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Franco y el tabaco en la posguerra: el racionamiento que espoleó el estraperlo

Una ley con efectos secundarios

El 1 de octubre de 1940, el régimen franquista convirtió el tabaco en un bien de primera necesidad, un bien que había que racionar igual que la leche o los garbanzos

Cuando Carmen Sevilla actuó para los soldados en la última guerra de Franco

El tabaco fue uno de los bienes racionados durante la posguerra en 貹ñ

El tabaco fue uno de los bienes racionados durante la posguerra en 貹ñ

iStock

No hay que ser un experto para deducir que en épocas de ansiedad se fuma más. Está estudiado que las personas que viven con depresión o ansiedad tienen exactamente el doble de probabilidades de fumar que las que no.

Tomemos un caso dramático como ejemplo: las guerras. Cuando arrecia la muerte, parece que aquello de “fumar mata” pierde su efectividad. En la escena de la tregua en la película La vaquilla (1985), de Berlanga, ¿qué intercambian el personaje interpretado por Alfredo Landa y el oficial sublevado?, pues papel de fumar y tabaco.

Como explica Alejandro Riera Catalá en el ensayo Traficantes de humo. El crimen organizado en el contrabando de tabaco (Arcopress, 2018), en la Guerra Civil se pactaron numerosas treguas para que los de las líneas más avanzadas pudieran recibir sus cajetillas. Los cigarrillos eran parte indispensable del rancho, y se repartían incluso en los centros sanitarios.

La inmediata posguerra no modificó la situación. El 1 de octubre de 1940, con el racionamiento en marcha, se promulgó en 貹ñ una ley que convertía el tabaco, literalmente, en “un bien de primera necesidad” y al que “todos los varones tienen derecho”, según el texto.

Soldados liándose cigarrillos en el frente

Soldados liándose cigarrillos en el frente

Biblioteca Nacional

Tras la contienda, las familias españolas no tenían liquidez, no había importaciones y escaseaban los productos del campo. Para evitar hambrunas, el régimen se vio obligado a racionar los productos básicos.

En realidad, el gobierno de la República ya lo había hecho en marzo de 1937. La primera de las “cartillas de racionamiento” fue la del socialista Largo Caballero. Según el hispanista estadounidense Michael Seidman, en el sector nacional nunca hubo escasez extrema de alimentos. Sirvan como prueba los “bombardeos de pan blanco” que hacía la aviación franquista sobre las ciudades lealistas, una estrategia propagandística brutalmente efectista.

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En La victoria nacional. La eficacia contrarrevolucionaria en la Guerra Civil (Alianza, 2012), Seidman plantea la tesis de que la hambruna de posguerra se debió en gran medida al fracaso de las colectivizaciones en la 貹ñ republicana; también a la entrega a Stalin de las reservas de oro del Banco de 貹ñ, que habrían servido para avalar créditos en el extranjero.

En todo caso, con la guerra ya finalizada, una orden ministerial del 14 de mayo de 1939 estableció el racionamiento obligatorio de la leche, el azúcar, el pan, los garbanzos, el jabón y otros productos básicos, que solo se podían comprar mediante una cartilla, familiar al principio y unipersonal a partir de 1943.

En ella figuraba la cantidad de cada producto que le correspondía al portador –en función de la edad, el sexo y el estado de salud– e incorporaba unos cupones que se sellaban en los comercios, evitando que nadie comprara más de la cuenta.

Una cartilla de racionamiento

Una cartilla de racionamiento

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Pues bien, en 1940 el tabaco entró en esa categoría. Según explicó el Gobierno de la época, lo hacía “en atención a las circunstancias creadas por el actual conflicto internacional y con el fin de que la reducción necesaria del gasto de tabaco se distribuya entre todos los consumidores”. La justificación resulta interesante, pues eleva el producto a la categoría de imprescindible, tanto como la leche o los garbanzos.

Eso sí, solo tenían derecho los varones, porque “la mujer española, cristiana y decente, no puede fumar”, decía literalmente la ley. Si era hombre, uno presentaba la partida de nacimiento (solo accedían los mayores de 18 años), la cédula personal (un antecedente del DNI), la cartilla de racionamiento alimenticio, una declaración jurada que acreditara su cualidad de fumador y un certificado de buena conducta, y con todo esto le entregaban la llamada “Tarjeta de fumador”.

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