Francis Ford Coppola fue tendencia en redes sociales el domingo en todo el mundo Occidental. En sí misma, esta ya parece una gran noticia para el mundo del cine, no tanto para el festival de San Sebastián, que anunció su palmares el sábado por la noche y no ha logrado colocar ningún título entre las tendencias dominicales. Un festival de cine es un mentidero, un patio de vecinas para discutir sobre el carro de la farsa, de modo que cada controversia, cada escándalo, cumple la función de colocar al cine y a sus cosas en mitad del debate de país, un éxito tanto mayor cuanto cada fin de semana ha de competir con el futbolismo, un modo de vida grato para mantener el cerebro en estado de ahorro de batería. Así que, a priori, bien por Coppola, regular por Zinemaldi.

Francis Ford Coppola y el actor Adam Driver, el pasado mayo en el festival de Cannes.
Pero claro, la razón por la que el mundo digital hablaba este fin de semana del director de El padrino no es otra que el tremebundo batacazo de su última producción, Megalopolis, que recaudó en su “esperado” –no– estreno apenas 4 millones de dólares, una cifra ridícula para una producción de ciencia ficción con un coste estimado entre los 120 y los 140 millones.
La incontinencia presupuestaria de Francis Ford Coppola es desde hace medio siglo parte sustantiva de sus atributos cinematográficos y sabido es que a su necesidad de pagar las tremendas deudas acumuladas por sus desahogos debemos que El padrino tuviera dos secuelas. Ni con esas ha logrado cuadrar las cuentas de sus abandonos fílmicos, de modo que el autor de Apocalypse now y Drácula de Bram Stoker, debe el éxito de no haber dormido jamás debajo de un puente al compromiso de sus amigos, singularmente, el de George Lucas, avalista habitual de la manirrota contabilidad coppoliana.