La historia de Nicaragua se ha escrito en sangre, dictadura y pobreza. En los tiempos de la guerra fría, fue un objetivo prioritario de Estados Unidos, que incluso financió una guerra civil para evitar que el comunismo se instalara en su patio trasero. Perdido el interés geoestratégico, la autocracia gobernante que hoy encabeza la pareja Ortega-Murillo pasa bajo el radar de la atención internacional a pesar de haber sometido el pequeño país a un régimen asfixiante. La lista de atropellos cada vez se parece más a la de los Somoza, la estirpe que de 1936 a 1979 se relevó en el expolio y la represión.
Es llamativo que fuera el movimiento sandinista que encabezaba el hoy presidente Daniel Ortega el que acabó con la dictadura para instaurar un gobierno popular. Pero aquellas ideas de izquierdas se han convertido en un mejunje donde conviven la superchería de los videntes que manejan los hilos de una dictadura conyugal y se persigue cualquier indicio de disidencia. Además, el dúo controla a través de sus hijos parte de la economía y los medios de comunicación oficiales.

El penúltimo capítulo del viaje hacia el esperpento ha sido la reforma de la Constitución que consagra la sucesión dinástica de los Ortega al frente del Gobierno. El presidente y la copresidenta se garantizan el relevo de manera que, si uno fallece, el otro coge las riendas. Asimismo, les otorga el control de todos los poderes del Estado e incluso eleva la bandera sandinista a símbolo nacional.
La lista sigue con la legalización del grupo paramilitar que en el 2018 masacró cientos de manifestantes contrarios al gobierno y favorables a los derechos humanos, los incontables disidentes encarcelados o las decenas de miles de nicaragüenses huidos de la dictadura. El delirio va desde la expulsión de la Cruz Roja que atendía a los presos, criminalizar a la Iglesia, perseguir a los fieles que rezan o van a misa, hasta prohibir las referencias políticas en los conciertos.
Pero el ejemplo más surrealista de la paranoia de los Ortega-Murillo es la organización de un concurso para elegir la candidata sandinista a miss Universo después de que se hiciera con el título oficial la modelo y periodista Sheynnis Palacios, lo que se vivió como un triunfo nacional. En una región donde las reinas de la belleza tienen gran influencia popular, la pareja presidencial optó por borrar del mapa a la miss Universo 2023 porque no es una “revolucionaria afín”. Quizás Rosario Murillo opte al cetro.