es una concha de un hermoso color rosáceo en su exterior. Hasta aquí, nada en particular. Sin embargo, que en Francia las conozcan como coquilles Saint-Jacques o que su nombre científico sea una alusión al jacobeo debería darnos la primera pista.

Deben su nombre a una costumbre que en realidad es antiquísima. Ya en el siglo IX, los peregrinos se identificaban por lucir conchas en el sombrero, sujetas a la capa o ligadas a su bastón alargado, más conocido como “bordón del peregrino”. Y no valía cualquier especie de concha. Debía ser la Pecten jacobaeus, que mayoritariamente habita en la costa atlántica de Galicia.

Como demostración de que habían hecho el Camino, los que llegaban a Compostela seguían hasta el mar para hacerse con una. A veces era una exigencia, pues al regresar a sus cofradías jacobeas –en el Medievo estaban repartidas por toda Europa– se las iban a requerir.

Como sucede con tantas tradiciones medievales, también esta tiene su versión legendaria. Cronológicamente se ubica en el principio, allá por los tiempos del obispo Teodomiro, el mismo que localizó la tumba de Santiago en el siglo IX. Poco antes, siguiendo el relato legendario, un joven llamado Cayo Palenciano, que en ese momento iba de camino a su boda, se topó con una barca a la deriva.

Miniatura do Tombo A da Catedral de Santiago de Compostela

El obispo Teodomiro ante la tumba del apóstol Santiago. Miniatura en la catedral de Santiago de Compostela

Y no una cualquiera, sino la célebre barca de piedra en la que Atanasio y Teodoro llevaron los despojos del apóstol de Palestina a Galicia. Pensando en socorrer a los sufridos discípulos, la leyenda cuenta que el novio se lanzó al agua sin siquiera apearse de su montura. A continuación, el mar se calmó, y, gentil, posó a los náufragos sobre la playa. Por su parte, el jinete emergió sano y salvo, pero milagrosamente recubierto de vieiras.

Increíble, como mucho de lo que rodea a la leyenda de Santiago, desde su viaje post mortem hasta el nombre de la capital, Compostela. Heredero del latín campus stellae, tiene su origen en la historia del campesino Pelayo. Archiconocida en Galicia, esta aparece por primera vez en el Chronicon Iriense, una crónica altomedieval de la antigua diócesis de Iria Flavia (Galicia). Más tarde, la Historia Compostellana (siglo XII) insistía en la narración.

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