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Los herederos de la bistronomía barcelonesa pisan fuerte

En la mesa

Tal como hace veinte años una serie de jóvenes emprendedores con más talento y voluntad que presupuesto abrieron interesantes restaurantes en Barcelona, hoy nuevas generaciones de amigos o parejas siguen su estela

Parejas en los restaurantes: así llevan trabajar juntos

Federico Tiseyra (de oscuro) cocina en el restaurante de Oliviero Causa, Jacopo Serena y Ricardo Pattaros

Federico Tiseyra (de oscuro) cocina en el restaurante de Oliviero Causa, Jacopo Serena y Ricardo Pattaros

Andrea Martínez/Propias

Barcelona vivió hace un par de décadas un fenómeno que contribuyó a subir el listón de su oferta gastronómica y acabó siendo una de las señas de identidad culinaria de la ciudad: la fiebre de la bistronomía. El término procede del francés bistronomie, acuñado por el periodista Sebástien Demorand en los años 90 y traducido posteriormente por Pau Arenós para adaptarlo a lo que estaba sucediendo aquí, como híbrido entre bistró —la casa de comidas francesa— y gastronomía o economía, según se prefiera.

La proliferación de interesantes establecimientos que se ajustaban a las características de este tipo de oferta hizo que al turismo que recorría los restaurantes catalanes de alta cocina —en aquel momento, sobre todo, El Bulli, El Celler de Can Roca, Sant Pau o Can Fabes—, se sumara otro tipo de turistas curiosos, con buen paladar y muy bien informados, que recalaban en la capital catalana con una minuciosa lista en la que aparecían nombres como Hisop, Alkimia, Gresca, Coure, Embat o Caldeni, entre otros.

Aunque algunos de quienes fueron incluidos en esa categoría nunca se han reconocido parte de un movimiento, sí son conscientes de las numerosas coincidencias en las trayectorias y las circunstancias de sus colegas y amigos. El momento de emprender, siendo muy jóvenes, les llegaba cuando las grandes estrellas de la cocina, los superchefs, habían llegado muy lejos y regentaban establecimientos inalcanzables, tan vinculados al lujo que les parecía imposible seguir sus pasos.

En cualquier caso, tampoco era exactamente lo que imaginaban para ellos, que se sentían más cómodos en un ambiente informal. Sin embargo, amaban su profesión, admiraban a esos maestros, y eran perfectamente capaces de compensar la falta de recursos económicos con una cocina fresca, ingeniosa y tremendamente atractiva, bien presentada y bien servida. Una cocina a la que podía acceder una clientela mucho más amplia, que no tenía ningún problema en que los menús no incluyeran ingredientes de lujo como el caviar o la langosta.

Incorrecte.Los cocineros Gabriela Figueroa y Marcel Pons. Plato de callos de tripa de bacalao con consomé de garbanzos

Los cocineros Gabriela Figueroa y Marcel Pons, de Incorrecte

Mané Espinosa/Propias
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El nuevo Franca que acaban de abrir en el Eixample Fran Baixas, Gianmarco Greci y Joshua McCarty

Àlex Garcia / Propias

A esos jóvenes chefs les bastaba con productos de temporada en su mejor momento (y cuando están a mejor de precio) e imaginación para cocinar cada cual con su marcada personalidad. Había más cosas en común: ese presupuesto escaso les obligaba a conformarse con locales casi siempre tubulares, casi siempre en el Eixample, y buscarse la vida con la mínima estructura. En muchos de los casos eran negocios regentados por una pareja —la mayoría él en cocina y ella en sala— que se dejaba la piel para salir adelante sin poder permitirse contratar a un equipo y acceder a mejores instalaciones.

Ellos compraban, cocinaban, atendían y fregaban los platos. Ofrecían unos precios asequibles y el lujo, el cliente lo tenía claro, estaba en el plato y en el trato cercano. Sin paripé.

Amigos entre sí, los artífices de aquellos primeros ٰDzò barceloneses han ido prosperando paralelamente —la mayoría tuvo hijos y lograron conciliar un poquito más ampliando el equipo, mejorando el espacio y abriendo negocios complementarios con una propuesta alternativa, que les acercaba más a la taberna que al restaurante—. Algunos, como Hisop o Alkimia, subieron peldaños hacia la alta cocina y se convirtieron en restaurantes estrellados; otros nunca obtuvieron ese reconocimiento en la guía roja. Gresca y Caldeni abrieron en locales contiguos el Gresca Bar de Vins y más adelante el Bar Torpedo, y el Bardeni, respectivamente; Coure montó una de las mejores barras de la ciudad a la entrada del restaurante: Alkimia abrió Al Kostat, con una oferta muy centrada en el producto. También hubo quienes pasaron a asumir, a la vez, la dirección gastronómica de otros restaurantes (como Rafa Peña, de Gresca; Jordi Vilà, de Alkimia; o Albert Ventura, de Coure).

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La Sosenga, de Tania Dobas y Marc Pérez en el Gòtic

Llibert Teixidó / Propias
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El Suru Bar, de Carles Morote, Gemma López y Sergi Puig, en el Eixample. Todos ellos trabajaron en el Gresca

Ana Jiménez / Propias

Unos y otros se fueron adaptando a una nueva demanda y a una clientela que pudiera visitarlos con frecuencia. Querían cocinar para quienes llegaban de lejos, pero también para los barceloneses que quisieran repetir a menudo. Y de sus casas salieron cocineras, cocineros y profesionales de la sala que cuando consideraron que había llegado su momento, al igual que les ocurrió a ellos, decidieron abrir sus propios establecimientos. En algunos casos lo hicieron o siguen haciéndolo con más dificultades aún que sus predecesores, pero con unos currículums espectaculares, un gran conocimiento de cocina, de sala y muchos de ellos de vinos, y las mismas ganas de emprender y de cautivar a una clientela con fama de exigente como la barcelonesa.

Hoy la oferta de restaurantes a precios razonables donde cada cual tiene su estilo y que siguen subiendo el nivel del sector es amplísima. Algunos son discípulos directos de quienes lideraron aquella primera fiebre de la bistronomía: David Rustarazo, excelente cocinero al frente de Nairod (Aribau, 141), fue mano derecha de Albert Ventura en Coure (pasaje Marimon, 20), al igual que Janina Rutia, gran amiga del chef, que estuvo al frente de la sala y que desde hace años regenta con su hermano Xavier el Monocrom (plaza Cardona, 4), o como lo es David Morera, al frente de la interesante cocina de Deliri (Còrsega, 242). Trabajaron en Gresca varios de los socios de Palo Verde (Còrsega, 232) o todos los de Suru Bar (Casanova, 134). Aprendieron con Jordi Vilà sus amigos de Almarge, en Badalona, o de Oriol Ivern, de Hisop (pasaje Marimon, 9), Beatrice Casella del exitoso Glug (Viladomat, 289) o el cocinero Jordi Tarré, del recién estrellado Prodigi (Girona, 145).

Así como los nuevos restaurantes de lujo han ido apareciendo con cuentagotas en los últimos tiempos, proliferan los que siguen la estela de aquellos primeros ٰDzò. Algunos pasaron por el aprendizaje forzado de estrenarse en plena pandemia, en el 2020, como Besta (Aribau, 106), Taberna Noroeste (Radas, 67) o el citado Palo Verde. Otros lo hicieron en otros momentos, antes o después. Casas como Teòric Taverna Gastronòmica (Bailèn, 117); Bisavis (Bruc, 85); Direkte Boqueria (calle de las Cabres, 13); Incorrecte (Cerignola, 11); Oníric (Rabassa, 37); Margarit (Margarit, 58); Âme (Londres, 91); Capet (Cometa, 5); Kamikaze (Rosselló, 197), La Sosenga (Amargós, 1) y tantas otras son ejemplos de un movimiento que continúa. Y, de los más recientes, Gegant (Pujades, 93), Mina (Casanova, 262) o Franca (Roger de Llúria, 4) figuran entre las últimas aperturas en distintas zonas de la ciudad.

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Cristina Jolonch
Restaurante Besta. Manu Nues y Carles Ramon.

Sigue habiendo parejas, pero también hay quien emprende en solitario o quien elige la complicidad de los amigos, algo cada vez más frecuente, con quienes han trabajado antes en algún otro restaurante (y compartido momentos de estrés) o que suman la experiencia adquirida a lo largo de sus respectivas trayectorias. En cualquier caso, esa asociación entre varios cocineros y cocineras o equipo de sala permite compartirlo todo, los gastos, la creatividad y todo lo que sea necesario.

La pandemia dejó muchas otras secuelas, más allá de la sustitución de muchas cartas por códigos de barras o un poco más de distancia entre las mesas, en algunos restaurantes. Una de las grandes lecciones para mucha gente del sector, y sobre todo para los más jóvenes, fue com­prender que había vida más allá del trabajo y que la manera de afrontar las dificultades económicas a las que la mayoría tuvieron que sobrevivir tras aquel baile de aperturas y cierres requería algunas costumbres: si no podían permitirse ser tantos en el equipo, serían menos; si no se podía abrir los mismos días o mantener los horarios, harían que el cliente se adaptara a los nuevos tiempos de una restauración que sigue haciendo de Barcelona una de las ciudades más suculentas.

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