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Un Papa libre

La actitud renovadora de Francisco

El sello propio del argentino llegado del fin del mundo, que se saltaba las normas y viajaba a las periferias, será también su legado

Última hora y reacciones en directo a la muerte del Pontífice

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El papa Francisco, con una corona de plumas, en su visita a Vanimo, Papua Nueva Guinera, en el 2024

Guglielmo Mangiapane / Reuters

Después de arrastrar problemas respiratorios y cansancio durante días, al papa Francisco le tuvieron que rogar para que saliera de su residencia en la Casa de Santa Marta y se encaminara al hospital. No quería ir. Hasta que no le subió la fiebre, no escuchó a los médicos que querían que tuviese unos cuidados diferentes. Los médicos luego le recomendaron reposo durante dos meses: el sábado saludó a los fieles en la Basílica de San Pedro. Ayer, impartió el Urbi et Orbi.

A nadie ha sorprendido nunca la testarudez el Pontífice. Francisco, el primer Papa latinoamericano, demostró desde sus primeras palabras asomado en la plaza de San Pedro que no iba a seguir ninguna pauta. “Buona sera”, exclamó. “Ustedes saben que el deber del Cónclave era darle un obispo a Roma. Siento que mis hermanos cardenales fueron a buscarlo al fin del mundo”.

El Papa habituó a los periodistas a las sorpresas. Se saltaba las medidas de seguridad y los protocolos para dar abrazos o tomar el mate que le ofrecían en las audiencia. Durante la pandemia se escapó de la cuarentena para caminar por las calles desiertas del centro de Roma. Acudía a la iglesia de San Marcello para rezar ante un crucifijo de madera considerado milagroso, porque quedó intacto en un incendio de 1519 y en 1522 fue sacado en procesión por los barrios de Roma para invocar el fin de la peste. El año pasado, en Papúa Nueva Guinea se obstinó en ir a un lugar remoto en la jungla cuyo aeropuerto no tenía el elevador necesario para su silla de ruedas, pero, como realmente quería visitar a los misioneros argentinos que trabajan con los más pobres, logró bajar con la rampa trasera de un avión de mercancías prestado por Australia.

Visión amplia

El Papa prefirió centrarse en las periferias de la Iglesia, nunca le interesó el protocolo de visitas a grandes polos católicos

Fue el primer papa jesuita, y nunca le interesó seguir el protocolo de visitas consuetudinarias a grandes polos católicos como Francia o España. Prefirió centrarse en las periferias de la Iglesia, tanto en países donde el catolicismo es perseguido o en los lugares más pobres del planeta. En su viaje a República Democrática del Congo y Sudán del Sur fue evidente que el músculo de la Iglesia se encuentra en África, mientras la secularización se expande por Europa. Uno de sus últimos viajes, en septiembre del 2023, fue a Mongolia: un país con solamente 1.400 católicos, una de las comunidades más pequeñas del mundo, en un país de mayoría budista. Gran parte de sus habitantes (un 30%) son todavía nómadas y muchos ni habían escuchado hablar de este Papa que llegó hasta Timor Oriental, pero en cambio no visitó grandes capitales europeas como Madrid o París. En Ulan Bator llegó hasta el misionero italiano Giorgio Marengo, que luego se convirtió en el cardenal más joven del Colegio Cardenalicio con 48 años.

Otra de las obsesiones de su pontificado fue el diálogo interreligioso, desde el histórico encuentro con el patriarca ruso, Cirilo I, en el 2016 en Cuba, a tender la mano al islam chií al visitar en el 2021 al gran ayatolá Ali Al Sistani, la autoridad más respetada dentro de los chiíes iraquíes. Fue el primer Papa en pisar la península Arábiga y también el primero en entrar en un instituto para la formación de imanes. Lo hizo en el primer día de su visita a Marruecos, un país donde prácticamente la totalidad de su población es de religión musulmana. En el 2018, firmó un histórico acuerdo para el nombramiento de obispos en China, un país con el que el Vaticano no mantiene relaciones diplomáticas desde 1951, dos años después de la llegada al poder de los comunistas.

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El Papa con un grupo de fieles chinos, en el Vaticano, en el 2018

Gregorio Borgia / Ap-LaPresse

“Usted sabe que hay algunas críticas: que el Papa no es valiente, que es un inconsciente, que está tomando pasos contra la doctrina católica, que está a un paso de la herejía... Son riesgos, pero estas decisiones se toman siempre en oración, en diálogo, pidiendo consejo. No son un capricho”, dijo, en una de sus ruedas de prensa a bordo del avión papal, donde siempre habló sin pelos en la lengua.

Jorge Mario Bergoglio fue también el Papa que sorprendió al mundo al autorizar que los sacerdotes puedan bendecir a las parejas homosexuales siempre y cuando esta bendición no se equipare de ninguna forma al matrimonio, que para la Iglesia sigue siendo exclusivo entre un hombre y una mujer. La medida, el mayor paso para la inclusión del colectivo LGTBI hasta la fecha en la Iglesia católica, generó un clamor enorme entre los sectores más ultraconservadores de la Iglesia. Nunca dudó de sus pasos, ni al defender a los inmigrantes de las deportaciones de Donald Trump. Este domingo recibió a su vicepresidente J.D. Vance, pero su último mensaje fue a favor de la acogida de los refugiados.

Pugna interna

La libertad de Francisco puso de los nervios a los ultraconservadores, que nunca lo dejaron de ver como un enemigo

Estas posturas y esta libertad pusieron de los nervios a los ultraconservadores, que nunca lo dejaron de ver como un enemigo. En sus doce años de pontificado Francisco puso patas arriba el Vaticano al retirar la gestión de fondos de la antes todopoderosa Secretaría de Estado, reformar la Administración vaticana y sus diferentes dicasterios. Con sus críticas al neoliberalismo y sus fuertes posiciones políticas en cuestiones como la migración o el ecologismo se convirtió rápidamente en un líder global. Un primer momento clave del papado del argentino fue el sínodo de la familia en el 2014, en el afrontó abiertamente los temas más controvertidos en la Iglesia, desde la aceptación de los divorciados al abrazo a la comunidad LBGT. Ahí empezó a granjearse enemigos. Poco después cuatro poderosos cardenales firmaban la famosa carta de las dubia (dudas), que protestaba porque plantease que los divorciados vueltos a casar pudieran volver a comulgar en algunos casos. Los ultraconservadores tampoco le han perdonado que revirtiera una de las mayores medidas de Benedicto XVI al reimponer restricciones sobre las misas en latín.

Ni siquiera le tembló la mano para castigar a los que creía que se lo merecían. Como algunos de sus mayores opositores. El arzobispo Carlo María Vignó fue excomulgado después de que la Congregación para la Doctrina de la Fe le hallara culpable del delito de cisma, es decir, de haber dividido la Iglesia. Al cardenal estadounidense Raymond L. Burke, uno de sus detractores de más importancia, a quien le retiró el sueldo y el apartamento pagado por la Santa Sede. Para crímenes monumentales, castigos ejemplares. Esto es lo que pareció decir Francisco al haber firmado la retirada del estatus clerical al excardenal Theodore McCarrick, la figura que más representaba la gravedad de la lacra de los abusos sexuales clericales a menores en Estados Unidos.

El legado del papa Francisco también será este sello propio, que ejerció hasta el final y que se plasmará en sus propios funerales, simplificados respecto a los de los anteriores pontífices. O en el conclave, después de diseñar un Colegio Cardenalicio con muchos más purpurados de países de Asia y África, algo que hace pensar que la cita en la Capilla Sixtina no seguirá las dinámicas tradicionales. La Iglesia se queda huérfana de un papa libre que nunca dudó en seguir sus propias convicciones.

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