En La Residencia de Netflix, encuentran un cadáver en la Casa Blanca. Ocurre durante una cena de Estado con las autoridades australianas y mientras Kylie Minogue está cantando I can’t get you out of my head. Las personas cercanas al presidente de los Estados Unidos están desesperadas por declarar que se trata de un suicidio (así podría parecerlo a simple vista) pero la inspectora al mando, con reputación de ser la mejor inspectora del mundo, considera obvio que se trata de un asesinato. Esto implica que hay 132 habitaciones y 157 sospechosos, entre trabajadores e invitados, y que, a pesar del calvario diplomático, toca cerrar el edificio hasta que pueda interrogar a los presentes.
El cadáver, al que vemos con pulso en flashbacks, es el responsable de que todo esté en orden en la zona residencial de la Casa Blanca. Está interpretado por Giancarlo Esposito, conocido por series como Breaking Bad. La inspectora Cordelia Cupp, que se revela cómo es de excéntrica porque se dedica a avistar pájaros antes de entrar a investigar, es Uzo Aduba, ganadora de tres premios Emmy gracias a su trabajo en Orange is the new black y Mrs America. Y, dentro del arsenal de secundarios, tenemos a Susan Kelechi Watson (This is us), Julian McMahon (Nip/Tuck) o Eliza Coupe (Happy Endings) como una agitada senadora que intenta entender qué sucedió esa noche a posteriori.

La inspectora tiene claro que Giancarlo Esposito no se ha suicidado.
Es llamativo cómo Shonda Rhimes solo es productora ejecutiva de La residencia y al mismo tiempo se ve su ADN en toda la obra, escrita por Paul William Davies, con quien hace una década que colabora, desde que Davies se unió a la sala de guionistas de Scandal. Se nota en la búsqueda de la sobreactuación por parte de los actores involucrados al proyecto (qué suerte que talentos como Kelechi Watson no abandonen la dignidad); en las ganas de dar ritmo a las tramas, sentir que se avanza, aunque aquí el molde de la comedia le permite perderse en falsos sospechosos sin desmerecer el conjunto; o en la idea del empoderamiento femenino que transmite, con Cordelia Cupp dejando claro en cada momento que odia los ambientes masculinizados y siendo una maleducada con el detective con el que le toca investigar el caso (Randall Park).
Esta semana, que “las influencias de La Residencia, el whodunit de Shondaland para Netflix están todas en los títulos de sus episodios. Solo faltan por añadir ahí Solo asesinatos en el edificio y The Afterparty”. Los títulos hacen referencia a Puñales por la espalda o La caída de la Casa Usher. Y se puede argumentar que precisamente al reconocer referencias y homenajes y no incluir la comedia de misterio de Selena Gomez, Steve Martin y Martin Short, la cosa huele mal.
En su planteamiento, la serie no ofrece ninguna excusa para desechar la siguiente hipótesis: que alguien dijo “quiero mi Solo asesinatos en el edificio”. Es la galería de secundarios, la comedia y el misterio, la música, el formato de centrar la acción en los presentes en un edificio. Quizá Solo asesinatos no inventó el género pero, teniendo en cuenta su éxito comercial y crítico y que todavía está en emisión, siempre presente en los premios Emmy (y llevándose este año el SAG al mejor reparto), sería de ingenuos no ver una influencia y las ganas de emular el éxito (y lo deshonesto del intento).
Este, que conste, no es el problema de la producción. La Residencia se mueve por las estancias de la Casa Blanca con un dinamismo impostado que no puede ocultar la superficialidad de la propuesta. Los posibles testimonios y sospechosos nunca pasan de ser superficiales, clichés o directamente histéricos, en una clara confusión sobre qué dota un personaje de ficción de carisma, identidad o humor. Y aquí hasta entra la Cordelia Cupp de una Uzo Aduba que reduce su talento para adecuarse a la escuela de interpretación de Shonda Rhimes: la forma en la que se la presenta como “la mejor inspectora del mundo” es directamente infantiloide.

La música de Kylie Minogue suena... y ella participa en la Cena de Estado.
¿Se deja ver? Sí, supongo. Pero que el factor maratón de Netflix no oculte hasta qué punto esta Casa Blanca palidece en comparación con el Arconia o, bueno, con cualquier buena serie en emisión.