Durante los últimos setenta años el arte ha explorado una y otra vez sus simbiosis posibles con las máquinas. En la Tate Modern de Londres una exposición rastrea la historia de esa exploración, centrándose en sus orígenes. Se titula Electric Dreams. Art and Technology Before the Internet, estará abierta hasta el 1 de junio y es uno de los eventos culturales del año en la capital de Reino Unido.
Según dice en el catálogo su comisaria, Val Ravaglia, presenta “una red de historias sobre artistas que, entre los años 50 e inicios de los 90, trabajaron bajo la inspiración de los métodos y las herramientas de la ciencia y la tecnología, que en aquella época se consideraban nuevos o emergentes”.
El Reina Sofía muestra cómo en los 60 varios creadores también experimentaron con un ordenador IBM
El recorrido comienza con la sección Materializando fuerzas invisibles, que nos transporta al arte cinético y electrónico. Prosigue con Una apertura programada: Arte como investigación visual, donde viajamos a la Zagreb de 1961, sede de la exposición pionera Nuevas Tendencias, o a Milán, que al año siguiente albergó la muestra del famoso arte programmata.
De allí pasamos a Diálogos con las máquinas, que habla de la irrupción de las computadoras en la creación artística, con las posibilidades de la automatización y de la cibernética. Electric Dreams concluye con Bricolaje electrónico, donde se ven las colaboraciones de artistas con empresas y laboratorios tecnológicos y se muestra la que podría ser la primera obra de realidad virtual y aumentada: Liquid Views–Narcissus’ Digital Reflections (1992), de Monika Fleischmann y Wolfgang Strauss. Es raro y encantador interactuar con dispositivos anacrónicos, con pantallas pixeladas.
En esta misma ciudad, pero en el ICA (Institute of Contemporary Arts), tuvo lugar en 1968 la exhibición Cybernetic Serendipity, que no fue la primera de arte y cibernética pero sí la más completa y la que pasó a la historia. Se caracterizó por su selección de artistas internacionales y por su transversalidad: escultura, instalaciones, artes gráficas, música, danza, performance. Por eso no sorprende que Electric Dreams, más de medio siglo después, tenga también una ambición global e interdisciplinar. Ni que muestre ahora el vinilo que se publicó entonces y que se puede escuchar con auriculares. En él, por supuesto, no podía faltar un tema de John Cage.
Las artes cibernéticas nacieron tanto en los departamentos de I+D de las empresas informáticas, en las universidades o en los estudios de artistas (Bruno Munari, Nam June Paik, Tatsuo Miyajima, Analivia Cordeiro) como en los estudios de sonido experimental o de televisión. Donde estaba disponible una nueva tecnología, allí acudían los artistas. No es casual que la investigación para este proyecto la hayan aportado, precisamente, los coreanos Hyundai Tate Research Centre: Transnational. Tal vez por eso se han borrado de los textos de sala las siglas I.B.M. (sin duda fundamentales para entender la historia del arte y la computación). Siempre fueron prácticas vinculadas, aunque a través de la ironía y la crítica, con la innovación y el capital. Y sus paradojas.
Otra de las muestras pioneras que se mencionan en la Tate es Arte y cibernética, que organizó en Buenos Aires en 1969 el Centro de Estudios de Arte y Comunicación y tuvo continuidad en los años posteriores. Miguel Ángel Vidal y sus compañeros están bien representados.
Como dice por correo electrónico la investigadora Jazmín Adler, autora de En busca del eslabón perdido: arte y tecnología en Argentina, es insoslayable “la importancia del CAyC para la historia del arte contemporáneo en mi país”. Y añade: “su fundador y director, Jorge Glusberg, convocó a un conjunto de artistas e ingenieros quienes trabajaron con una computadora IBM 1130-2-C en un proceso colaborativo que aspiraba a promover la labor interdisciplinaria; de hecho, la misión explícita de la institución consistía en fomentar las relaciones entre proyectos artísticos, medios tecnológicos y la comunidad”. Unos vínculos que desembocaron en la frontera con el arte conceptual, arte hermano del matemático e informático.
Sorprende, en cambio, la ausencia del Centro de Cálculo de la Universidad Autónoma de Madrid, donde en la segunda mitad de la década de los 60 varios artistas también experimentaron con un ordenador IBM. Tanto parte de la máquina con varias de las obras se pueden ver en una sala del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. La exposición Generación Automática de Formas Plásticas, de 1970, con obras de José Luis Alexanco, Manuel Barbadillo, Gerardo Delgado, Soledad Sevilla y Eusebio Sempere, entre otros, también forma parte del arte iberoamericano más avanzado.
Conectar arte y literatura
Hay que interpretar 'Electric Dreams' en el contexto de la necesidad de los últimos años de entender la genealogía de la inteligencia artificial. El camino que nos ha conducido hasta la encrucijada en que nos encontramos. Si en el cambio de siglo proliferaron los ensayos y novelas sobre el mundo del libro, por la amenaza que suponía la irrupción de internet y del e-book; en esta tercera década, la revolución de ChatGPT y el resto de IAs generativas está provocando una serie de discursos que tratan de explicarla.
La voluntad colectiva de comprender la cibernética que se ha vuelto parte de la estructura de nuestras vidas explica desde el éxito de la novela 'Maniac' (Anagrama), de Benjamín Labatut, hasta los muchos documentales que reconstruyen la historia de internet o de las redes sociales, pasando por proyectos artísticos como 'Calcultating Empires', de Kate Crawford y Vladan Joler, o el rescate de la memoria de la iniciativa chilena Cynco, que durante el gobierno de Allende quiso analizar el país en tiempo real a través de lo que ahora llamamos Big Data.
La presencia en la exposición londinense de la mítica máquina de sueños de Bryon Gysin ('Dreammachine', 1960), en diálogo con los cut-ups de William Burroughs, o la invocación de 'Obra abierta' de Umberto Eco como un título clave para entender el fenómeno, apunta hacia otra necesidad de nuestra época. La de poner en diálogo las artes visuales y conceptuales con la literatura.
En la gran exposición sobre el surrealismo del Pompidou de París, que concluyó el pasado 13 de enero, el movimiento se observaba a través de la poesía de Lautréamont y de las novelas de Breton. No en vano, aunque la experiencia de la exposición de la Tate Modern –como del resto de las mencionadas– vaya a reverberar durante mucho tiempo entre quienes la hemos visitado, el gran documento que queda para el futuro es su excelente catálogo. Al fin y al cabo: un libro.