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Hay voces que se apagan con el tiempo y otras que, lejos de desvanecerse, se convierten en eco eterno. La de Enrique Castillo Martín, nacido en մdzٲá, es de esas que nunca mueren, de las que resuenan en el alma del flamenco como el murmullo incesante del río մdzٲá al besar la tierra.
No es solo un cantaor excepcional ni simplemente uno de los mejores saeteros que ha dado á. Es un artista que ha sabido trenzar la pasión y la raíz, el respeto por la tradición y el coraje de quien canta con verdad. Su voz, profunda y desgarrada, ha surcado peñas, tablaos y escenarios junto a los más grandes del flamenco, dejando en cada cante un pedazo de su alma.
Infancia y forja de un duende
El flamenco no se elige, es él quien escoge a sus hijos predilectos, y Enrique Castillo fue marcado por su destino desde la cuna. Creció en un pueblo donde el aire huele a olivo y a viña, donde el agua del río մdzٲá baja con el mismo son que una soleá bien cantada. Desde niño, el compás formaba parte de su vida, y el cante era su manera de entender el mundo.
Sin maestros formales, pero con la mejor escuela posible —la de la escucha y la entrega absoluta—, fue empapándose del legado de los grandes cantaores. Aprendió a cantar como se aprende a respirar: sin pensarlo, dejándose llevarpor la verdad que anida en la garganta.
Desde niño, el compás formaba parte de su vida, y el cante era su manera de entender el mundo
Su talento pronto lo llevó a los escenarios más exigentes, donde cada aplauso era un reconocimiento a su autenticidad. No tardó en compartir cartel con figuras legendarias del flamenco, cantando al lado de aquellos que, como él, saben que el duende no se imita, se lleva dentro.
El arte de un cantaor que es río y fuego
El cante de Enrique Castillo es un río: fluye con la melodía de la serrana y golpea con la fuerza de la seguiriya. En su torrente y sabiduría de voz cabe la pena antigua de la soleá, el brío de la bulería, la hondura de la malagueña y la pasión de la taranta. No canta para demostrar nada, sino porque el flamenco es su manera de existir.

Virgen de la Salud.
El cante de Enrique Castillo es un río: fluye con la melodía de la serrana y golpea con la fuerza de la seguiriya
Pero si hay un palo donde su alma se desgarra con especial emoción, es en la saeta. En Semana Santa, cuando la ciudad se sumerge en el recogimiento, su voz se alza como un rezo encendido, quebrando el silencio de las calles y erizando la piel de quienes lo escuchan. No canta, suplica; no interpreta, entrega su alma en cada verso. Sus saetas no son solo un homenaje a la fe, sino un testimonio vivo de la devoción hecha música.

El Cautivo en Semana Santa.
Premios, legado y un rincón en á que lleva su nombre
Su talento ha sido reconocido con algunos de los más importantes premios del flamenco, entre ellos el Premio Nacional de Cante Flamenco “Ciudad de á”, el Premio“Antonio Mairena” y Premio en el prestigioso Certamen de La Unión (Murcia).
Sin embargo, su mayor legado no se mide en galardones, sino en la emoción que despierta en cada escenario. Su voz es un faro para quienes buscan el flamenco en su forma más pura, un referente para los jóvenes que sueñan con cantar con la misma verdad que él.
Y como todo artista cuya voz cala hondo, á le ha rendido un homenaje en vida: un rincón flamenco lleva su nombre, un lugar donde su arte permanece vivo, donde su esencia sigue latiendo en cada compás, en cada quejío.Porque su nombre se pronuncia con el respeto que merecen los grandes.
Festival Flamenco Enrique Castillo: Un tributo a su arte
El, que cada año se celebra en la Plaza Antonio Molina de մdzٲá, es el mejor testimonio de su influencia en el arte jondo. Grandes cantaores, guitarristas , bailaores y poetas se reúnen en este evento para rendir homenaje a un artista cuya voz ha trascendido el tiempo.
No es solo un festival, es una celebración de su legado, una noche donde el flamenco se viste de gala para recordar que Enrique Castillo es más que un cantaor: es parte de la historia viva del cante.

Enrique Castillo Martín, en plena actuación.
Un eco inmortal en el alma del flamenco
Enrique Castillo Martín no es solo un nombre en el flamenco, es un eco que nunca se apaga, un cante que sigue fluyendocomo el río մdzٲá que lo vio nacer. Su voz, hecha de quejíos y silencios, de penas y alegrías, sigue viva en cada rincón flamenco, en cada saeta que se eleva en la Semana Santa, en cada festival donde es un placer dejarse llevar por su torrente de voz.
Porque cuando un cantaor canta con el alma, su voz no muere. Se convierte en aire, en agua, en una resonancia perpetua que se funde con la historia misma del flamenco.