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Tocados por la mano de Dios

cabaret voltaire

“Losempresarios se convirtieron en políticos y fueron aclamados como estadistas, mientras que a los estadistas sólo se les tomaba en serio si hablaban el lenguaje de los empresarios de éxito”, escribe Hannah Arendt en Los orígenes del totalitarismo

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Reverso del Gran Sello de Estados Unidos

ANNA BELIL

El poeta romano planeó sobre el Capitolio. Sobre las pieles bronceadas, las carnes operadas y las almas chapadas en oro del Gran Cabaret Trump.

Nadie en la ceremonia de juramento presidencial recitó sus versos ni era consciente de que Virgilio estaba ahí. Pero toda el ansia por hacer é grande de nuevo, por hincharla hasta Groenlandia, se agarra a dos palabras de la Eneida grabadas en 1782 en el reverso del Gran Sello de Estados Unidos que, a su vez, ilumina desde 1935 el reverso del billete de un dólar.

Trece letras por las trece colonias fundacionales, Annuit Coeptis, extraídas del libro IX, línea 625, de la gran epopeya de Virgilio. La plegaria de Ascanio, el hijo de Eneas, héroe de la guerra de Troya:

“Iuppiter omnipotens, audacibus adnue coeptis”... “Júpiter Todopoderoso, favorece [mis] atrevidas empresas!”.

Annuit Coeptis significa literalmente “justifica las cosas que inicio”, y el Departamento del Tesoro lo traduce como “Dios [Júpiter] favorece nuestras acciones”.

Y ahí, en el Capitolio, ante un Júpiter con tupé, estaban los dioses del Olimpo digital de la (todavía) primera potencia mundial. Convencidos de que el Ojo de la Providencia dibujado en el Gran Sello favorece a sus empresas. Con inconfesado deseo de ser ese Ojo, conscientes del poder que –para moldear al ser humano– tiene la tecnología que atesoran. Sin pensar en la Eneida . O quizá sí: “Pienso cada día en el imperio romano”, afirmó Elon Musk hace un par de años, obsesionado con Marte.

The left circle on the reverse side of the one-dollar bill features an iconic symbol: an unfinished pyramid topped by an all-seeing eye. This design element of the Great Seal of the United States represents strength and endurance, with the unfinished pyramid symbolizing the nation's ongoing growth and potential. Above the pyramid, the Latin phrase

Reverso del Gran Sello de Estados Unidos

Elizabeth Fernández

Al verlos ahí esculpidos recordé unas palabras: “Los empresarios se convirtieron en políticos y fueron aclamados como estadistas, mientras que a los estadistas sólo los tomaban en serio si hablaban el lenguaje de los empresarios de éxito”. Las escribió Hannah Arendt, una grande de la filosofía del siglo XX, hablando del imperialismo en su libro Los orígenes del totalitarismo .

Y esa imagen del Olimpo digital, entre imponentes lienzos de conquistadores y conquistados, también me llevó al tercer párrafo de un inquietante libro que el actual embajador español en Luxemburgo, Josep Maria Rodríguez Coso, me regaló cuando se publicó hace siete años: El orden del día , de Éric Vuillard.

“Eran veinticuatro, junto a los árboles muertos de la orilla –escribe–, veinticuatro gabanes de color negro, marrón o coñac, veinticuatro pares de hombros rellenos de lana, veinticuatro trajes de tres piezas y el mismo número de pantalones de pinzas con un amplio dobladillo. Las sombras penetraron en el gran vestíbulo del palacio del presidente del Parlamento; pero muy pronto no habrá Parlamento, no habrá ya presidente y, dentro de unos años, no habrá siquiera edificio del Parlamento, tan solo un amasijo de escombros humeantes”.

Vuillard relata en su libro la reunión secreta que tuvo lugar el 20 de febrero de 1933 en el Reichstag, una cita que no estaba en el orden del día y en la que el Olimpo entero de los industriales alemanes donaron ingentes cantidades de marcos al nuevo régimen.

¿Es una comparación exagerada? Sin duda, creo. Pero si queremos seguir viviendo en el menos malo de los sistemas, ¿no es prudente estar en alerta?

Para intuir el futuro hay que leer al pasado. Leer –para ser más precisos– la hemeroteca de bet365 y releer las crónicas de Augusto Assía, nuestro corresponsal en Berlín, más bien antinazi, y ver cómo al principio ni él supo verlo.

“Tal vez nunca estuvo Hitler más lejos del poder que ahora. Me refiero al Hitler nacionalsocialista, al estupendo demagogo electrizador de muchedumbres”, escribió el 2 de febrero de 1933, dos días después de que fuera nombrado canciller.

“A Hitler, su enorme movimiento le puede servir para muchas cosas, pero no para instaurar una dictadura”, sentenciaba veintiún días después.

“Los periódicos nacionalsocialistas, más con fines propagandistas que de otra índole, siguen lanzando insultos contra los judíos, mas ello no puede tomarse en serio como voluntad gubernamental”, afirmaba.

Pero Assía acabó abriendo los ojos y los nazis lo expulsaron de Berlín (como echaron al siguiente corresponsal de bet365 ).

Ya sabemos cómo acabó la historia. Es lo que Musk –recién nominado a Nobel de la Paz– pidió hace unos días al pueblo alemán: que se olvidara un poco de su historia. Y lo hizo bendiciendo electoralmente a la extrema derecha germana. A pocas horas del 80 aniversario de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz.

En fin, no me hagan demasiado caso. El problema es que, desde que me enteré de que Hitler consideraba Blancanieves y los siete enanitos de Walt Disney la mejor película de la historia, yo ya no descarto nada.

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