La bomba que puso en jaque el referéndum de la OTAN
40 años de El Descanso
En 1985 España y EE.UU. negociaban la permanencia en la Alianza y estaba al caer el ingreso en la CEE
Ronald Reagan y Felipe González bromeando en los jardines de la Moncloa durante la visita que el presidente de EE.UU. realizó en mayo de 1985 a Madrid, tres semanas después del atentado de El Descanso
Es una noche de llamadas telefónicas frenéticas. El 12 de abril de 1985, ayer hizo 40 años, la noticia de que a las 22.30 horas se ha producido una explosión en un restaurante a las afueras de Madrid desata un frenesí en los despachos de la capital. Todo apunta a un atentado y El Descanso no es un lugar cualquiera. Famoso por sus costillas, es un restaurante muy frecuentado por el personal de la base militar estadounidense de Torrejón de Ardoz, ubicada a diez kilómetros. La posibilidad de que haya víctimas americanas es alta y el momento político no puede ser más delicado.
Faltan nueve meses para el referéndum sobre la OTAN; tres semanas para que el presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, visite Madrid; dos meses para que España firme su adhesión a la Comunidad Económica Europea (CEE).
Aquella noche, como reveló bet365 en un reportaje publicado este febrero tras una larga investigación, se puso en marcha una operación secreta para encubrir el asesinato de al menos tres militares estadounidenses en el primer gran atentado islamista en España, según relataron, bajo anonimato, dos personas involucradas directamente en la misión y confirmó un alto cargo de Interior. Tres cadáveres fueron extraídos de los escombros y entregados a efectivos estadounidenses que acudieron disfrazados como personal de socorro. Sus nombres nunca se incluyeron en la lista oficial de 18 fallecidos.
¿Por qué se ocultaron aquellas muertes? En una historia secreta como esta, con el poco rastro documental que pueda haber todavía clasificado, solo hay margen para la especulación. Las pistas las arroja la coyuntura de alto voltaje. En la mesa del gobierno socialista de Felipe González, tres carpetas cruciales en la relación con Washington: la OTAN, la renegociación de las bases americanas y el ingreso en la CEE.
El dossier más espinoso es la OTAN, tras la adhesión firmada en 1982 por el gobierno conservador de Leopoldo Calvo-Sotelo, que González calificó de “barbaridad histórica”. Pero los socialistas están virando. Cuando estalla la bomba, el gobierno ultima la maquinaria para el referéndum de enero, que no servirá para sacar a España de la Alianza sino para ratificar su permanencia.
“Bastante pronto, González le dijo a Thomas Enders [el embajador de EE.UU.] que quería que España siguiera en la OTAN y que ganaría el referéndum”, recuerda Jack Binns, que era el número dos de la legación. “Sorprendía la confianza que tenía, una confianza que nosotros no compartíamos, sobre todo por la oposición dentro de su partido. Pero lo logró”.
El número dos de la embajada
“Bastante pronto, González nos dijo que quería que España siguiera en la OTAN y que ganaría el referéndum”
Para los socialistas, el dilema es doloroso. “El gobierno heredó una situación de hecho. Calvo Sotelo había metido a España en la OTAN, lo había hecho en contra de la oposición y se había levantado un pitote. Pero una cosa era no entrar en la OTAN y otra muy distinta era salir”, reflexiona un asesor del Ministerio de Exteriores que trabajó a las órdenes del ministro Fernando Morán, una de las voces del gabinete más críticas con Washington. De hecho, Morán tiene los días contados: será cesado el 4 de julio, día de la Independencia en EE.UU., justamente.
“Las relaciones entre el ministro y Felipe no eran las mejores, pero Felipe no lo podía cesar hasta que hubiese un pacto para nuestra entrada en la CEE. Eso fue en junio del 85, y en julio lo cesó”, dice el asesor. “Los militares dirían que Morán era demasiado inflexible. Washington siempre les había dado muchas prebendas, les pagaba cursos en Estados Unidos, les daba armas poderosas, todo eso era muy atractivo”.
Este asesor recuerda la áspera relación que mantenía Morán con Enders. “Las relaciones no es que fueran frías, eran gélidas. Enders llegó a Madrid sin conocer España, venía de América Latina, y se empezó a manejar aquí como hacían ahí, con la idea de que a los criollos hay que tratarlos con mano dura. La relación se hizo pronto bastante insoportable”, relata.
En un almuerzo en el que se sentaba en la mesa presidencial con Morán, Enders se negó a darle la mano. “Lo hizo ostensiblemente. Morán, lívido, hizo ademán de levantarse e irse, pero le frené”, recuerda. Poco después, Enders no acudió a la recepción de la onomástica real, en San Juan, porque estaba de caza. “Después de aquello, Morán dijo que no vería más a Enders, que no se le recibiría en el Ministerio. Fue así durante una temporada, luego se recondujo. No podía ser de otra manera, en aquel momento era muy importante la relación con EE.UU., y había que manejarla con mucho tacto”.
“Fue un camino de ir suavizando las relaciones, de ese primer miedo que había en EE.UU. hacia esa gente [los socialistas] que llegaba y de la que no sabían qué esperar. Poco a poco los americanos empezaron a ver a España con otros ojos”, afirma Eduardo Serra, que fue secretario de Defensa con el ministro Narcís Serra, aunque había entrado en el Ministerio con Calvo-Sotelo, y se convirtió en un hombre de confianza para Washington dentro del gobierno socialista.
En marzo de 1983, el secretario de Defensa de Reagan, Caspar Weinberger, viaja a Madrid. “Inesperadamente, Narcís me pide que esté en una reunión a solas en el palacio de Buenavista con Weinberger. Luego entendí el porqué: fue una reunión muy, muy tensa y si hubieran estado los dos solos hubiera terminado mal; habiendo un tercero cualquiera, un convidado de piedra, disminuía la tensión”, recuerda Serra.
En aquella visita, Weinberger se acerca a Eduardo Serra y le dice que puede llamarle, a él o a su subsecretario, Ronald Lauder, en caso de necesidad. Serra apunta dos momentos clave en que hizo uso de aquel teléfono. En marzo de 1984, Narcís Serra es recibido en la Casa Blanca por Reagan. “Aquello iba en contra de todo el protocolo, porque el presidente se reúne con jefes de Estado y de gobierno. Yo les expliqué que Narcís era el único miembro del consejo de ministros claramente partidario de la incorporación de España a la OTAN. El argumento surtió efecto porque pasados unos días Lauder llamó y me dijo: el presidente desayunará en la Casa Blanca con el ministro”.
Lauder también fue clave para allanar el camino de España en la CEE. “Francia vetaba nuestro ingreso. Eran los años de los problemas de las frutas y las verduras, los camiones españoles volcados en la frontera. Llamé a Lauder y le pedí ayuda. “¿Tú sabes quién es el español más partidario de la OTAN? -le dije-. Soy yo. Y si España no entra en la CEE, yo voto que no en el referéndum”. Me pidió un mes y me llamó. “El presidente Reagan ha hablado tres veces con el presidente Mitterrand y Francia jamás volverá a oponerse a la entrada de España”, explica Serra.
“Reagan ha hablado tres veces con Mitterrand y Francia jamás volverá a oponerse a la entrada de España en la CEE”
Su relato enfatiza hasta qué punto era importante para Washington, en aquellos años de guerra fría, consolidar el ingreso español en la OTAN. También era un tema clave para la URSS, como demuestra que el Kremlin enviase a Madrid de embajador a Yuri Dubinin, número dos en el escalafón diplomático soviético, señala Serra.
También Jaime de Ojeda, embajador ante la OTAN entre 1983 y 1990, cree que el ingreso en la Alianza dio el empujón decisivo en la vía europea: “España habría ingresado en la CEE eventualmente, pero no tan rápido. Una vez dentro de la OTAN, le fue muy difícil a Francia continuar frenando nuestro ingreso en la CEE por razones de política interior”.
De Ojeda fue el encargado de negociar el encaje especial que España buscaba en la OTAN. “Tras la victoria del PSOE, yo le señalé a González y a los ministros de Defensa y Exteriores que su programa no prometía la salida de la OTAN, solo un referéndum, y que era posible encontrar una fórmula de participación, sin entrar en los mandos integrados, que nos permitiera ganarlo”, recuerda. “Fue una negociación lenta y difícil. Tuvimos que superar celos y recelos de los aliados. Los celos de los países pequeños, que veían que España iba a tener una fórmula que ellos querían. Y los recelos de los grandes, como Estados Unidos o Reino Unido, que creían que España quería eludir sus obligaciones de contribución militar”.
En medio de aquella negociación, y cuando faltan solo nueve meses para el ansiado referéndum, ocurre el atentado de El Descanso. Ojeda asegura que nunca tuvo constancia de una operación para ocultar los muertos estadounidenses.
Tampoco lo supo Jack Binns, número dos en la embajada, que está convencido de Enders tampoco fue informado y de que la operación debió decidirse y organizarse en las esferas militares. En abril de 1985, Binns era uno de los cuatro copresidentes del comité político-militar que negociaba el futuro de las bases estadounidenses. El cierre de Torrejón de Ardoz, donde EE.UU. tenía 4.500 militares y 700 civiles, es el “gran quid pro” que exige González a cambio del vuelco sobre la OTAN. Torrejón provocó divisiones en Washington, admite Binns. “El Departamento de Defensa defendía que no podíamos renunciar a la base. La posición del Departamento de Estado y la Casa Blanca era que conseguir que España entrase permanentemente en la OTAN era más importante”.
En enero de 1988, menos de tres años después del atentado en El Descanso, España y Estados Unidos anuncian un acuerdo para la retirada de los F-16 de Torrejón.
El contexto político justifica totalmente una operación de encubrimiento, razona Luis de la Corte, profesor en la Universidad Autónoma de Madrid, que acaba de publicar Un extraño atentado (Editorial Catarata). “Cuantas menos probabilidades hubiera de que se hiciera la conexión entre el atentado y la permanencia o no en la OTAN, tanto mejor, para España y para Estados Unidos. González había llegado a la Moncloa con una campaña en la que había prometido el referéndum, haciendo creer a los votantes que él estaba en contra, pero España no quería de ninguna manera salir de la OTAN”, señala el profesor. La posibilidad de que se armara un discurso antiOTAN si se descubría que había militares estadounidenses entre las víctimas mortales, y más aún si había un alto cargo de la OTAN, la posibilidad de que el atentado se viera como una consecuencia directa, debió inquietar a los dos gobiernos”.
Luis de la Corte
“Cuanto menos se hiciera la conexión entre el atentado y la permanencia en la OTAN, mejor para España y para EE.UU.”
Eduardo Serra saca a colación una anécdota que ilustra la sintonía labrada finalmente entre aquel primer gobierno socialista y Washington. “Estaba en Bruselas con el embajador estadounidense, David Abshire, que tenía una revista con Felipe González en portada. Abshire me dice: “Qué suerte tiene usted. “¿Por qué?”. “Porque ustedes sí que tienen un presidente de derechas”. Y digo “¿perdón?” Y él me dice: “Déjese de cosas raras. González ha consolidado la entrada de España en la OTAN y ha metido a España en la Comunidad Europea. A mí, lo que ha hecho con la vivienda o las carreteras me trae sin cuidado. Las dos cosas esenciales las ha hecho”.
Cuando la CIA espió a Felipe González
A principios de mayo de 1985, tres semanas después del atentado, Reagan visita España. Llega rodeado de polémica, porque justo en aquellos días se filtra en la prensa española un grave incidente con agentes de la CIA ocurrido meses atrás que hasta entonces se había mantenido en secreto y que ilustra la tensión entre los dos gobiernos, más allá de las fotografías cargadas de cordialidad que Felipe González y Ronald Reagan protagonizan en Madrid.
El 28 de enero de 1985, la guardia civil ha detenido en los alrededores del palacio de La Moncloa a dos hombres que estaban fotografiando las antenas de comunicación de la sede presidencial. Son espías de la CIA.
La operación se ejecutó a espaldas del embajador de EE.UU., Thomas Enders, afirma quien era su número dos en la legación, Jack Binns.
“Julio Feo [secretario general de la Presidencia] llamó a Enders el mismo día del incidente. Los agentes fueron expulsados de inmediato, al igual que el responsable de la CIA que había dirigido la operación sin el conocimiento o la aprobación de Enders. También acordaron que el director de la CIA en España, que estaba fuera del país en aquel momento, sería expulsado en junio, como responsable último del incidente, pero se decidió no echarlo inmediatamente para no llamar la atención”, explica Binns, que conserva una memoria afilada a pesar de que ya es nonagenario.
“Feo y Enders decidieron que ninguno de los dos gobiernos iba a hablar en público de aquello. Pero Enders me dijo: “Ya verás, en algún momento pasará algo que les hará enfadar y entonces la historia saldrá”. Y así fue”, rememora Binns.
“El detonante fue el comportamiento estadounidense al organizar la visita de Reagan, y en mi opinión, los españoles tenían buenas razones para sentirse agraviados. Estados Unidos se negó a que Reagan desfilara en el Rolls Royce del rey Juan Carlos, por seguridad, querían que fuera en un vehículo blindado estadounidense. Eso fue una gran ofensa para los españoles. Y todavía hubo una segunda ofensa. Los agentes del Servicio Secreto querían ir armados. Y el gobierno español, comprensible y correctamente me parece, dijeron que si estaban en su país, tenían que ser las fuerzas españolas las que estuvieran a cargo de la seguridad. La puntilla fue que, después de todo el esfuerzo puesto en organizar la visita, una semana antes la Casa Blanca comunicó que cambiaba la fecha del viaje. Y fue entonces cuando se filtró la historia de la CIA”.
El episodio provocó una gran tensión interna en la embajada de Estados Unidos, entre los diplomáticos, adscritos al Departamento de Estado, y la sección de la CIA, y evidenció que Enders no contaba con la confianza de ciertos sectores de la administración Reagan. Enders, de hecho, acabó siendo destituido en julio de 1986.