El atolondrado y exigente estilo de vida que llevamos nos empuja a hacer varias cosas al mismo tiempo. Ocurre tanto en el trabajo como en la vida personal: atendemos al teléfono mientras ponemos en orden nuestros papeles (o nuestras ideas); cocinamos a la vez que ayudamos a nuestros hijos con los deberes. En ocasiones llevamos hasta lo absurdo esta antinatural tendencia de compaginar acciones, como cuando nos creemos capacitados de enviar mensajes de texto a través del móvil al mismo tiempo que conducimos el coche, la moto o la bicicleta. Y lo más grave es que no percibimos la irracionalidad de este comportamiento. Nos creemos capacitados para hacerlo.
No en vano esta aptitud de simultanear tareas es algo que a menudo se percibe con connotaciones positivas. Muchas empresas valoran que sus trabajadores tengan un “perfil multitarea”. Y nosotros mismos destacamos entre nuestros talentos o competencias la capacidad de hacer más de una cosa a la vez. La cuestión es que ser multitarea no es lo mismo que ser polivalente. Esto último sí se puede considerar como una virtud en la mayoría de los casos, siempre que implique alternar tareas que dominamos, no combinarlas ni simultanearlas.