El hotel Bilbaíno de Benidorm está en obras. Necesitaba una reforma integral y la comenzó recientemente con la idea de reabrir al público, si todo marcha bien, en el verano de 2026. El modesto establecimiento de tres estrellas, lejana su altura de la mostrada por los gigantescos rascacielos que han dado fama al skyline de la ciudad, goza sin embargo de una ubicación privilegiada, en primera línea de la playa de Levante, y de una característica única de la que ningún otro hotel de Benidorm puede presumir: es el primero que se inauguró en la ciudad.
Porque no había nada más que alguna humilde fonda en su pueblo natal cuando, a mediados de los años 20 del pasado siglo, Pedro Cortés Barceló, tras haber pasado años embarcado, como tantos hijos de esta árida tierra, decidió que había llegado el momento de asentarse. Y lo hizo inspirado por lo que había visto y vivido en una remota e importante ciudad portuaria de sugestivo nombre, Valparaíso, en la costa de Chile. En nada, salvo en su vocación turística, se parecen hoy ambas ciudades; habría que acercarse a las coloridas casas de la marinera Vila-Joiosa para hallar alguna similitud estética.
Fundó un establecimiento de tres alturas, que alojaba a los clientes en las dos primeras y al personal en la más alta
Pedro Cortés llamó a su hotel 'Bilbaíno' (con tilde, aunque los naturales de la villa vasca presuman de no tildar jamás su gentilicio) no porque tuviera alguna relación con el lugar, sino porque durante veinte años ejerció de mayordomo en buques de las Navieras Bilbaínas, empresa de la cual debía guardar un buen recuerdo. Con la ayuda de su mujer, Angelina, fundó un establecimiento de tres alturas, que alojaba a los clientes en las dos primeras y al personal en la más alta.
Empresarios de la industrial Alcoi y el naciente turismo madrileño componían la clientela principal de un hotel que presume de haber alojado al cantante y actor mexicano Jorge Negrete en los años de posguerra, cuando el famoso intérprete se hallaba en la cima de su popularidad.

En primera línea de la playa de Levante, permanece el hotel Bilbaíno, ahora cerrado por reforma.
No sería hasta la aprobación del Plan General de Ordenación Urbana de 1956, siendo Pedro Zaragoza alcalde, cuando el pausado crecimiento de Benidorm se desataría, para dar paso a una década que vio florecer más de 60 hoteles de vertiginosa altura que determinarían un cambio radical hacia la ciudad vertical que los avispados tour operadores británicos convertirían en el sueño soleado de millones de familias. El Hotel Bilbaíno mantuvo siempre su privilegiada ubicación, aunque despareciera el inmueble original para dar paso a otro más acorde a los tiempos.
Antes que los británicos, llegarían los vascos, que quizá atraídos por el nombre del establecimiento han sido históricamente fieles clientes del hotel. Algún día habrá que relatar in extenso lo que en cierta lejana ocasión nos contaba el avispado alcalde Zaragoza, que en 1964, consciente del poderío económico vizcaíno de la época, organizó en 1964 unas jornadas de promoción en la lujosa Sociedad Bilbaína. No contento con eso, en colaboración con la empresa Viajes Ecuador, se las arregló para que la Caja de Ahorros financiara la luna de miel de 150 parejas del botxo en Benidorm, entre el 4 y el 12 de mayo de aquel año, con excursiones incluidas a València, Guadalest y Elx, e invitó al alcalde vizcaíno, Javier Ybarra, a la inauguración de la Avenida Bilbao.

El Hotel Bilbaíno, en primera línea, en los años 40.
El alcalde Zaragoza se las arregló para que la Caja de Ahorros Vizcaína financiara la luna de miel de 150 parejas del botxo en Benidorm, entre el 4 y el 12 de mayo de 1964
La operación 'B-B' (Bilbao-Benidorm) dio sus frutos, como aún hoy se percibe en las calles y en la hostelería del casco antiguo, única zona donde la Union Jack no predomina en el frontispicio de bares y restaurantes. No sería esa, ni mucho menos, la única acción promocional del alcalde franquista, en cuyo mandato se creó, por ejemplo, el festival de la canción que lanzó la carrera de Julio Iglesias, precedente del Benidorm Fest.
Zaragoza apostó por captar un turismo popular, que consideraba más fiel que el de las élites, y en anécdota mil veces repetida -y puesta en duda por algún que otro cronista- defendió la necesidad de relajar -para no ahuyentar al naciente turismo europeo- la severa visión católica preconciliar con que la dictadura reprimía hasta entonces (y aún entonces en gran parte del país) el uso de prendas pecaminosas como el bikini. Pero esa es otra historia.