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El papa Francisco conoce a Barbra Streisand

El patio digital

El papa Franciscologró este fin de semana ser tendencia mundial; de forma destacada, en Argentina y España. El motivo es la inauguración de la decoración navideña del Vaticano, el pasado sábado, tras una audiencia privada con los donantes del nacimiento, habitantes de la ciudad cisjordana de é. En la recreación del mito cristiano, formada por tres tallas de madera, una kufiya palestina cubre el pesebre sobre el que duerme el niño dios. A un sector de católicos y judíos argentinos y españoles les ha parecido una provocación, una perversión de la efeméride cristiana y, en último término, un paso más en la decadencia que atribuyen a la Iglesia Católica bajo el mando infalible –la infalibilidad papal es dogma desde 1870– de Jorge Mario Bergoglio.

El Papa Francisco reza ante el “é 2024”, durante la audiencia privada a los donantes del é y la ceremonia de encendido del árbol de Navidad en la Plaza de San Pedro.

Andreas SOLARO / AFP

El gesto del papa Francisco no es gratuito ni accidental y forma parte de la doctrina a la que ha consagrado su magisterio en los últimos tiempos, pronunciándose reiteradamente contra las guerras en curso, con especial atención a la invasión de Ucrania y al genocidio palestino. Así que no cabe atribuir contingencia o descuido a la imagen del papa orando, desde su silla de ruedas, ante un mesías acomodado sobre un pañuelo palestino. Las comunicaciones papales a través de las redes sociales estos días no dejan de insistir en ello:“¡Por favor, sigamos rezando por la paz! La guerra es una derrota humana, no resuelve los problemas, solo trae destrucción. ¡Tantos niños muertos, tantos inocentes muertos! Oremos por todos los países en guerra. Oremos siempre por la paz”, escribía el pasado miércoles en la red antes conocida como Twitter.

Pero el eco de la imagen no lo ha producido la imagen en sí, sino las reacciones de enojo desmedido. Es lo que se conoce como efecto Streisand, y viene a decir que la reacción es propaganda. El fenómeno, de singular intensidad en la era de la revolución digital, lleva el nombre de la célebre cantante estadounidense porque ella denunció como una violación de su intimidad una fotografía aérea de Kenneth Adelman incluida en un proyecto que documentaba la erosión de la costa californiana y que era accesible en internet.

Imagen aérea de la mansión de Barbra Streisand en Mailbú (California) tomada por California Costal Records Project que la cantante trató de suprimir del archivo y conocida como “imagen 3580”.

2002 Kenneth & Gabrielle Adelman

La cantante reclamaba 50 millones de dólares de indemnización al fotógrafo y la retirada de la fotografía de los archivos del proyecto porque entendía que la calidad de la imagen suponía una violación de su privacidad. La demanda fue desestimada y Streisand condenada a pagar las costas del denunciado, pero meses después analistas de redes advirtieron del verdadero efecto del caso de la “imagen 3580” sobre la intimidad de la cantante: antes del litigio, la imagen apenas había sido descargada media docena de veces, y sin embargo, merced al escándalo y el proceso judicial, en unas semanas se contabilizaban medio millón de descargas de la fotografía en alta definición de la fabulosa vivienda de Streisand (que aquí reproducimos por cualquier motivo; por ejemplo, porque sí).

Desde entonces, el término“efecto Streisand” se utiliza para describir cómo los intentos de censura producen muy a menudo el resultado contrario al que persiguen, multiplicando la repercusión del motivo que se pretende que permanezca oculto o secreto. La imagen del belén vaticano se ha hecho viral logrando lo que seguramente el pontífice pretendía: volver la vista sobre el genocidio palestino en estas fechas de celebración familiar de la comunidad cristiana. Los enemigos de Bergoglio le hicieron el trabajo con sus airadas reacciones, sus exclamaciones y su abrir de carnes, como seguramente los equipos de comunicación del Vaticano ya sabían.

Las redes sociales son el campeonato del mundo de “el que se enfada, pierde”

El caso, además de certificar lo fácil que es la tarea de las campañas de comunicación basadas en la provocación, debido a la irreflexiva y siempre contraproducente reacción de sus adversarios–el sofisticado manual de comunicación de Miguel Ángel Rodríguez para Isabel Díaz Ayuso tiene una sola frase en su única página: “A ver cómo de gorda la puedes decir”–, también pone de manifiesto lo mal que opera el cerebro humano cuando la ira nos conduce. La exalcaldesa de Madrid Manuela Carmena, malévola, recordaba esta semana el patetismo solemne de la diputada del PP Cayetana Álvarez de Toledo, cuando en la cabalgata de reyes de 2017 escribió en Twitter (entonces aún se llamaba así y parecía un establecimiento decente), en un arrebato de irritación, “Mi hija de 6 años: 'Mamá, el traje de Gaspar no es de verdad'. No te lo perdonaré jamás, Manuela Carmena. Jamás”. Por supuesto el ademán de escándalo se convirtió inmediatamente en meme.

Las redes sociales son el campeonato del mundo de“el que se enfada, pierde”, por eso no conviene dejarse llevar por el hervor de la sangre. Al papa Francisco le han ocurrido ambas cosas: por una parte, los ceños fruncidos han contribuido a difundir su mensaje de solidaridad con Palestina y por otra, se han prodigada las cayetanas que no se lo perdonarán jamás, manuelcarmena, con los motivos más peregrinos, con especial mención para los que preguntaban qué tendrá que ver é con Palestina –en serio– y medalla de oro para una mujer que se definía en su biografía como judía y decía que este papa no la representa –en serio también–. Tendemos a creer que nuestra versión iracunda es la más imponente cuando a menudo es la más tontaina.

Otro argentino fue ayer tendencia, el joven piloto Franco Colapinto, que concluía un exitoso y brevísimo paso por la Fórmula 1 sin que ningún equipo le haya hecho una oferta para la próxima temporada. Su carrera en Abu Dhabi se torció en los primeros giros, cuando el piloto de McLaren Oscar Piastri lo embistió por detrás en una frenada. Con un gracejo irónico que lo ha convertido en uno de los favoritos de la prensa, Colapinto comentó a los periodistas:“Quería terminar la carrera y vino Piastri y me chocó. No sé qué le pasa a este pibe. Me chocó a mí en la seis y después chocó a más gente, creo. Estuvo cinco vueltas tratando de pasar a Tsunoda, que viene en un Alpha Tauri, pobre, dos segundos más lento y no lo podía pasar”. Y luego, esforzándose por escuchar a los periodistas bajo la intensa tormenta de fuegos artificiales con la que el emirato despedía la temporada, Colapinto dijo adiós a la Fórmula 1 con esta sentencia:“Si hay un perro acá, boludo, lo mata”. La ironía es salvífica y el enojo tiende al ridículo.