“Me asusta la idea de no volver a verte”, confiesa la chica siria al soldado ruso que imaginamos desnudo ante ella. Este calendario del 2017 nos sirve para ilustrar el colapso de una historia de ‘amor’ que no llegó a ser ni sexo

Una de las doce chicas sirias del calendario
La geopolítica transita como nuestras almas: tropezando entre el deseo y la realidad, entre la caricia que nunca llega y el tanque que no logra penetrar el cuerpo enemigo.
“Me di cuenta enseguida de que tu intención era seria”, dice una chica siria a un soldado ruso en una de las hojas del calendario.
En Fin de Año toca pasar página, y nada mejor para fijar los nuevos deseos como un buen calendario de papel: es el convencimiento impreso de que llegaremos intactos al siguiente 31 de diciembre, con todos los días de cada mes ordenados como si los fuéramos a gozar.
“Ya sabía cómo pasaría este verano”, afirma otra chica siria con un mensaje claramente erótico en otra hoja del calendario: ella nos mira como si fuéramos el soldado ruso al que desea.
Y así hasta doce sensuales jóvenes sirias, una por cada mes del año, expresando calor a los hombres del frío que protegían al régimen de Bashar el Asad y, de paso, las protegían a ellas.
El calendario, Desde Siria con amor , era una disimulada iniciativa del Kremlin, y todas las chicas aparecen vestidas con toques de tradición rusa interpretada desde la modernidad. Los calendarios caducados son siempre un espejo del presente, y este –del 2017– nos sirve para ilustrar el colapso de una historia de amor que no llegó a ser ni sexo.
Rusia puso su primer pie en Damasco al establecer en 1893 consulado en una ciudad todavía del imperio otomano. En los años setenta, con la guerra fría, abrió su primera base naval. Y en el 2015 Moscú aprovechó la guerra civil y la debilidad de Bashar para convertir parte de Siria en una especie de tercera República Popular tipo Donetsk y Luhansk. En pocos meses ya tenían instalaciones militares con aire acondicionado para mil personas. Está detallado en el manual para ampliación de imperios : cualquier invasor que se precie lo hará todo para sentirse cómodo.
Fue el primer hub militar ruso fuera del imperio desde la caída de la Unión Soviética, pero los tropiezos del deseo y la realidad son infinitos, y las chicas sirias del calendario ya saben cómo pasarán el próximo verano: el plantón ruso, a ellas y a su rais, ha sido cósmico.
El Kremlin intenta ahora minimizar los daños. Putin aseguró el jueves sin despeinarse que la caída de Bashar no supone ninguna derrota militar para Moscú. A los rusos les cuesta horrores aceptar sus derrotas, y se refugian en el mito de que ellos nunca han perdido una guerra. Como si Rusia hubiese ganado y arrasado a los ingleses, franceses y otomanos en 1856, a los japoneses en 1905, a los alemanes en 1918 o a los afganos en 1989. Por no hablar de su inapelable derrota en la guerra fría o los tres días que debía durar la operación militar especial en Ucrania.
“El destino de mi Palmira está en tus manos”, afirma otra chica del calendario [la que ilustra este Cabaret], muy en la línea esencialista rusa de considerar Moscú la Tercera Roma (el ejército ruso acabó fracasando en su intento de proteger las ruinas romanas de Palmira de los ataques de la hard yihad ).
“¿Cómo sabías que me gusta la música clásica?”, pregunta otra de las chicas al soldado invisible en un guiño al grupo paramilitar Wagner, entonces en auge y hoy disuelto en el ejército ruso.
El clímax de este pastel de geopolítica y sexo llega con la chica siria del mes de diciembre, con el mensaje que lanza al soldado ruso que imaginamos desnudo ante ella: “Me asusta la idea de no volver a verte”, le confiesa ella.
Al final de la batalla, el deseo se ha invertido: desde su llegada a Siria en el 2015, el ejército ruso –sobre todo su aviación– ha matado a más de siete mil civiles (de los cuales más de dos mil eran niños, y más de mil, mujeres).
Siete diciembres después de este calendario, ¿a cuántos sirios les asusta la idea de no perder definitivamente de vista a las tropas rusas, ahora replegadas a la espera de que el Kremlin convenza –o no– al nuevo poder, la yihad light , de que les deje continuar con sus bases?
Pasará lo que quiera que pase Constantinopla, protectora de los que han tomado los palacios de Damasco. En el partido de zares contra sultanes, los sultanes han goleado por cinco a cero. Lo acaba de afirmar Erdogan: “Turquía es más grande que la propia Turquía”. Es el Lebensraum otomano contra el Lebensraum ruso en la semifinal del Campeonato de Oriente Medio.
La última chica del calendario expresa, en el fondo, lo que debió sentir Bashar del zar durante los once días que duró su agonía: “Me asusta la idea de no volver a verte”. Putin afirma no haber hablado con su exmarioneta siria desde que hace trece días se escondió en Moscú. “Ya hablaré con él”, dijo el jueves casi despectivamente.
Un dictador caído es un muñeco roto, y es probable que lo que asuste ahora a la marioneta sea lo contrario, que la asuste la idea de volver a ver al que movía sus hilos y los acabó cortando.
Es lo que tienen los calendarios que estrenamos en Año Nuevo: el deseo y la realidad, las caricias y los impactos de misil, tropezando en 365 números.