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Los pioneros del arte digital

Los orígenes de una corriente creativa en expansión

Londres homenajea a los primeros artistas que usaron computadoras

ELECTRIC_DREAMS

El público interactúa en la instalación del venezolano Carlos Cruz-Diez Environnement Chromointerférent (1974/2018)

LIAM MAN / Tate Modern

Durante los últimos setenta años el arte ha explorado una y otra vez sus simbiosis posibles con las máquinas. En la Tate Modern de Londres una exposición rastrea la historia de esa exploración, centrándose en sus orígenes. Se titula Electric Dreams. Art and Technology Before the Internet, estará abierta hasta el 1 de junio y es uno de los eventos culturales del año en la capital de Reino Unido.

Según dice en el catálogo su comisaria, Val Ravaglia, presenta “una red de historias sobre artistas que, entre los años 50 e inicios de los 90, trabajaron bajo la inspiración de los métodos y las herramientas de la ciencia y la tecnología, que en aquella época se consideraban nuevos o emergentes”.

El Reina Sofía muestra cómo en los 60 varios creadores también experimentaron con un ordenador IBM

El recorrido comienza con la sección Materializando fuerzas invisibles, que nos transporta al arte cinético y electrónico. Prosigue con Una apertura programada: Arte como investigación visual, donde viajamos a la Zagreb de 1961, sede de la exposición pionera Nuevas Tendencias, o a Milán, que al año siguiente albergó la muestra del famoso arte programmata.

De allí pasamos a Diálogos con las máquinas, que habla de la irrupción de las computadoras en la creación artística, con las posibilidades de la automatización y de la cibernética. Electric Dreams concluye con Bricolaje electrónico, donde se ven las colaboraciones de artistas con empresas y laboratorios tecnológicos y se muestra la que podría ser la primera obra de realidad virtual y aumentada: Liquid Views–Narcissus’ Digital Reflections (1992), de Monika Fleischmann y Wolfgang Strauss. Es raro y encantador interactuar con dispositivos anacrónicos, con pantallas pixeladas.

En esta misma ciudad, pero en el ICA (Institute of Contemporary Arts), tuvo lugar en 1968 la exhibición Cybernetic Serendipity, que no fue la primera de arte y cibernética pero sí la más completa y la que pasó a la historia. Se caracterizó por su selección de artistas internacionales y por su transversalidad: escultura, instalaciones, artes gráficas, música, danza, performance. Por eso no sorprende que Electric Dreams, más de medio siglo después, tenga también una ambición global e interdisciplinar. Ni que muestre ahora el vinilo que se publicó entonces y que se puede escuchar con auriculares. En él, por supuesto, no podía faltar un tema de John Cage.

Las artes cibernéticas nacieron tanto en los departamentos de I+D de las empresas informáticas, en las universidades o en los estudios de artistas (Bruno Munari, Nam June Paik, Tatsuo Miyajima, Analivia Cordeiro) como en los estudios de sonido experimental o de televisión. Donde estaba disponible una nueva tecnología, allí acudían los artistas. No es casual que la investigación para este proyecto la hayan aportado, precisamente, los coreanos Hyundai Tate Research Centre: Transnational. Tal vez por eso se han borrado de los textos de sala las siglas I.B.M. (sin duda fundamentales para entender la historia del arte y la computación). Siempre fueron prácticas vinculadas, aunque a través de la ironía y la crítica, con la innovación y el capital. Y sus paradojas.

Otra de las muestras pioneras que se mencionan en la Tate es Arte y cibernética, que organizó en Buenos Aires en 1969 el Centro de Estudios de Arte y Comunicación y tuvo continuidad en los años posteriores. Miguel Ángel Vidal y sus compañeros están bien representados.

Como dice por correo electrónico la investigadora Jazmín Adler, autora de En busca del eslabón perdido: arte y tecnología en Argentina, es insoslayable “la importancia del CAyC para la historia del arte contemporáneo en mi país”. Y añade: “su fundador y director, Jorge Glusberg, convocó a un conjunto de artistas e ingenieros quienes trabajaron con una computadora IBM 1130-2-C en un proceso colaborativo que aspiraba a promover la labor interdisciplinaria; de hecho, la misión explícita de la institución consistía en fomentar las relaciones entre proyectos artísticos, medios tecnológicos y la comunidad”. Unos vínculos que desembocaron en la frontera con el arte conceptual, arte hermano del matemático e informático.

Sorprende, en cambio, la ausencia del Centro de Cálculo de la Universidad Autónoma de Madrid, donde en la segunda mitad de la década de los 60 varios artistas también experimentaron con un ordenador IBM. Tanto parte de la máquina con varias de las obras se pueden ver en una sala del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. La exposición Generación Automática de Formas Plásticas, de 1970, con obras de José Luis Alexanco, Manuel Barbadillo, Gerardo Delgado, Soledad Sevilla y Eusebio Sempere, entre otros, también forma parte del arte iberoamericano más avanzado.

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