“No hace falta hablar español para entenderlo. Es de locos” dice, en inglés, el post de una cuenta de Twitter/X, publicado el 4 de febrero, en el que un clip de La Isla de las Tentaciones acumula más de 220 millones de visualizaciones. En el vídeo, de poco más de dos minutos, se muestra la reacción de uno de los participantes del programa, José Montoya, mientras mira en directo, en un televisor de alta definición, las imágenes de su pareja acostándose con otro hombre. Después de lamentarse a los gritos, Montoya corre por la playa, hacia la casa donde está ella. Detrás, lo sigue la conductora del programa. “¡Montoya, por favor!”, “¡Montoya, vuelve!”, le ruega.
Otro aspecto que la experta señala de este tipo de formatos es el de la “famosización”: gente totalmente desconocida que puede alcanzar la fama a través de estos programas,. “Es el caso de Montoya con esta escena, que han visto más de 150 millones de personas. Es una audiencia brutal”, apunta.
El morbo juega un papel importante. “Lo que se está enseñando es algo que tradicionalmente está oculto, es como si nos dejasen mirar por una mirilla. No solo podemos ver la infidelidad, sino que además podemos ver cómo reacciona la persona a la que se lo está engañando”, dice Delgado. Todo ello, transcurre en un “universo generado por el propio programa, en el que se graba y se edita lo que ocurre. Lo que se enseña pasa de verdad, pero en una realidad construida. No es un documental. Es real, pero no tanto. Como un juego. Existe ese contrato con la audiencia”.