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Portbou: las fronteras vuelven a Europa

Los retos de la inmigración

La intensificación del control policial y militar por parte de Francia tensa las comunidades limítrofes

REPORTAJE SOBRE LA INMIGRACION DE FRONTERAS EN PORTBOU. UN JOVEN INMIGRANTE INTENTA CRUZAR LA FRONTERA HASTA CERVERA ( FRANCIA) EN UN TREN DE CERCANIAS DESDE PORTBOU.

Ismail, un joven marroquí recién, subiendo al tren para Francia el pasado martes en la estación de Portbou

Mané Espinosa

Ismail –así dice que se llama- no lleva dinero, ni teléfono móvil, ni billete, ni ningún documento de identidad. Solo una bolsa de plástico, medio rota, con la que envuelve algo de ropa.

Quiere ir a Francia, dice mientras fuma en el andén de la estación de Portbou, la última localidad catalana antes de la frontera. Llegó a España desde Marruecos hace siete años, con 15, como polizón en un pesquero. Pasó por varios centros de menores y, cuando le echaron al cumplir 18, consiguió un trabajo en negro reparando lavadoras en Madrid. Hasta que todo se torció. Acaba de salir de prisión. “Tuve un problema con una novia… me pilló con otra, me pegó, yo la empujé, y luego me acusó de maltrato… Ocho meses me he comido”, dice.

En Francia tiene un hermano que promete ayudarle a empezar de cero. Su plan de huida es tan desesperado como improvisado. La víspera, en la plaza de Catalunya de Barcelona, conoció a un chico marroquí que le dijo que lo más seguro era cruzar por Portbou. Tenían que hacer el viaje juntos, pero un vigilante los sorprendió saltando las vías en Sants y lo perdió en la persecución.

Así que Ismail está solo en el andén, esperando el tren de las 11.50 horas en dirección a Cervera de la Marenda, el primer pueblo francés, al otro lado del collado de Belitres. Por el túnel, apenas 1,8 kilómetros. Está nervioso. “¿Habrá policía en el tren? ¿Y en la estación de Cervera?”, pregunta.

Con el aliento en el cogote de la extrema derecha, que ya derribó al último ejecutivo, el Gobierno de Emmanuel Macron ha anunciado un refuerzo de policías y soldados en todas sus fronteras, extendiendo el modelo ensayado en la italiana. Es el enésimo refuerzo. El argumentario oficial, tras un atentado en Mulhouse cometido por un argelino sobre el que pesaba una orden de abandonar el país, se va acercando al de Marine Le Pen, que lleva años dibujando las fronteras francesas como coladeros por donde se infiltran terroristas y criminales extranjeros.

Francia empezó a limar la libre circulación de Schengen en el 2015, al desplegar al ejército en su frontera amparándose en la amenaza terrorista. Desde entonces, no ha parado de intensificar los controles, también en los 630 kilómetros limítrofes con España, que no ha tenido más remedio que soportar las consecuencias. Francia no está sola; Eslovenia, Austria, Italia o Alemania han instaurado también controles en sus fronteras internas.

El aumento de la presión en los pasos principales ha disparado el flujo migratorio en rutas secundarias como Portbou. “El año pasado, la Policía Nacional identificó a 3.000 personas en esta frontera. Son unas diez al día, pero es irregular. Hay días que pasan veinte y otros que solo dos. Ahora con el Ramadán la cosa ha bajado, pero con el buen tiempo sube”, dice Gael Rodríguez, el alcalde socialista de Portbou, a sus 21 años el más joven de España. Comparte generación con Ismail y la mayoría de migrantes, marroquíes y argelinos sobre todo, que desfilan por el pueblo.

En el penúltimo y último tren del día es cuando hay más movimiento, explica el alcalde, “porque saben que los policías franceses han acabado el turno”. Otros no quieren arriesgarse y cruzan por la montaña, por los mismos caminos que en 1939 recorrieron los republicanos que huían de Franco y, en la otra dirección, los europeos que escapaban del nazismo, como el escritor judío alemán Walter Benjamin, que se suicidó aquí en 1940.

“En Portbou tenemos interiorizado nuestro papel en la historia. Es triste que en 1939 se ayudase más que ahora. Ahora los ignoramos en el mejor de los casos”, reflexiona Rodríguez. Como antaño, algunos viajes son trágicos. Desde el 2021, cuatro jóvenes han muerto mientras intentaban cruzar a pie por los túneles del tren.

El alcalde de Portbou exige el fin de las devoluciones en caliente: “Esto es una partida de ping-pong”

“Esto es una partida de ping-pong”, se indigna el alcalde, que exige a Francia que “detenga las devoluciones en caliente”. En los últimos años, una práctica habitual de la policía francesa ha sido dejar en la gasolinera de Repsol, situada junto a la frontera, a los migrantes que interceptaba intentando cruzar, como atestiguan los trabajadores del establecimiento. Según datos del Tribunal de Cuentas, entre 2018 y 2022 Francia pronunció 240.000 refus d’entrée (rechazo de entrada) en sus fronteras interiores.

Oficialmente, Francia no practica este tipo de devoluciones desde febrero del 2024, cuando el Consejo de Estado, basándose en una decisión del Tribunal de Justicia de la UE, las prohibió. Ahora debe hacerlo por la mucho más regulada vía de la readmisión, es decir, entregándolos a la policía española en base al acuerdo bilateral de Málaga del 2002. El año pasado, Francia solicitó 1.428 readmisiones, de las cuales España aceptó 1.401, según fuentes del Ministerio del Interior español.

En el 2024 España aceptó 1.401 devoluciones de las 1.428 solicitadas por Francia

Entre otras cosas, deben poder demostrar que el migrante ha llegado desde el país vecino en las últimas 24 horas. “Si la persona es detenida al bajar del tren en Cervera, o del AVE en Perpiñán, es fácil. Si llega a pie es más difícil de encontrar la prueba”, señala Agnès Lerolle, jurista y coordinadora de Coordinación de Acciones en las Fronteras Interiores (CAFI), liderado por Amnistía Internacional y otras cinco oenegés.

El acuerdo de Málaga impone una serie de garantías, explica Lerolle: “Si hay una petición de asilo, la persona no puede ser devuelta hasta que no se resuelva. También hay que garantizar que la persona entiende bien lo que se le comunica, si es necesario con un intérprete. ¿Se le han entregado documentos? ¿Ha podido presentar observaciones? Si ha sido encerrada, ¿se ha respetado el régimen jurídico? ¿Ha tenido acceso a un abogado, a un médico? ¿Ha podido avisar a un pariente? Los menores no acompañados, ¿han sido protegidos como dice la ley? La realidad es que no sabemos si estas normas se respetan. Hay mucha opacidad, y lamentablemente la prioridad de las autoridades es presumir de devoluciones, demostrar que la policía francesa actúa, y no el respeto de los derechos de las personas migrantes”.

“En Cervera y Perpiñán tenemos un problema añadido. Es que es muy difícil saber lo que les ocurre a la gente detenida, porque se las envía al centro conjunto que la policía española y la francesa tienen en La Jonquera y les perdemos el rastro. Solo podemos denunciar violaciones si estamos justo ahí cuando se producen”, señala Lerolle.

“Muchos no saben dónde van, solo dicen que al norte. Para algunos es el primer viaje y van ilusionados. Otros ya lo han probado y no les ha ido bien. De vez en cuando llega alguno con mala leche. El otro día, uno pegó un escupitajo a la imagen de la Virgen que tengo colgada”, explica Maria José Novés, de 59 años. Voluntaria de Cáritas, es la impulsora de un modesto centro en el garaje de la iglesia de Portbou, cedido por el obispado, donde presta ayuda a “la gente de paso”. “Algunos no han comido en tres días, a veces vienen sucios o mojados”. Les ofrece comida, ropa limpia, un barreño para asearse. Desde enero, ha atendido a 33 personas, entre los cuales había 21 magrebíes, 8 europeos y tres subsaharianos. Todos menos una eran hombres.

No todo el mundo en Portbou apoya su tarea solidaria, admite Novés: “Algunos creen que solo debería ayudar a gente del pueblo. Yo soy católica e intento poner en práctica lo que dicen las sagradas escrituras. Si veo a gente siendo maltratada y no hago nada me siento cómplice. Mi referente es Teresa de Calcuta”.

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Maria José Novés, voluntaria de Cáritas, ofrece ropa y comida a los migrantes en el garaje de la iglesia de Portbou

Mané Espinosa / Propias

“Estos chicos molestan, nadie los quiere aquí. Pero basta mirar lo que ocurre en el mundo para darse cuenta de que [la inmigración] no va a parar. Al revés, irá a más”, medita la activista.

“Estos chicos molestan, nadie los quiere aquí. Pero esto no va a parar”, dice una voluntaria de Cáritas

“Portbou necesita un control fronterizo urgente y diario. Tiene que haber presencia de las fuerzas de seguridad del Estado. También necesitamos una estrategia de atención a las personas migradas. Yo no tengo recursos ni competencias para hacerlo. Somos un pueblo de 1.140 habitantes, con un presupuesto de 3,4 millones, del cual más de la mitad se destina a inversión porque tenemos carencias acumuladas de muchos años”, reivindica Gael Rodríguez.

Las cifras están a años luz de la presión migratoria que soportan las islas griegas o algunas localidades italianas, pero Portbou ya carga con sus propios problemas y no son menores. La desproporción de su estación de trenes es un punzante recordatorio. “Este municipio fue rico. Hace cien años teníamos un cónsul alemán, un cónsul francés y un vicecónsul inglés, una logia masónica y tres semanarios. El tratado de Schengen fue una sentencia de muerte para Portbou, que desde los años 90 vive en la nostalgia de lo que fue. La Jonquera supo adaptarse, nosotros aún nos estamos reinventando”, expone el alcalde.

Portbou es víctima de una paradoja: pagó caro el fin de las fronteras en Europa y ahora también sufre las consecuencias del retorno de las fronteras internas.

Ludovic Romañach, cabo de la Policía del Aire y las Fronteras (PAF) de Cervera y secretario regional del sindicato de policía Un1té, no oculta su escepticismo con las promesas de refuerzo de su Gobierno. “Tiene mucho de comunicación política. Sí, hacemos controles en las estaciones, en peajes, en la carretera. Pero son muchos kilómetros de frontera y está todo abierto. ¿Cómo podemos controlar estos caminos?”, afirma, mientras señala las laderas ventosas que separan Portbou de Cervera. “Necesitamos al menos cien agentes más en la región. La PAF tiene un avión en Toulouse y también tenemos drones, pero lo que falta es personal para operarlos”, dice.

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Los viejos puestos de la policía francesa y española, hoy abandonados, en la frontera entre ambos países

Mané Espinosa / Propias

En la carretera, el cambio de asfalto, más nuevo en el lado francés, marca la frontera. Los viejos puestos de la policía española y francesa son hoy esqueletos fantasmagóricos, sin ventanas y cubiertos de grafitis, al igual que un edificio con un cartel desvencijado: “Porte de France. Souvenirs”. La única presencia policial es una patrulla de aduanas francesa, que revisa aleatoriamente los vehículos que cruzan. “El control de fronteras no es solo la inmigración ilegal. Hay mucho tráfico de droga. Y contrabando”, añade Romañach.

A las 11.50 h, puntual, el tren entra en la estación de Portbou. Con su bolsa de plástico bajo el brazo, Ismail se sube sin mirar atrás.

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