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El encanto rústico del monasterio de Rozhen

Postal desde Bulgaria

Melnik se esconde en una quebrada entre paredes de arenisca. Su calle principal discurre por un lecho seco de arena. Allí se asoman casas de planta recia con el segundo piso en voladizo sostenido por largas vigas. Muchas riadas habrán visto, quizá tantas como bandazos ha pegado la historia, aquí, en estas tierras de frontera que unas veces caían del lado de Bizancio y otras del lado del imperio búlgaro. Y cuando no fue una guerra, fue la catástrofe de la filoxera la que arrasó sus afamados viñedos.

En poco más de un siglo, Melnik pasó de veinte mil habitantes a los trescientos de hoy. Basta encaramarse por la ladera para encontrar mucha piedra de lo que fue, capillas arruinadas, raíces de muros, los antiguos baños turcos, y por fin mi pensión, donde me sirven el mejor yogur del mundo. No en vano, hace seis mil años que lo producen, que de aquí salió para conquistar el mundo.

Rozhen puede que no encabece la primera división de los monasterios búlgaros, como Rila o Bachkovo

La arena de la calle ha bajado del monte. Las laderas se desmenuzan y quedan esculpidas en forma de pirámide, puede que con un plumero vegetal en la cima. Lo veo en Melnik y a lo largo del camino que lleva al monasterio de Rozhen, a diez minutos en coche, una hora andando.

Rozhen puede que no encabece la primera división de los monasterios búlgaros, como Rila o Bachkovo. Habrá quien lo califique de austero o rústico. Pero este es su encanto, una autenticidad sin afectación ni faramalla. El recinto que lo envuelve levanta un muro liso, con ventanas solo en lo más alto. El acceso es estrecho y bajo, una portalada fácil de proteger. Y, lo que por fuera era muro, dentro son dos o tres pisos de dependencias con espaciosas galerías de madera. Encierran un patio con la iglesia en el centro y una parra que da sombra desde hace tres siglos, desde el último incendio. Quizá fue entonces cuando se esfumaron las evidencias de quién fundó el monasterio, y cuándo.

Monasterio de Rozhen, Bulgaria

Monasterio de Rozhen, Bulgaria

Getty Images/iStockphoto

En cualquier caso, la iglesia ya estaba viva antes del siglo quince. De un siglo más tarde son los frescos que velan sus dos accesos. Sobre el dintel de la puerta de poniente, Jesús se sienta en un trono rodeado por los apóstoles. En la que da al mediodía, los profetas que anuncian el advenimiento del Cristo envuelven a la Virgen, que sostienen al niño Jesús. Es en esta fachada sur de la iglesia, también, donde un fresco muestra la escalera al paraíso y el juicio final.

Ya en el siglo XVIII, decoraron con flores las vidrieras de la iglesia, rememorando la belleza del jardín del edén. Es por aquellos años que Rozhen devino una dependencia del monasterio de Iviron del Monte Athos, y de allí llegó el icono de la Virgen con el niño que se guarda en una capilla adjunta a la iglesia. Es una copia. La pintura original se atribuye a san Lucas Evangelista y se cuenta que la tenía una viuda de Nicea cuando en el imperio bizantino se impuso la fiebre iconoclasta.

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Los soldados que se incautaban de las imágenes para destruirlas pasaron por casa de la viuda a recoger el icono. En el rifirrafe, la virgen pintada recibió un corte en la mejilla y la imagen sangró. Sea como sea, y como ya se hacía de noche, la viuda rogó que se llevaran el icono a la mañana siguiente. Los soldados se conformaron. Y la viuda y su hijo aprovecharon la oscuridad para lanzar el icono al mar. El icono partió sobre las olas hacia poniente. Y el hijo siguió su ruta hasta que alcanzó el monte Athos, donde se hizo monje. Tiempo después, frente a la costa donde se asienta el monasterio de Iviron, reapareció el icono sostenido por una columna de fuego. Guiado por una visión, uno de los monjes, el padre Gabriel, lo rescató andando sobre las aguas. El icono fue colocado en la iglesia principal, pero a la mañana siguiente había desaparecido. Lo buscaron por todo el monasterio, hasta que lo encontraron sobre las puertas del recinto. Lo mismo sucedió la noche siguiente. Y, como los monjes no acertaban con el motivo de tales viajes, la misma Virgen se lo reveló al padre Gabriel en un sueño: “Queréis protegerme”, le dijo, “pero seré yo quien os proteja”. Entonces le prepararon una capilla junto a las puertas del monasterio y de ahí que la imagen reciba el nombre de Panagia Portaitissa, que sería algo así como la Virgen Portera.

Los poderes taumatúrgicos del icono son de tal magnitud que hasta se transmiten a sus copias, como las que hay en Moscú, Montreal o Hawái. Pero, puestos a pedir, ¿por qué no acercarse al original? Busco en mi agenda a ver si puedo hacerle un hueco. Anoto: próxima parada, el monte Athos.

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