El chef Andrés Torres (Barcelona 1968) es un hombre que ha desafiado los límites de la experiencia humana. Su historia comienza entre intensos relatos, jugándose la vida como periodista corresponsal de guerra y viajando por todo el mundo para cubrir algunos de los conflictos bélicos más devastadores del siglo XXI. Con la pluma y el micrófono como armas, Andrés informó desde lugares donde la vida y la muerte se cruzaban en cada esquina. Sin embargo, el destino tenía preparado otro camino para él. Después de años enfrentándose a la crudeza de los conflictos armados, decidió dar un giro radical a su vida para sumergirse en el mundo de la gastronomía. Con la misma pasión, dedicación y habilidad con las que cubrió las crisis del planeta, decidió conquistar los fogones y crear un restaurante que no solo fuera un lugar de gastronomía, sino un refugio de emociones y recuerdos. Su restaurante Casa Nova posee una estrella Michelin y es un símbolo de la excelencia culinaria.
Hace poco más de un año, su legado como maestro de la gastronomía le valió el prestigioso premio Basque Culinary World Prize, un galardón que celebra su contribución al arte culinario y su innovador enfoque hacia la cocina. Entre sus logros y reconocimientos hay uno que me emociona especialmente: Durante varios minutos fue capaz de detener una guerra, ¿cómo lo hizo? Con la comida.
Andrés Torres, ¿En qué te mueves? Coche, moto, bici, patinete, transporte público…
Casi siempre en coche; para mí, es fundamental en mi vida. A veces, puedo ir a tomar un café con alguien que está a ocho horas de distancia en coche. Es el único lugar donde me encuentro a mí mismo, donde pienso cosas, me salen ideas y por eso utilizo siempre el vehículo. Además, es el lugar en el que me siento más seguro, porque es como si fuera yo mismo.
¿Qué coche tienes?
Un Toyota.
¿Eres buen conductor?
Soy muy buen conductor. Me saqué el carnet a los 18 años, en breve cumpliré 57 y jamás he tenido un accidente, ni un roce. Mira que, a veces, aprieto un poco el acelerador, pero la verdad es que he tenido muchísima suerte y control. Eso no quiere decir que mañana o hoy mismo, pueda tener un problema.

Andrés Torres ayudando a un hombre mayor en una zona de guerra
Como corresponsal de guerra, ¿qué tipo de íܱDz utilizaste para desplazarte a través de zonas de conflicto?
Vehículos chatarreros horribles, pero funcionan mejor que los de ahora. También bicicletas y motos que, para los lugares en los que tienes que moverte con cierta rapidez y pasar más desapercibido, van perfectamente. A veces, viajo con la gente de las aldeas porque me dan mucha más seguridad. Y últimamente voy en algún que otro avión.
Hace poco, tuve la oportunidad de tener un permiso del ejército hebreo para sobrevolar Gaza y lanzar 30 toneladas de comida en paracaídas. Eso supuso coger un avión de Barcelona a Amán, en Jordania. De ahí, me llevaron a un aeropuerto secreto donde me esperaba un Hércules. Después de pasar seis horas encerrado en una habitación hasta obtener el permiso del ejército hebreo, me subí a ese avión junto con cinco militares.
¿Ha habido situaciones en las que el medio de transporte ha sido crucial para tu seguridad?
Sí, claro, evidentemente. Primero, el de Gaza: si no coges ese avión, no puedes entrar, eso para empezar. También te digo que no solo seguridad, sino también inseguridad, porque estaba en un espacio aéreo en el que Irán iba a lanzar misiles y tampoco te puedes fiar del ejército hebreo, porque ha habido ambulancias en Gaza que han sido destruidas por bombas. No se sabe quién lo ha hecho, pero han sido destruidas. Al final, un medio de transporte en lugares complicados nunca es nada seguro. Otro medio en el que me movía mucho era en lancha, en Colombia. Cuando allí estaban en guerra, me desplazaba por Nariño en lancha por Cabo Manglares, unas veces escoltado por militares, pero otras no. Sí que podemos pensar que un vehículo te puede salvar de muchas cosas, pero también te puede complicar la vida porque, aunque es el único modo de entrar, salir se hace bastante más complicado yendo con él.
En el restaurante tengo un coche muy pequeñito, un 2 CV, que se lo compré a un amigo. Estaba destrozado y, con un compañero, lo arreglamos"
¿Cuál es el desplazamiento más peligroso al que te has enfrentado como periodista, en términos de desplazamientos y conducción?
Para mí ha sido Colombia. Manejar lanchas no es nada fácil y me he movido en zonas en las que tengo proyectos de ayuda social con Global Humanitaria, en el departamento de Nariño. Vas en lancha por el mar, luego llegas a los manglares, justo donde el mar se cruza con el río, todo esto entre movimientos muy fuertes y, finalmente, entras en zona de selva, donde nunca sabes quién te está vigilando. Cuando está la guerrilla por la zona, debes tener muchísimo cuidado y manejar lanchas en espacios muy estrechos, porque en los manglares vas por un río que está rodeado de árboles y selva y, si hay un problema, no puedes girar y salir de ahí corriendo; solamente hay una única dirección. Eso sí que es peligroso.
¿Qué es lo que menos te gusta de conducir?
No te voy a decir: “No me gusta esto o no me gusta lo otro” porque, para mí, es un auténtico placer coger un vehículo y conducir. ¡Es que me encanta! Me da igual el vehículo que sea. De hecho, en el restaurante tengo uno muy pequeñito, un 2 CV, que se lo compré a un amigo. Estaba destrozado y, con un compañero, lo arreglamos. Ahora es una maravilla, funciona muy bien. Lo puedo poner a 100 km/h, no consume nada y si le sale algo del motor, sabes que lo vas a poder reparar. Te hace recordar lo que eran los íܱDz de verdad. Ahora tienes un problema con el coche y puede ser por cualquier cosa electrónica que tú solo no puedes arreglar. A mí los coches antiguos me encantan, me fascinan. Incluso las motos. Tengo una Harley Davidson, una Fat Boy, de más de 30 años, que la utilizo, a veces, para desmelenarme un poco. Es lo que tiene ser motero.

Andrés Torres ha ejercido de periodista de guerra
El viaje en coche que recuerdas con más cariño es…
Te voy a decir el que hice desde Barcelona a Jersón, en Ucrania. Fueron más de 20 horas: España, Francia, Alemania, República Checa y, finalmente, llegué a Ucrania. Llevaba una ambulancia que tenía que entregar al ejército ucraniano e iba cargada de un montón de material. Recuerdo que, en Alemania, me pararon tres coches de la policía y tuve que sacar todo lo que llevaba dentro; recuerdo parar a dormir donde podía, con el miedo de que me robaran las cosas y, finalmente, recuerdo llegar a Jersón para hacer la entrega. Para mí fue histórico y maravilloso hacer un recorrido tan largo. Vete a saber dónde está esa ambulancia hoy… Sé que sirvió para atender a militares y civiles heridos o enfermos en las zonas ocupadas por los rusos donde combatían los ucranianos.
Con todo lo que llevas a tus espaldas, ¿qué es para ti viajar?
Para mí viajar es un aburrimiento, porque con la familia dicen: “Vámonos de viaje a Roma” “o a París”, y yo digo: “¿Para qué?”. ¡Si cuando me dicen que nos vamos a Tarragona ya me da pereza! Me gusta más viajar cuando tengo motivaciones que me ponen al 100% que hacer más un viaje de turismo al que, lamentablemente, en mi caso, no le encuentro sentido. Aunque entiendo que es bonito visitar iglesias, ver calles y ver tiendas, a mí, desde hace años, no me motiva a nada.
Pasé miedo de verdad hace poco en Ucrania, porque me estalló una bomba a 500 metros"
¿Cuál ha sido tu momento más duro viajando?
Yo creo que ha sido en Colombia, porque sufrí un intento de secuestro. Cuando hablamos de guerrilla en Colombia, hablamos de la gente del pueblo. Hay una cosa que se llama “necesidades sentidas”, que es lo que sienten las comunidades que necesitan de ti y tú, cuando haces ayuda, tienes que convivir con ellos para hacerte su amigo y sentir lo que necesitan. Ahí es cuando llegan los problemas porque, a veces, la gente no te entiende y cree que te vas a aprovechar de ellos. En ese punto, tienes posibilidades de que te secuestren: oyes cosas, ves reuniones... Esto también me pasó en Guatemala. No es algo que salga de forma espontánea y siempre soy muy consciente de las situaciones en las que me meto. Por ejemplo, estuve detenido en Libia cuando era muy jovencito, porque fui a hacer un reportaje de familias que trabajaban en un arsenal alquímico al sur de Trípoli. Me recorrí solito todo el norte de Europa hasta llegar a Libia, donde me detuvieron, me metieron en prisión, me quitaron todo el material que llevaba, cámaras de fotos de la época, los carretes, hasta que, al final, me deportaron a España y, desde entonces, soy persona non grata allí.
Como corresponsal de guerra estás hecho de una pasta especial, ¿cuál es la vez que has pasado más miedo?
Pues pasé miedo de verdad, hace poco en Ucrania, porque me estalló una bomba a 500 metros. Yo pensaba que ya me había acostumbrado a eso, pero la verdad es que cuando eres joven y te metes en lugares complicados, la adrenalina está ahí y puedes con todo, pero a mi edad, dices: “Joder, ¿qué coño hago aquí? ¿Y por qué me tiemblan las piernas? Estaba a dos horas de Kiev, eran las 19h, había toque de queda y todo el mundo apagaba las luces en los pueblos, a 15 grados bajo cero, buscando un lugar para dormir. Por suerte, me acogieron en una de las casas cuando, de repente, estalla una bomba que lo hace retumbar todo. Pasamos mucho miedo.
También pasé mucho miedo con las famosas “motos”, que es como llaman allí a los drones. Estando allí, oigo el ruido de una moto por la calle y pienso: “¿Qué loco va en moto a estas horas por ahí?”. Pues no era una moto. En el momento en el que el ruido se apaga, y hay unos segundos de silencio, es justo cuando el dron estalla. Contabilicé hasta cinco drones y, claro, se pasa miedo y respeto porque nunca sabes si te va a tocar a ti. Aunque te planteas “¿Qué hago aquí?”, luego dices: “Pues estamos haciendo y repartiendo comida a gente necesitada y entregando ambulancias”.

Andrés Torres tiene un restaurante con una estrella Michelin; es el Casa Nova y está en el Penedès, en la provincia de Barcelona
Tengo entendido que paraste una guerra, aunque fuera de forma momentánea… ¿La comida fue un refugio en medio de la violencia?
Recuerdo que llegué a Jersón y hay un río que bombardearon los ucranianos para que los rusos no pudieran entrar. Yo pude hacerlo con un camión muy grande que había traído desde España con ropa y alimentos y, al tener acceso a hablar con ellos, les dije: “Mira, vengo de muy lejos y no quiero que este viaje se pierda porque, además, mi intención es la de ayudar. Por favor, ¿podéis comunicaros con el otro bando, con los rusos que están detrás del puente, y decirles que nos dejen unos minutos para poder entregar esta comida y la ropa?”. Hicieron una llamada y nos dieron diez minutos para poder hacer la entrega a esa gente tan necesitada. Durante ese tiempo paramos la guerra. Cuando recogimos y nos fuimos, volvieron a bombardear. Siempre digo que la gastronomía como poder de transformación en el mundo es muy importante, no solo por las palabras, sino porque yo lo he vivido. El hambre es el arma más mortífera para el ser humano.
¿En qué lugar se quedó Andrés y volviste tú? ¿Qué lugar te cambió?
A mí me cambió, hace muchos años, Colombia porque viví situaciones muy duras que todavía, a día de hoy, estoy pagando a nivel emocional, por lo que voy a un psicólogo. En ocasiones, después de haber vivido experiencias tan duras y bestias, sobre todo con población infantil, cuando vuelvo, me cuesta mucho comprender que haya gente que lo pase mal porque su jefe no se ha portado bien con ellos, porque no llegan a fin de mes o porque se han roto una uña. Al final, cada uno tiene su realidad, pero me cuesta mucho entenderlo.
Cuando me dieron la estrella verde Michelinhice un discurso hablando de lo mal repartida que está la comida en el mundo y de que debemos ser conscientes de lo que pasa fuera"
¿Qué aspectos de tu vida como corresponsal de guerra has adaptado a tu día a día en la cocina?
Hace un tiempo, compré una finca, que era una antigua granja de pollos, para descansar con mi familia de los viajes. Mis amigos y vecinos venían a comer. Invitaba a todo el mundo hasta que me planté y decidí abrir el restaurante. Lo monté donde antiguamente la finca tenía una pequeña bodega y puse una mesa grande para seis u ocho personas junto con una pequeña cocina. Mi objetivo era sensibilizar, es decir, la gente comía y yo les contaba historias.
La idea funcionó tan bien que decidí profesionalizarme y decidí convertir las instalaciones de la finca en un restaurante 100% sostenible. Cómo hago el chocolate, cómo tostamos el café, cómo seco las carnes o los pescados con unos deshidratadores naturales o cómo trabajo en la huerta sin pesticidas son algunos de los ejemplos de nuestra filosofía. Todo eso es lo que he aprendido y sigo aprendiendo en las comunidades indígenas con las que trabajo desde hace más de 30 años.
A partir de ahí, cuando viene un comensal, le enseñamos todo eso y le hablamos de la historia de cada plato. Yo adapto todo eso que he visto, y sigo viendo, al restaurante y transmito lo que ocurre en esos países y lo ingeniosos que son para elaborar comidas. Hablamos de sensibilidad y solidaridad. Por este trabajo obtuvimos, en el año 2022, la primera estrella verde Michelin. Cuando subí al escenario a recogerla, agarré el micro y, más allá de los clásicos agradecimientos, hice un discurso hablando de lo mal repartida que está la comida en el mundo y de la necesidad de que seamos conscientes de lo que está pasando fuera. Se hizo el silencio y, de repente, hubo una gran ovación. Yo pensé: Me va a llamar Michelin para decirme “¿Tú qué has hecho?", pero fue justo lo contrario porque apoyaron la causa. Eso me sirvió para que conocieran el trabajo que hacemos en el restaurante y en nuestra ONG Global Humanitaria.

Torres explica que una vez le llevaron a un aeropuerto secreto en Jordania donde me esperaba un Hércules
Andrés, en este sentido, ¿a qué persona que conociste durante un viaje no vas a olvidar?
No voy a olvidar a Wisam. Es un niño que conocí cerca de Siria; era un niño soldado de Isis, al que reclutaron obligado, porque si no, mataban y violaban a su familia. A ese niño le estalló una bomba, perdió una pierna, la otra la tenía prácticamente destrozada y conseguí convencer a él y al Gobierno español para llevarlo al Hospital 12 de octubre de Madrid, para ponerle una pierna ortopédica y que le operaran la que iba a perder. Wisam estuvo en mi restaurante y en mi casa recuperándose durante tres o cuatro meses. Yo tenía el compromiso con el Gobierno español de devolverlo, una vez recuperado, a Jordania y, al final, se ha quedado trabajando desde allí en mi organización. Da charlas a muchos niños que, como él, han cogido armas para luchar en el frente de Siria y, juntos, los intentamos reciclar y sacar de ese ámbito de guerra y de maldad para que puedan reinsertarse en la sociedad.
A través de tus viajes, ¿qué ciudades han influido en tu estilo culinario o en tu forma de entender la gastronomía?
De todas se aprende, pero no solo de las ciudades; yo creo que se aprende de las comunidades. Hay dos elementos que utilizo mucho en el menú degustación y que aprendí en las comunidades indígenas, imanes y quechuas en el altiplano peruano, más arriba del lago Titicaca; son ciudades que están a más de 4000 metros de altura. Por un lado, me enseñaron la receta de un pan que lo hacemos uno a uno en el horno de leña con sarmiento de los viñedos que tenemos alrededor. Por otra parte, el chuño, una patata deshidratada que a -30 grados suele estar dura, y las familias, cuando entra el sol por la mañana y los lagos helados se descongelan, la ponen en el agua y con los pies y las manos la hidratan. Yo he hecho mi versión de esa patata: Aprovechamos la clara de los huevos, la mezclamos con hierbas, la rebozamos, hacemos una costra y la aromatizamos para comerla, por ejemplo, con una carne que hacemos bajo tierra, que aprendí en Guatemala y en Jordania.
Que venga alguien a comer a mi restaurante y pueda hablarle de mis experiencias me hace estar muy agradecido"
Eso suena muy bien, ¿cómo preparáis esa carne?
Hacemos un agujero, encendemos con maderas el fuego, echamos piedras de arriba para que se vuelvan incandescentes, envolvemos las carnes en paquetes muy grandes con hoja de plátano y eso lo cocinamos durante unas 18 horas bajo tierra, tanto en la tarde como en la noche. Lo llenamos de arena para que se mantenga todo el calor y, al día siguiente, abrimos el agujero y sacamos esas carnes. A mí me lo han preparado así en Guatemala y Jordania y viene a ser como el agradecimiento a la tierra.
Dicen que la presión de una cocina es algo tremendo, ¿tu experiencia periodística te ha ayudado a sobrellevar esta presión?
Yo creo que sí, porque la presión periodística siempre la llevo y, además, tengo la suerte de ser hiperactivo y dormir poco. Pero la cocina para mí no es una presión, me la tomo como un hobby. Piensa que tengo solo 6 mesas y puedo llegar a tener, como mucho, a 20 personas. ¡Vaya presión! Para mí, no lo es. Que venga alguien y pueda hablar de mis experiencias me hace estar muy agradecido. Hay gente que viene solo a conocerme, es para estarlo.

Andrés Torres tiene un gran espíritu solidario
Después de haber vivido y viajado por tantos lugares y situaciones extremas, ¿cómo crees que la gastronomía tiene el poder de transformar el mundo, tal como lo hiciste tú al ganar el Basque Culinary World Prize?
Puede transformar muchísimas cosas. Tengo en mente un proyecto en el que estoy intentando animar a cocineros y chefs del mundo, y no me parece una obra faraónica, de forma muy sencilla, a que contribuyan a erradicar un 1% del hambre de la población del mundo. Yo ya he podido ver con mis propios ojos que la comida transforma al mundo y que es muy importante, ya que todos tenemos que comer. El hambre mata, te vuelve loco. Mi idea es que el máximo número de restaurantes, con o sin estrellas Michelin, La Estrella, Casa Pepe, Casa Manolo, cualquier restaurante potente, ponga dentro de la factura un suplemento de 20 céntimos. Si te tomas un menú de 14 euros y sumas 20 céntimos, que luego donas a una ONG para que lo utilice ayudando a montar comedores sociales o repartiendo comidas en varios países necesitados, con seguridad contribuirá a erradicar el hambre en el mundo. ¡Por 20 céntimos nadie se va a quejar! En ese proyecto estoy.
Andrés, ¿qué vas a hacer hoy?
Mi plan para hoy es que me voy a Murcia. En seis horas, tengo cuatro manos allá para hablar de la huerta, de las estaciones y todo eso.
Hablar con Andrés Torres es sumergirse en un mundo en el que la comida, la guerra y la humanidad se entrelazan en una narrativa única. Su vida ha sido una constante reinvención: del periodista de guerra al chef con una estrella verde Michelin, y no es sólo la distinción que ha logrado lo que hace su historia tan impactante, sino la forma en que ha logrado transformar los horrores de los conflictos bélicos en un vehículo de paz y entendimiento, a través de la cocina. Sus reflexiones sobre sus viajes nos recuerdan que, incluso en las circunstancias más extremas, la gastronomía puede servir como un refugio, una conexión entre culturas y, por qué no, un acto de resistencia. La historia de Andrés es una inspiración para todos aquellos que buscan, a través de su pasión, un cambio profundo en el mundo.