Hay un hombre que, con un lanzallamas, se dedica a matar personas relacionadas con la organización de la Expo de Sevilla de 1992. Eran tiempos de prosperidad y también de corrupción. Para quienes estén dispuestos a tirar del hilo, ese hombre, con la cara quemada y vestido con un mono de color verde, deja pequeños Curros en los escenarios de los crímenes. Los investigadores no lo saben pero incluso se pone una máscara de la simpática mascota de la Expo en el momento de incendiar a las víctimas. Sobre el papel, la idea mola, ¿verdad?
Sin embargo, ver un episodio de 1992, la nueva serie de Álex de la Iglesia para Netflix, es como tirarte en una piscina en un caluroso día de verano y, cuando ya estás en el aire y con los brazos colocados para entrar en el agua cual nadador olímpico, ver que está vacía. Es un shock. Tu cerebro te obliga a plantear cuáles fueron las circunstancias de la producción y las intenciones de los responsables, los referentes que la inspiraron, si te cuesta comprender su intencionalidad, si se te escapa un chiste que otros entenderán mejor que tú.
Es una serie en la que no deja de llover (una lluvia cuantiosa e incesante) pero donde se cuelan cielos despejados
Es una serie en la que no deja de llover (una lluvia cuantiosa e incesante) pero donde se cuelan cielos despejados: no puede (o no debería) ser casualidad que veas una cortina de agua en la ventana mientras, de fondo, hace un día espléndido. Crea ambientes oscuros pero después ves puntos de luz en los rostros como si pudieras percibir todos los focos del set (o como si ese sol radiante se hubiera colado en los planos).
El montaje también es raro. Ahora se monta una escena alrededor de una mesa como si fuera la tan criticada conversación de Bohemian Rhapsody (o sea, un microsegundo para cada personaje a modo de trámite); ahora se corta un diálogo de forma abrupta cuando Marián Álvarez apenas ha tenido tiempo de terminar su frase; ahora estamos en una cocina donde cada plano parece pertenecer a una serie distinta; ahora nos movemos por los espacios del piso de la protagonista de forma inconexa.

Curro se divierte incinerando a personas vivas.
En la desconcertante propuesta, los personajes tampoco se salvan de la controversia. Marián Álvarez es la viuda de la primera víctima, que entiende que la muerte no ha sido accidental, y Fernando Valdivielso es un policía retirado y alcohólico que la saca del escenario del crimen tras desmayarse y que la ayuda a investigar el asesinato. Los actores están en dos series distintas: Álvarez intenta salvar los muebles, perdida en el material, mientras que Valdivielso está pasado.
La dinámica de sus personajes es apresurada. Solo hay que ver cómo actúan y reaccionan en su primera noche de lluvia de ideas para la investigación: ella quiere dormirse mientras él plantea hipótesis, él le tapa los pies en el sofá para que no pase frío. No se abandona nunca el artificio. Y, como si al espectador se le pudiera pasar por alto que él es alcohólico (a pesar de verlo beber como un cosaco), se decora la casa del expolicía con más botellas y vasos vacíos que un bar de copas al cierre de la noche de Fin de Año.
En '30 monedas' entendía la propuesta delirante del director, pero aquí se me pasa por alto cuál es su finalidad
Con 30 monedas entendí la propuesta de De la Iglesia, cómo mezclaba el costumbrismo ibérico, la serie B y el terror sobrenatural con humor: tenía ideas y momentos brillantes en un frenético y delirante cóctel creativo. Pero aquí, con su aproximación al thriller televisivo clásico, se me pasa por alto cuál es la finalidad: ni se puede tomar en serio, ni parece que la broma sea del todo consciente o consistente.