El 17 de enero del año 395 murió en Milán Teodosio el Grande. Con este hispano, natural de Cauca (Coca, Segovia), desapareció el último gran emperador de Roma, que rigió como soberano único la totalidad del imperio romano. En su testamento, dividió el imperio entre sus dos hijos, asignando a Arcadio la parte oriental y a Honorio la occidental. La configuración geográfica y administrativa de los dos imperios se ultimó a finales del siglo IV. Y no había pasado un siglo cuando el imperio romano de Occidente cayó ante el empuje de las migraciones.
El imperio romano de Oriente subsistió aún mil años, hasta la caída de Constantinopla, el 29 de mayo de 1453, pero fue siendo, cada vez más, otra cosa. La división político-social se hizo más profunda, incluso en la lengua hablada. Se consumó así, a lo largo de esos casi mil años, un proceso de separación entre dos mundos, el latino y el griego, que el fuerte poder de cohesión de Roma había asociado durante siglos. Y estos dos mundos llevaron desde entonces una existencia cada vez más autónoma, que predecía el destino tan distinto que les esperaba.

Nosotros, los europeos y norteamericanos, estamos viviendo ahora un proceso similar. Desde el Renacimiento, la hegemonía occidental –de los blancos– se ha encarnado en distintos imperios que se han ido sucediendo: imperio español, imperio británico e imperio norteamericano. Pero este imperio, como les sucedió en su día a los anteriores, ha llegado a su fin, y su ocaso se ha iniciado, igual que en el imperio romano, con su fractura en dos partes: la ٰóDZ (es decir, Estados Unidos), por una, y la principal de sus colonias (la Unión Europea), por otra.
Tengo claro que esta fractura es definitiva, es decir, irreversible, así como el inicio de un progresivo proceso de distanciamiento, que seguro alcanzará cotas de contraposición frontal de intereses. ¿Cuál de los dos núcleos tiene una esperanza de vida mayor, que en ningún caso será ya hegemónica? Dependerá de circunstancias hoy imprevisibles, pero puede que tal vez sean mejores las cartas de que disponga la Unión Europea, aun reconociendo su atraso tecnológico, que las que tiene a su disposición Estados Unidos. Ahora bien, esto solo será así siempre que la UE aproveche las potencialidades de que dispone, y ejercite a fondo su mayor capacidad para tejer alianzas.
Puede que la UE tenga mejores cartas, aun reconociendo su atraso tecnológico, que EE.UU.
Tres son las tareas que la Unión Europea debería acometer para aprovechar sus capacidades: Primera, federalizarse en tres ámbitos: política exterior, defensa y macroeconomía. Tres tareas, todas ellas, de extrema dificultad, pero imprescindibles. Para la tercera, hace falta un Hamilton; sin él, Estados Unidos no hubiese sido una federación: él implantó el primer impuesto federal(sobre el whisky), creó el primer banco central y logró la mutualización de la deuda de las trece colonias, que se había contraído durante la guerra de la Independencia.
La segunda tarea es la normalización de la relación de la Unión Europea con Rusia, sin contar con Estados Unidos, sobre la base de dos principios ya pactados en el tratado de Helsinki de 1975: respeto a las fronteras y no injerencia en la política interna de los estados. Todo ello como: 1) Marco de una coordinación en política exterior, que otorgue a ambas el carácter de actor político global en el nuevo tablero geoestratégico. 2) Forma de asegurar el suministro energético ruso, con ventaja frente a Estado Unidos y el Golfo.
Y la tercera tarea es fomentar las relaciones comerciales con China, tal como ha propuesto el presidente Sánchez, al mismo tiempo que se apuesta por el desenvolvimiento de un lenguaje abierto (SW) en materia de inteligencia artificial, que pronto devendrá universal.
El detonante de este cambio radical de orientación de la política europea, impuesto por la geografía, se halla en las decisiones unilaterales de Estados Unidos, que considera el Pacífico como su escenario esencial, que todo lo subordina a su choque con China y que tiene a la Unión Europea no como un buen socio que preservar, sino como una carga que liquidar.