bet365

En la isla de 'The White lotus'

Postal desde Tailandia

La embarcación iba atestada. No era especialmente grande y parecía que la hubieran construido alrededor del pasaje, pero comprimiéndolo un poco. Tampoco me pareció muy segura. Su único compartimento, donde los pasajeros se sentaba en bancos corridos, iba de proa a popa y podía verse como, al batir de las olas, el casco se encorvaba a babor y estribor.

Preferí instalarme en la menuda cubierta de proa, por si, llegado el caso, hubiera que saltar al mar. Pero alcanzamos la isla sin novedad y desembarcamos en un breve muelle de madera. Ko Samui. Lo primero que vi, un restaurante que anunciaba su plato estrella: “spanish meet balls”.

El parque nacional de Ang Thong comprende un archipiélago con más de cuarenta islas

Como no sabía qué me esperaba, había reservado un par de noches en un resort. Su categoría, que hoy quedaría en aceptable, estaba muy por encima de lo que tenía por costumbre. Y me descubrieron qué era un panqueque de verdad, mullido, caliente, regado con sirope de arce o miel.

Sin embargo, después del segundo desayuno, cercado por un servicio numeroso y asaltado con la pregunta de “come si è svegliata questa mattina la signora”, busqué otro alojamiento más acorde con lo que me merecía, y lo encontré en unas cabañas plantadas en la arena a escasos metros de la playa. Que su techo de paja dejase entrar la lluvia añadía emoción al asunto.

Un parque paradisíaco del parque nacional AngThong

Un parque paradisíaco del parque nacional AngThong

Getty Images

De la estancia en la isla guardo algunas instantáneas. Hay una visita a las cascadas de Na Muang, donde un chaval austríaco, sin que viniera a cuento, me dispensó una clase sobre la democracia. También la excursión al parque nacional de Ang Thong. El parque comprende un archipiélago con más de cuarenta islas, todas cubiertas de vegetación con sus macacos y rodeadas de fondos marinos donde peces de colores se esconden por los jardines de coral. Una maravilla, y más si, después del baño y de ascender a un mirador para apreciar el sarpullido de islotes, en el barco preparan sobre brasas un pescado al punto, que sirven acompañado de arroz.

Supongo que hubo también playa a granel, aunque evitando el sol del mediodía. Además, por las tardes, a pocos metros de mi cabaña, impartían unas nociones de esquí acuático. No creo que fuera el primer día, y puede que tampoco el segundo, pero al final me apunté. Y descubrí la cantidad de agua que puede ingerir un cuerpo humano cuando le pegan un tirón y es arrastrado por una lancha motora. Vamos, una cura de humildad para quien no admite que su disposición corporal, y hasta su predisposición genética, orientan en la dirección contraria.

Lee también

Pero tengo testimonios que, por una vez, conseguí levantarme y trazar un amplio ruedo sobre las aguas. De la gesta guardo un recuerdo, por mucho que alguna mente retorcida podría alegar que el puntito que aparece en la diapositiva bien podría ser una mosca.

Y por fin, al caer el sol, me iba andando descalzo por donde se duermen las olas. Que no es una imagen que deba acompañarse con un lema evocador, sino que tenía un fin: acercarme hasta un arrabal cercano. Serían cuatro o cinco casuchas, mucho bambú y poco cemento, y un restaurante. En su carta, curry de cangrejo. Luce en mi cabeza como el primer día, con pirotecnia incluida. No he encontrado otro igual.

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...