Cuando Ingrid decidió adoptar a su primera gata, no podía imaginar el desafío que le esperaba. Se dejó guiar por la protectora y, casi sin darse cuenta, terminó conviviendo con Frida, una gata adulta joven que jamás había socializado con humanos. No era solo tímida o asustadiza; era una gata feral, y su miedo a las personas era atroz.
La convivencia era desgarradora. Frida no solo pasaba el día escondida bajo el sofá, sino que, cuando caía la noche y reunía el valor para salir, lo hacía con un único propósito: escapar.
Ingrid, a través de una cámara, veía cómo la gata se acercaba al cristal del balcón, buscando desesperadamente una salida. No exploraba, no jugaba, no se relajaba ni un instante.

Frida encontró su refugio en los brazos de Ingrid, demostrando que la paciencia y el cariño pueden deshacer los nudos más duros del alma
Ingrid convivía con ella, pero era como compartir hogar con un fantasma que se deslizaba en las sombras. Y cada vez que la veía, a Ingrid se le partía el corazón, deseando poder hacer algo para aliviar su sufrimiento.
Era una situación angustiante, preocupante. Frida no estaba simplemente asustada; vivía en un estado de alerta constante, prisionera de su miedo. Ingrid intentaba moverse lo menos posible para no asustarla, pero la impotencia crecía cada día.
Muchas personas, en su lugar, habrían devuelto a Frida, pero Ingrid nunca se planteó esa opción. Sabía que Frida merecía una oportunidad, y estaba dispuesta a hacer todo lo posible para ayudarla.
Un paso hacia la esperanza
Ingrid me contactó a través de mi , y cuando evalué la situación, le expliqué algo fundamental: no es lo mismo trabajar con un gato miedoso debido a un trauma que con una gata feral adulta. Un gato que ha tenido una mala experiencia con los humanos puede, con paciencia y trabajo, recuperar la confianza. Pero un gato que nunca ha socializado, que no ha vivido el proceso de habituación en su etapa de desarrollo, tiene una realidad completamente distinta. No podíamos cambiar su personalidad ni esperar que se convirtiera en una gata faldera. Lo más realista era aspirar a que Frida se sintiera segura y cómoda en su hogar, y que, con el tiempo, pudiera tolerar la presencia de Ingrid.
Entre otras cosas, le propuse adoptar otro gato, preferiblemente un cachorro, para que Frida tuviera un compañero felino que, con suerte, le enseñara que el hogar no era un lugar peligroso. Un gatito joven no supondría una amenaza para ella y, dependiendo de su carácter, incluso podría ayudarla a ganar confianza.

Comprender la complejidad de los gatos ferales: la historia de Frida y cómo su evolución muestra la importancia del respeto y la paciencia
Ingrid hizo un acto de fe y valentía, y decidió dar el paso. Así llegó Coco, un gatito de tres meses, lleno de energía, diversión y seguridad en sí mismo.
La adaptación no fue fácil. Las estrategias habituales para introducir un nuevo gato no servían en este caso. Frida no respondía a premios ni refuerzos positivos porque seguía sin salir cuando Ingrid estaba cerca. Tuvimos que recurrir a la creatividad y al ingenio para encontrar estrategias que nos permitieran avanzar respetando su naturaleza.
Un vínculo inesperado
Al principio, Frida tenía miedo de Coco, pero poco a poco comenzó a aceptar su presencia. Lo veía jugar, explorar y, lo más importante, acercarse a Ingrid sin miedo. Con el transcurso de los días, pasó del rechazo a la convivencia.
En pocas semanas, Coco y Frida eran inseparables. Compartían juegos, siestas y momentos de compañía, pero lo más valioso fue que Coco se convirtió en un pilar fundamental para Frida. Gracias a él, empezó a sentirse más segura y a relacionarse con su entorno de una forma que antes parecía imposible.
Han pasado años desde entonces. Coco ya es un gato adulto, pero su papel en la vida de Frida sigue siendo el mismo. Ella ya no vive bajo el sofá, sino que duerme con Coco a los pies de la cama de Ingrid y, lo más emocionante de todo, es que Frida cada vez confía más en Ingrid. En los últimos meses, Ingrid ha logrado ganarse su confianza hasta el punto de que, cuando le pone la comida, Frida se deja acariciar.

Frida era una gata feral
Gracias a su paciencia, respeto y empatía, Frida pudo tener una verdadera oportunidad.
No sé qué habría sido de Frida si no hubiera encontrado a Ingrid, pero sí sé que esta historia es un recordatorio de que los gatos, como las personas, sienten miedo, dolor y traumas. Y aunque el tiempo ayuda, no es lo único que cura; también lo hace el amor.