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El interruptor del jesuita Ricci

El próximo Papa

La Compañía de Jesús intentó repetir en la China confuciana la aventura del misionero Francisco Javier en Japón

A priest of the Chinese Catholic church while reading the Holy bible near Saint Matteo Ricci torso. April 22, 2003. (Photo by Edoardo Fornaciari/Getty Images).

Un sacerdote de la Iglesia católica china lee el Evangelio al lado de un busto del jesuita Matteo Ricci

Edoardo Fornaciari / Getty

El mundo sería hoy distinto si el cristianismo hubiese logrado entrar en el corazón y en la mente del pueblo chino. Hace poco más de cuatrocientos años, la Iglesia católica tuvo la oportunidad de intentarlo, pero una disputa doctrinal sobre la flexibilidad del mensaje evangélico le hizo perder una preciosa oportunidad. Ese momento China lleva el nombre del jesuita italiano Matteo Ricci, personaje legendario.

Nacido en 1550 en Macerata, región de las Marcas, muy cerca del Adriático, el mar de la República Veneciana, el mar de Marco Polo, Matteo Ricci cayó de joven en la marmita de la sapiencia. Educación de alto nivel. Un hombre que vino a este mundo a estudiar fue seleccionado por la Compañía de Jesús para intentar repetir en China la aventura del misionero navarro Francisco Javier en Japón.

Se trataba de impresionar a los mandatarios chinos con los mejores conocimientos sobre la tierra y el cielo. Astronomía, matemáticas, mecánica y geografía. Ricci y otros catorce jesuitas atravesaron el estrecho de Malaca con una misión difícil: adaptarse a la cultura china, empaparse de ella, aprender el idioma, llegar hasta el emperador Wanli (dinastía Ming), iniciar una cualitativa labor de proselitismo y obtener permiso para la evangelización del país más poblado de la Tierra.

Al principio fue un mapa. Ricci llegó al puerto de Macao con un prisma de cristal, un reloj mecánico y un mapa mundi en el que aparecían todos los países de los que en Europa se tenía noticia. El prisma descomponía la luz, el reloj daba las horas y el mapa explicaba que había otros países además de China, cosa que causó una gran sensación. El Kūnyú Wànguó Quántú (Mapa de los diez mil países del mundo) revolucionaría la mirada que la corte imperial tenía del mundo. Era el primer encuentro trascendental entre Occidente y Oriente.

A medida que iba avanzando en el conocimiento de la cultura china, Ricci fue comprendiendo que la evangelización no podía hacerse al margen o en contra de los principios básicos de aquella civilización milenaria. Había que adaptarse a ella. Había que absorberla, había que respetarla.

Empezó a vestir ropajes chinos, escribía mandarín con fluidez y adoptó el nombre de Li Madou. Li: beneficio, ventaja, provecho. Madou: translación fonética de Matteo. Li Madou, humilde servidor de Occidente . Cuando finalmente la comitiva llegó a Pekín en 1601, después de un largo periplo por diversas ciudades, Ricci parecía un sabio confucionista de luengas barbas. Era astuto. Impresionaba a los mandatarios locales con técnicas que le permitían memorizar muchos nombres y números. Escribió en chino un tratado sobre la amistad y publicó un libro sobre el matemático y geómetra Euclides en colaboración con Xu Guangqi, el primer alto funcionario imperial que se convirtió al cristianismo. Fue Guangqi quien le convenció de que el mensaje de Cristo no podría prosperar si no se adaptaba al confucionismo, el sistema filosófico, ético y político desarrollado a partir de las enseñanzas de Confucio (551-479 a.C.) y sus discípulos.

Aquel gran país jamás abriría la puerta a una religión extranjera desvinculada de su cultura. Ese fue el mensaje que Ricci transmitió a Roma. Había que adaptar el cristianismo al confucionismo. Había que permitir que los nuevos cristianos chinos mantuviesen las ceremonias de culto a los ancestros y el culto a Confucio. Había que presentar a Dios como Thianzu (el Señor del Cielo). La estrategia de adaptación gustó a la Compañía de Jesús y parecía no encontrar graves obstáculos en la Santa Sede. El culto a los muertos podía aceptarse como tradición cultural. China bien valía un esfuerzo de adaptación.

La Compañía de Jesús estuvo a punto de introducir bien el cristianismo en China gracias a Matteo Ricci

Franciscanos y domínicos, no muy amigos de los pujantes jesuitas, empezaron a murmurar y acusaron a Ricci y a sus compañeros de promover la idolatría. Se desató la ‘controversia de los ritos’, que duró años y fue zanjada en 1714, cuando Ricci ya había muerto en China. En la bula Ex aequo singulari , Benedicto XIV estableció que los ritos chinos eran idolatría. Los cristianos chinos debían rechazar los ritos ancestrales. Entonces se cerraron las puertas. Los nuevos emperadores de la dinastía Quing (manchúes) prohibieron el cristianismo, que regresaría un siglo después al lado de las fuerzas coloniales.

A principios del siglo XX, la rebelión nacionalista de los Boxers quemó iglesias. Tras la victoria de la revolución comunista en 1949, el cristianismo pasó a ser considerado religión colonial, se decidió la expulsión de los misioneros extranjeros y del nuncio vaticano (embajador) Antonio Riberi. Y se procedió a la creación de una Asociación Católica Patriótica China que no aceptaba la autoridad de Roma. Sus obispos eran nombrados directamente por el Gobierno comunista. Junto a esa singular Iglesia nacional, siguió existiendo un catolicismo clandestino duramente perseguido.

Resolver esta situación ha estado en la mente del Vaticano desde Pablo VI, que defendió públicamente el ingreso de la República Popular China en la ONU en 1965. La legendaria figura de Matteo Ricci acabaría siendo rehabilitada, y el jesuita Jorge Mario Bergoglio quiso dar un paso más: negociar con las autoridades chinas un nuevo estatus del catolicismo.

Francisco encomendó esta misión al secretario de Estado Pietro Parolin, diplomático de carrera, cardenal que estos días aparece como un sólido aspirante a la sucesión. (Quizás se habla demasiado de él). Parolin negoció pacientemente con Pekín un mecanismo de elección de los obispos chinos, en un acuerdo de naturaleza confidencial renovado en los últimos años. Un acuerdo secreto que se supone que concede al gobierno de Xi Jinping la última palabra sobre los obispos católicos.

2018. El pacto del Vaticano con China coincidió con el ingreso de la República Italiana en la Nueva Ruta de la Seda. Paz espiritual y colaboración portuaria. El enfado en Washington fue mayúsculo. Tremendo. Y el ala más conservadora de la Iglesia no ha dejado de criticar la naturaleza secreta del pacto. Parolin deberá estar atento.

La Iglesia católica mira a Asia, como señalaba el lunes Antoni Puigverd en bet365 . Y el gobierno de los Estados Unidos, muy interesado por Asia, también mira mucho al Vaticano.

Entretanto, el confucionismo se robustece en China. El Partido Comunista también se ha ‘inculturado’. El principal ideólogo del PCCh, Wang Huning, defiende un poder más centralizado, una lucha más severa contra la corrupción y una mayor armonización con la vieja tradición cultural china.

El reciente pacto secreto entre el Vaticano y Xi Jinping irrita mucho a Estados Unidos

El PC chino quiere ser más confucionista. Rusia ha regresado al zarismo y el nuevo vicepresidente de los Estados Unidos, JD Vance, cita a san Agustín en clave conservadora. Ahora toca a la Iglesia católica redefinir su papel en este nuevo mundo en el que la luz se va. El pacto secreto con China pende sobre el cónclave.

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