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Harvard da ejemplo

Lo que más choca del actual presidente de EE.UU. no son sus políticas disolventes y arrolladoras, sino la poca resistencia que suscita. Los republicanos –medio país– creen que Trump es su mejor baza imaginable; los demócratas no han sabido escoger a un candidato vencedor; la Unión Europea ha sido timorata en la respuesta a sus aranceles... Por ello es bienvenida la inequívoca declaración de la Universidad de Harvard ante las amenazas presidenciales. Por ello y porque señala un camino que seguir a cuantos creen que la deriva autocrática del presidente irá más allá si no se le paran los pies.

“Ningún gobierno –sea cual sea el partido en el poder– debería dictar lo que las universidades privadas pueden enseñar”. Son palabras de Alan Garber, presidente de Harvard, escritas a sabiendas de que su negativa a plegarse a la Casa Blanca (deseosa de condicionar su gobierno, su selección de profesores o alumnos y su manera de enseñar) le ha costado ya la congelación de 2.200 millones de dólares en ayudas federales. Y podría costarle otros 7.000 más.

Students, faculty and members of the Harvard University community rally, Thursday, April 17, 2025, in Cambridge, Mass. (AP Photo)

AP

Unas sesenta universidades de EE.UU. han recibido presiones gubernamentales. Cornell se ha visto privada de 1.000 millones de dólares en ayudas. Brown, de 510. Estamos refiriéndonos a universidades de la Ivy League, que son las de élite en EE.UU. Columbia prefirió someterse al dictado presidencial antes que perder 400 millones federales. Pero Harvard ha devuelto el golpe. Esta semana incluso ha presentado una demanda federal contra la Administración que, con maneras de chantajista, le condiciona y recorta las ayudas.

La actitud resuelta de Harvard es una buena noticia. Su capitulación hubiera sido alarmante, además de decepcionante. Harvard es, desde hace catorce años, la primera en el ranking mundial de universidades, por delante del Massachusetts Institute of Technology, Oxford, Stanford y Cambridge.

Ocho presidentes estadounidenses, desde John Adams hasta Barack Obama, han pasado por sus aulas. En su claustro se han sentado 161 premios Nobel. Y en la portada de su web se lee este mensaje: “Quienes se unen a nuestra comunidad –para aprender, investigar, enseñar, trabajar y crecer– se unen a los estudiantes y eruditos que durante cuatro siglos han perseguido la verdad, el conocimiento y un mundo mejor”.

Parar los pies a la deriva autocrática en EE.UU. puede costar caro, pero es posible

Con este historial, Harvard no tenía más opción que hacer lo que ha hecho, dirán algunos. Pero no siempre es así. También The Washington Post tenía un historial, incluyendo sus exclusivas del caso Watergate que le costaron la presidencia al republicano Richard Nixon en 1974. Pero en la última campaña electoral, y siendo ya propiedad de Jeff Bezos (a quien Trump acosaba), abandonó su costumbre de apoyar a un candidato, tras preparar borradores de editorial favorables a Kamala Harris. No fue el único: también Los Angeles Times prefirió, en un estado de tradición demócrata, renunciar a apoyar a un candidato.

Harvard se enorgullece de llevar cuatro siglos trabajando por la verdad, el conocimiento y un mundo mejor. El actual presidente de EE.UU. miente más que habla, oculta su expediente académico –pasó por una escuela militar y estudió en Fordham o Pensilvania antes de licenciarse en DzԴdzí–, y la suerte del mundo le trae sin cuidado. El choque estaba cantado.

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Las guerras culturales tiene ahora gran peso en EE.UU. No estamos hablando de disputas como las que enfrentaron a Góngora y Quevedo, o a los partidarios de Verdi con los de Wagner. Hablamos de una guerra en la que Harvard reivindica la libertad de opinión o sus investigaciones sobre cáncer, alzheimer y parkinson, y desde la Administración se le responde que “los burócratas de Harvard se enriquecen con los impuestos de familias americanas luchadoras”. En el 2021 el ahora vicepresidente Vance dijo que “las universidades son el enemigo”.

En definitiva, hablamos de la guerra entre una idea de la democracia liberal que respeta las reglas del juego y un populismo de raíz psicopática que parece estar dispuesto a acabar con ella. Ojalá cunda el ejemplo de Harvard.

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