Hace diez años el arte digital entró en una nueva dimensión con la IA. En el 2016, el artista turco Refik Anadol ganó la primera residencia Google Artists and Machine Intelligence, que le dio acceso al algoritmo DeepDream y a sus alucinaciones oníricas, de gran potencia visual. Ese mismo año y hasta el 2018, el alemán Mario Klingemann fue residente del programa Google Arts and Culture, con una perspectiva más conceptual, que lo condujo a artefactos de apariencia anacrónica, que procesaban la información con los sistemas más avanzados, creando un cortocircuito fascinante.
Si desde los años cincuenta y hasta entonces IBM había liderado la investigación en la dimensión artística de la computación, en el ecuador de la década pasada Google dejaba claro que estaba decidido a liderar esa búsqueda en la nueva época de las redes neuronales. En el 2021 OpenAI también se interesó en colaborar con creadores. Al año siguiente explotó su ChatGPT y todo tipo de empresas consolidadas y emergentes, primero en EE.UU. y después en China, entendieron que el desarrollo del potencial artístico de sus inteligencias artificiales precisaba del talento 100% humano. Y ese es el mundo en que las narrativas y las artes tratan de encontrar sus propios espacios en el convulso 2025.
Merece la pena recordar que los ‘googlegramas’ de Joan Fontcuberta ya tienen dos décadas de vida
Anadol se ha vuelto mainstream . En estos momentos su obra Arquitectura viva: Gehry se puede ver en el Museo Guggenheim Bilbao; hasta el 15 de marzo pasado fue uno de los artistas de la exposición colectiva Neo botanica – An atlas of artificially generated flora, de la galería Load de Barcelona. Klingemann o la argentina Sofía Crespo también se encuentran en la zona más visible de ese nuevo arte digital atravesado por la IA. Es llamativo que varios de los exponentes más célebres no sean estadounidenses, pese a que el inglés sea el idioma en que se expresan las nuevas tecnologías y pese a que hayan sido sus corporaciones las que han impulsado el fenómeno.
La publicación de la antología Output: An anthology of computer-generated text, 1953–2023 (MIT Press), que ignora el resto de idiomas, nos recuerda la necesidad de mirar desde otros lugares, desde otras orillas, para reivindicar otras genealogías. Una de ella sería la de Barcelona. Merece la pena recordar que los googlegramas de Joan Fontcuberta ya tienen dos décadas de vida; que Taller Estampa ya trabajaba en el 2017 con redes neuronales de imagen y de texto, o que Anna Giralt Gris y Jorge Caballero hicieron la serie documental Artificio , sobre IA y prácticas artísticas, al año siguiente.
Cuando, con la ayuda de GPT-2 y GPT-3, Taller Estampa y yo publicamos Los campos electromagnéticos . Teorías y prácticas de la escritura artificial (Caja Negra, 2023), ellos ya habían colaborado en Kosmópolis con Josep Pedrals o Irene Solà. Ninguno de esos textos en catalán o en castellano aparece en Output , pero eso no significa que no existan. El arte digital y las IA creativas son ya globales, es decir, plurales.