Esta es la 44a entrega de ‘Después de los 60’, la sección de testimonios sénior donde recogemos experiencias vitales en esta etapa de la vida. Nos puedes hacer llegar tu historia a seniors@lavanguardia.es.
La vida de Josep Fourcade daría para un libro. “O para dos”, bromea él. Nacido en una familia de militares franceses, comprometido con el movimiento hippie de los 70, y pasando después por ser padre y tener un trabajo convencional, su foco cambió totalmente a partir de los 65: un infarto y una experiencia mística con la muerte le hizo replantearse su forma de vivir y le abocó a buscar los cuidados personales en su interior. Ahora, con 71 años, se siente agradecido de un camino que, asegura Josep, le ayuda a comprenderse.
Este catalán llevaba 35 años trabajando en una multinacional. A los 62 se jubiló y se fue a vivir a Blanes (Girona), después de pasar por dos divorcios. Pero tres años después tuvo un infarto que, como él cuenta, le mató. “Los médicos dijeron que no me llegaba el oxígeno al cerebro y me morí; estuvieron 20 minutos para reanimarme”, explica Josep. “Entré en un proceso de desprendimiento del cuerpo, de entrar en el túnel y ver la luz, y experimenté un sentimiento de paz, calma y tranquilidad absoluta como nunca en la vida; fue una experiencia única”.
Los médicos dijeron que no me llegaba el oxígeno al cerebro y me morí; estuvieron 20 minutos para reanimarme
Esta experiencia cercana a la muerte y la sensación que le recorrió, Josep la tiene gravada en la mente. “Le puedes decir sueño o película, y recuerdas la sensación porque la has vivido, pero no puedes volver a revivirla”, argumenta. También recuerda lo que vivió como un paréntesis en el que el concepto del tiempo no existía, sintiéndose solo, pero acompañado y muy protegido, pero no desde lo celestial —Josep insiste en que no es creyente ni religioso— sino desde una vertiente íntima y personal. “Justamente cuando vives este tipo de experiencias, lo que baja es el nivel espiritual y te acabas sintiendo mucho más realista”.
Despertó de la muerte sin ninguna secuela y contra todo pronóstico, pese a que los médicos pensaban que podía haber daño cerebral o alguna complicación que le impidiera hacer vida normal. Explica que su vida no cambió inmediatamente después de este episodio, pero de manera residual se fue dando cuenta de la importancia de aprovechar el tiempo y cuidarse. Mejoró su alimentación y entró en el mundo de la macrobiótica —que se basa en el principio de equilibrio del yin y el yang, “una dieta de cuidado de uno mismo, según Josep— y la meditación zen. “No tiene nada que ver con las religiones porque no veneras a ningún dios ni veneras a ningún gurú, la meditación es sencillamente sentarse y meditar”, explica.
Cuando vives este tipo de experiencias, lo que baja es el nivel espiritual y te acabas sintiendo mucho más realista

Josep Fourcade.
No solo se introdujo en la meditación, sino también en otros artes como el Kyudo, un arte japonés de la arquería, o yoga kundalini, como se conoce al yoga de la conciencia; una serie de disciplinas orientadas a la interiorización de las cosas. El objetivo es calmar la mente y hacer que los pensamientos no dialoguen constantemente unos con otros, ayudando a relajarse. “El cerebro es un músculo que necesita relajarse”, dice Josep, que ha interiorizado la meditación zen como una extensión más de si mismo en su día a día. “Cuando hace tanto que lo practicas va contigo en cualquier momento, no necesitas ni un espacio, puedes practicar meditación hasta dentro del autobús”, confiesa.
Pese a que fue después del infarto cuando aumentó sus prácticas y su conexión espiritual consigo mismo, no se puede decir que Josep haya vivido de espaldas a todo ello. Antes de jubilarse ya estuvo conviviendo en un monasterio budista tibetano porque le interesaba conocer la filosofía budista, y de más joven ya le rondaba por la cabeza. A cómo empezó a interesarse por este mundo, Josep responde que “porque éramos hippies”, y es que nacer en una familia de militares no marcó su destino en esa dirección. A los 14 años se enteró de que su padre le había inscrito en una escuela militar francesa para encarar su carrera entre mandos y órdenes, y él se rebeló: se emancipó de su familia y se convirtió en adulto de repente, con aval judicial de por medio.
El cerebro es un músculo que necesita relajarse
Pasó por el Instituto francés y vivió la época hippie de Barcelona y el FAC (Frente de Liberación Gay) como una manera de revolucionar las cosas en plena dictadura franquista. “Sin ser gay veía que la revolución desde el sexo o la interpretación del sexo era una forma de cambiarlo todo en un momento fascista muy complejo”, argumenta Josep, que ahora vive en Sant Hilari.
También empezó Historia en la Universidad de Perpiñán —aunque quería hacer Prehistoria— para acabar pasándose a Historia del Arte. Hizo trabajos arqueológicos y participó en la creación del Museo de la Prehistoria de Perpiñán, recién cumplida la veintena, y hasta vivió en una comuna hippie en Francia. Pero los vaivenes de la vida le llevaron a casarse —dos veces—, tener una hija y acabar trabajando primero en márquetin, y después en logística y compras en una multinacional durante 35 años. En medio de todo eso, también se buscó la vida como fotógrafo.
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‘Después de los 60’
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Salgo a hacer excursiones con un grupo de jubilados y me cuesta encontrar a personas que salgan de los esquemas mentales normales
Por todo este bagaje, y su actual concepción del mundo, dice que a veces le cuesta encontrar a personas con quien compartir charlas. “Salgo a hacer excursiones con un grupo de jubilados y me cuesta encontrar a personas que salgan de los esquemas mentales normales, y los más jóvenes están preocupados por el trabajo, los hijos y la vivienda, así que es muy difícil encontrar a gente que está cerca de esto”, añade Josep.
A los 71 sigue sus rutinas y siente que las prácticas le ayudan a intentar entenderse en esta etapa vital y también a ayudar a los demás y compartir. De hecho, está pendiente de la inauguración de la covivienda sénior de la que es socio y que prevé empezar a funcionar en poco más de un año. Josep defiende que a los 70 hay un proceso de declive “biológico” —que no negativo— que provoca más consciencia respecto a la vida, la existencia y el futuro. “Eres más consciente de lo que has sido y de cómo puede ser tu vida a partir de este momento; entiendes el mundo con otra finitud y eres consciente que un día morirás, pero no con miedo o misticismo, sino con naturalidad”.
Entiendes el mundo con otra finitud y eres consciente que un día morirás, pero no con miedo o misticismo, sino con naturalidad
Y añade: “A partir del momento en que te das cuenta de que morirás y cada vez está más cerca, lógicamente, miras la vida de una manera menos pragmática, y la vida se convierte en algo voluble que cambia, fluye y se adapta sin verdades absoluta”.