Catalina trabaja en un periódico estadounidense, hace un año que la contrataron en las oficinas de Nueva York. Ayer, por su cumpleaños, recibió un regalo insólito de parte del periódico que –me dijo– le había hecho dudar de su profesión. Para felicitarla, le habían enviado una enorme caja sorpresa: la recibió ilusionada, imaginando una tarta o un ramo de flores. Pero no.
Conforme iba abriendo la caja, dijo, se sentía como en una sórdida experiencia de unboxing , parecida a la que retratan los influencers: consiste en atravesar capas y capas de lazos, de cartón, de embalajes para llegar al producto que la propia marca les envía (siempre con un motivo ulterior: que se fotografíen con el producto y hagan, así, publicidad). Pero Catalina no es influencer, es periodista. Y el envoltorio, dijo, era como una muñeca rusa, y la situación, como una parábola china: resultaba muy difícil acceder al regalo en sí, nunca terminaban los infinitos envoltorios. ¿Dónde estaba el objeto, la sustancia?
La cultura de lo insustancial modifica la percepción: la cantidad se considera calidad y el tamaño sustituye al sentido
Por fin dio con él. Había dos bultos, diminutos tras el exagerado paquete (con una felicitación estandarizada de cumpleaños y el nombre de Catalina mal escrito): primero, un recipiente con panes. Pero eran “panes de avión”, apuntó Catalina, “ chiclosos e intragables”. El segundo recipiente contenía un caldo: pero era “caldo de hospital”, dijo. Calentó ambas cosas en el microondas, solo para comprobar que su sabor era tan deprimente como su aspecto. Lo único prometedor –y engañoso– era el fastuoso embalaje del regalo.
Catalina es española. Pensé que no se habría acostumbrado (todavía) a los nulos estándares alimenticios de Estados Unidos. Pero ella replicó que no, que su irritación tenía otro motivo: “Alguien se ha gastado mucho dinero en este envío, en tremendos cartones y colores”. El problema no era que su empresa promoviese “la cultura del marketing, sino de la insustancialidad: ven esto como un obsequio y no un insulto de cumpleaños”. De un pan de avión y un caldo de hospital pasamos a una conversación filosófica; pero esto no es tan raro si recordamos que Unamuno, hablando sobre el concepto de sustancia, no ofrecía una diatriba metafísica, sino que apuntaba a una imagen: el caldo del cocido español.
A Catalina, unamuniana, le perturbaba que “lo insulso cueste tan caro, que se haya distanciado tanto el coste del valor, y el precio de la sustancia”. Esta anécdota, ahora, me parece una alegoría americana, la alegoría de los panes y el caldo. La cultura de la insustancialidad modifica la percepción: la cantidad pasa a considerarse calidad, el tamaño sustituye al sentido y la apariencia de verdad importa más que la verdad. Si Unamuno consideraba el cocido como la mejor ilustración de la idea de sustancia, este regalo vacuo ilustra a la perfección la paradójica cultura estadounidense, donde el relato bien empacado se impone ante la tristeza de la realidad.