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¿A quién llamas cuando el mundo oscurece?

Cero energético

El apagón peninsular nos devolvió por unas horas a la angustia e incertidumbre de la pandemia. Perplejidad, confusión en estaciones y aeropuertos, compras precipitadas de alimentos y kits de supervivencia, llamadas angustiadas a los próximos. Y no faltaron los grupos, mayoritariamente de jóvenes, cantando y bailando –cerveza en la mano– por las plazas y parques públicos.

El apagón produjo, por sí solo y por unas horas, todo aquello que aconsejamos para tomar distancia de la alienación digital: desconexión de los gadgets , encuentros presenciales, actividades al aire libre, deporte, lectura en papel, conversaciones familiares. En el trasfondo seguía la angustia por lo que podría suceder y por las dificultades que muchos enfrentaron para volver a casa, terminar su viaje o recibir ayuda médica.

Los pacientes que atendemos no han dejado de hablar de cómo les afectó ese apagón. Para todos fue una detención en sus vidas e implicó una reflexión, aunque fuera breve, sobre sus prioridades. Adolescentes que explican cómo se vieron “obligados” a leer el libro que le regalaron en Sant Jordi, a falta de reels . Parejas adultas, en estado de crisis, que tuvieron su primera conversación adulta en meses, y jóvenes que se animaron, a media luz, a confesar sin tapujos su amor a su compañera.

Si el apagón es por causas de fuerza mayor será más difícil reclamar.

El apagón nos devolvió por unas horas a la angustia de la pandemia.

Marcial Guillen / EFE

Todos tuvieron claro a quién llamar antes de que la batería o la conectividad desparecieran. Sus contactos ICE ( In Case of Emergency ) formaban su red, más sólida que la digital o la eléctrica. A veces eran los padres, las parejas, los hijos, hermanos o amigos muy cercanos. Ningún influencer que no fuera de kilómetro cero. La falacia de que lo virtual puede sustituir lo real sin problemas se reveló como un espejismo. Lo analógico volvió con fuerza (radios con pilas, velas, linternas) y la presencia se hizo más necesaria que nunca. Como compañía, apoyo o rescate.

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Las redes sociales, y la IA como su faro, nos han acostumbrado a delegar en ellas cuestiones básicas: vínculos, comunicación, información, ocio…Hasta el punto que muchas personas se desorientaron al fallarles el GPS. Un ejemplo de cómo deberíamos evitar que lo digital nos vuelva más vulnerables al perder las coordenadas que nos pueden guiar en la vida, más allá del Google Maps. La buena brújula pasa necesariamente por cultivar el encuentro con el otro.

Ese es el apagón –más persistente y más decisivo– que debería preocuparnos, el de quedar hiperconectados y aislados. Porque ese sí nos desconecta del otro y de nosotros mismos. Cuando las redes y sus conexiones caen, nos queda la red primaria que produce vínculos más sólidos y más duraderos.

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