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¿Y usted qué habría hecho?

Hace ya un tiempo que dejé de admitir una tara grave en la mesa. Una de esas cosas que empequeñecen a ojos de los demás –especialmente en un mano a mano con una señora– y cuesta confesar: aprecio el vino por debajo de su justa medida. Vamos, soy capaz de disfrutar una gran comida con agua de Vichy sin el dichoso hielo ni la dichosa rodaja de limón.

GRAFCAT3430. BARCELONA, 03/02/2025.- Aspecto de la Wine Week de Barcelona, el salón del vino español, que inicia este lunes en el recinto de Fira de Barcelona en Montjuïc su quinta edición, en la que espera batir récords de bodegas, superficie y asistencia. EFE/Enric Fontcuberta

Enric Fontcuberta/Efe

No entender de vinos, taninos y bouchons empequeñece, seamos sinceros. Te convierte en un apátrida que deja la elección del vino en los restaurantes a otros. Y precisamente por eso –la relevancia del vino– he optado por cerrar el pico y no fastidiar a los demás.

No beber vino en una mesa te convierte en estorbo ante la cuenta y en un tipo de poco fiar

–No, gracias. Soy exalcohólico.

Sería una excusa simple y eficaz, con la ventaja de suscitar comprensión (hay quien dice que un hombre que no aprecia el vino no es de fiar), pero faltaría al respeto a los abstemios.

–Yo no tomaré vino...

Los que no te conocen pueden creer que eres uno de esos ratas que abogan por compartir platos y tomar el vino de la casa.

Con las personas de confianza no tengo reparo en confesar la tara. Es, además, dar el respeto que merece un producto antropológico que no es Coca-Cola. Me excluyen de pagar el vino –así tienen plena libertad de elección– y todos tan amigos.

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El asunto tiene sus pegas en comidas improvisadas, como una noche reciente en la que terminé cenando con dos mujeres y una pareja, todos encantadores. Decliné la elección del vino, claro. Lo hizo él –no es machismo: ninguna mujer se ofreció– tras pedir el plácet a uno nacional de buen precio y con la tesis de que hoy elaboran buenos vinos hasta en Villapene (Lugo, no confundir con un night-club de Los Monegros).

Algo es algo: el poco que bebí me pareció muy bueno. Llegó la cuenta. Y en lugar de 29 euros la botella, costaba 129. Nuestro hombre se ofreció, con timidez, a pagar el vino, disculpándose por el error. Llámenme pagafantas , pero fui el primero en negarse. Pagamos a escote. Solo yerran los que toman decisiones y una mesa es compartir. Lamenté, eso sí, no entender de vinos. Un poco, al menos.¿Y usted qué habría hecho?

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