Antes de tener que ingresar en una residencia, la madre de la empresaria madrileña Isabel Aires pasó cerca de año y medio recibiendo asistencia en su propio hogar. Apenas veía, tenía que ir a diálisis tres veces por semana. Además, debido a una operación de cadera, cojeaba... “Se apañaba fatal en casa”, reconoce Isabel. Con sus hijos ya independizados, la solución inicial pasaba por tener una cuidadora que le ayudara en su domicilio; pero “tras pasar por casa hasta cinco personas diferentes y no encajar con ninguna”, finalmente Isabel decidió que su madre tenía que ir a una residencia.
“Ella fue la primera que llegó a la conclusión de que era lo mejor”, recuerda. Sin embargo, “el día que la dejé allí fue uno de los peores de mi vida. Nunca se adaptó. Se quedaba sola en su habitación viendo la tele. No quería estar con el resto de los compañeros ni hacer actividades. No le gustaba la comida de allí, y todas las semanas llevaba algún plato que le preparaba para que, al menos, se llevara esa pequeña satisfacción. Mi madre no tenía un carácter positivo ni de adaptación, y allí, entre la edad y la enfermedad, esto empeoró”.
El día que dejé a mi madre en la residencia fue uno de los peores de mi vida. Nunca se adaptó
Sí, en personas mayores, a una edad ya avanzada, la dependencia se convierte en inevitable. Y la disyuntiva que se plantean los hijos entre optar por un/a cuidador/a en casa o tener que buscar una residencia es más que habitual. Aunque, según las encuestas, hay una opción que sale más que favorecida, ya que el 85% de las personas quieren envejecer en casa, como señala el estudio Un aspecto que confirmaba la Investigación cualitativa sobre diagnósticos y planes de acción de ciudades y comunidades amigables con las personas mayores, presentada por el Imserso, en colaboración con el Grupo de Investigación sobre Envejecimiento (GIE-CSIC) del CSIC.
Pero, ¿es siempre la mejor solución para el o la dependiente? ¿Y, sobre todo, es lo más adecuado durante los 10 años que, según Eurostat, se prevé que una persona mayor de 65 años tenga que vivir con “actividad limitada”, léase, dependiendo de otros? Una circunstancia que, además, irá en aumento debido al envejecimiento de la población.
Los hijos y las hijas vamos tapando agujeros. No solemos considerar la idea de una residencia en cuanto apreciamos los primeros problemas de autonomía
Es lógico que asalten mil y una dudas a los familiares sobre la mejor solución para garantizar el bienestar de su ascendiente. Cuestiones que van, de alguna forma, resolviéndose según surgen las necesidades. “Los hijos y las hijas vamos tapando agujeros. No solemos considerar la idea de una residencia en cuanto apreciamos los primeros problemas de autonomía de nuestros progenitores”. Así lo apunta Adolfo Santiago, auxiliar de clínica. En su caso, “una intervención quirúrgica muy invasiva y con un pronóstico de recuperación necesariamente lento” precipitó que tuvieran que llevar a su padre a una residencia. Pero lo tiene claro: “Probablemente, hubiera acabado llegando de cualquier modo”.
“Aunque la familia lo viva como que están poniendo parches, realmente es un proceso que pasa por diferentes fases, y cada una de ellas requiere una respuesta”, señala Laura Masot, psicóloga y coordinadora de Referentes Sociales en la empresa de atención domiciliaria Qida. Y, obviando los criterios económicos, el proceso, para esta psicóloga, no tiene que plantearse siempre como “una dicotomía entre atención domiciliaria y residencia. Yo invito siempre a los grises, porque los extremos quizás no siempre son la solución”, dice, proponiendo combinar atención domiciliaria, centro de día, periodos cortos en residencia…
No tiene que plantearse siempre como una dicotomía entre atención domiciliaria y residencia
Los tiempos cambian; los cuidados, también
La situación, demasiado habitual, se ha convertido en “un tema arduo y de difícil abordaje. Es una cuestión muy poliédrica, con muchos matices que van entre la necesidad de las personas y el respeto a sus decisiones”, como reconoce Luis Agüera, jefe de la sección de psiquiatría del Hospital Universitario 12 de octubre de Madrid. Un asunto complicado porque, primer lugar, “las personas viven ahora muchísimos años, con lo cual afrontamos retos que hasta ahora no se habían dado”, precisa.
Además, “hace 50 años, ni las personas vivían tanto ni la estructura familiar era la misma. Ahora, en cambio, la estructura de nuestra sociedad es como es: todo el mundo trabaja, y no es posible plantearse el cuidado como antes, cuando generalmente lo proporcionaba el elemento femenino de la familia. Eso es así, y no lo podemos cambiar”, continúa este psiquiatra experto en psicogeriatría.
Hay hijos o hijas que dicen que bajo ningún concepto llevarán a su madre a la residencia, y está teniendo una calidad de vida peor de la que le puede dar una residencia
Para Agüera teniendo, el argumento a seguir parece evidente: “La persona dependiente debe vivir en el sitio donde mejor se cumplan sus necesidades”, dice el psiquiatra. Y, además, se impone, dice Laura Masot, una cuestión previa: “No podemos no preguntar, no escuchar, no atender a la opinión o el deseo de la persona que está en situación de dependencia”, sugiere esta psicóloga, quien también apunta, eso sí, a la necesidad de mantener un equilibro entre los requerimientos de la persona dependiente y los del entorno: “Ni la cesión completa por un lado ni la cesión completa por el otro va a funcionar”, apunta.
En opinión de Agüera, resulta, igualmente, preciso tener en cuenta cómo armonizar la empatía y el cariño que se siente hacia los padres y la eficacia a la hora de perseguir la mejor atención para ellos. “Hay hijos o hijas que dicen que bajo ningún concepto llevarán a su madre a la residencia, y resulta que están en una situación de cuidador que no es la óptima en absoluto, porque los cuidados que dan a esa persona dependiente no son los que necesita y está teniendo una calidad de vida peor de la que le puede dar una residencia”.

Residencia La Nostra Llar. Judith (nieta) y Esther (hija y madre) visitan a la Abuela (Montserrat), en una imagen de archivo. Foto: Llibert Teixidó
La resistencia a recibir ayuda y el sentimiento de culpa
Aunque, sin duda, el principal escollo es la resistencia por parte del dependiente a la hora a aceptar que ya no puede valerse por sí mismo. Lo ratifica el jefe de la sección de psiquiatría del Hospital Universitario 12 de octubre de Madrid. “En las personas que tienen deterioro cognitivo se da un fenómeno que se llama anosognosia. Hay una especie de mecanismo de negación de sus problemas y no es suficientemente consciente de que se equivoca, se le olvidan las cosas... Puede ser consciente de que tiene pequeños errores, pero no de la intensidad del deterioro”, precisa.
Una negativa a aceptar que alguien ajeno viva en su casa o que necesite cuidados profesionales en una residencia que, en muchísimas ocasiones, tras un tiempo, se acaba superando. “Necesita una transición, y eso hay que entenderlo”, apunta Luis Agüera. Una situación que se une a una necesidad psicológica que surge durante el envejecimiento: “mantener su identidad, ese rol de ama de casa o de gestor de los propios problemas”.
Forma parte del mundo emocional interno, plantearnos que tenemos que hacer todo lo posible por nuestro padre, por nuestra madre…
“El día que dejé a mi madre en la residencia fue durísimo. Tuve sentimiento de culpa y duró todo el tiempo que ella estuvo ingresada. Cada vez que la llamaba por teléfono me decía lo sola que estaba. Estaba más acompañada y cuidada que cuando estaba en casa, pero se sentía más sola que nunca”. Isabel relata así su experiencia, y continúa: “Si volviéramos atrás en el tiempo a cuando tomé la decisión, pero con las circunstancias que tengo en mi vida hoy en día, seguramente la tendría viviendo conmigo, adaptando todo a sus necesidades y no hubiera ido a una residencia”.
Su testimonio es también demasiado común, y, como comenta Luis Agüera, “algo consustancial al ser humano”. “Forma parte del mundo emocional interno, plantearnos que tenemos que hacer todo lo posible por nuestro padre, por nuestra madre… Pero el sentimiento de culpa se combate cuando se confronta con la realidad y se ve que uno no llega. Además, a veces ese sentimiento de culpa lo que hace es impedir que se consigan los mejores cuidados”, señala el experto en psicogeriatría.