Hay piezas dentales que se resisten a abandonarte. Incluso cuando están moribundas o finiquitadas, se aferran al hueso como si quisieran acompañarte hasta la tumba. Cuando por fin te extraen la dichosa muela –a dos manos, tras veinte minutos–, dejan un hueco que no es solo físico, sino algo parecido al dolor del miembro fantasma. Porque sacar lo que está enquistado requiere violencia. Y esa violencia deja herida.

Hay vínculos afectivos que funcionan igual, sean amistosos, familiares o sentimentales. Relaciones en que una de las partes se queda más tiempo del que debería y crecen con desproporción: uno se entrega y aguarda, y el otro permanece mientras no deba hacer renuncias. Así, se enquistan, no estallan. Y, si no saltan por los aires antes, es porque no se habla hasta el final, no se rompe del todo, no se escoge plenamente. Se mantienen en una zona gris donde el silencio se convierte en estrategia, y la palabra, en amenaza. Aparecen actitudes que hoy se llaman gaslighting o ghosting (aunque antes existieron bajo otros nombres), gestos que generan ambigüedad, confusión y desgaste. Si se reclama claridad, se precipita la ruptura, pero silenciosa, porque hablar supondría reconocer errores.
Sacar lo que está enquistado requiere violencia, y esa violencia deja herida
La parte que no se escondía se queda con la sensación de haber interpretado un papel en el que le cambiaron el guion. Revienta la burbuja ilusoria. El que sí creía se había convencido de que, si era amable, comprensivo, paciente –si se adaptaba lo suficiente–, el otro acabaría actuando con coherencia y dándole un lugar.
Joan Didion escribió que el amor propio tiene que ver con no quedarse atrapado en papeles no escritos para ti. Con no seguir invirtiendo en una historia que solo sostiene uno. Con saber retirarse antes de que el dolor se convierta en identidad. Y sí, después uno se queda solo. Dolorido, vacío, anestesiado, como tras una extracción dental compleja. Pero con la certeza también de haber salido de un lugar que no era habitable. Y de no traicionarse más a uno mismo.
El amor propio es el antídoto contra el enquistamiento emocional, la brújula que guía hacia relaciones libres y el escudo protector ante la manipulación más sutil.