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Pequeños libros enormes

I. (Siruela), de Cees Nooteboom: aunque el título remita a Menorca, donde el escritor holandés ha pasado casi un tercio de su vida, muchos de los recuerdos y poemas hablan de otros lugares del mundo y se pueden leer como fragmentos de una novela de formación. Sus primeros viajes, los nuestros.

II. (Anagrama), de Antonio Tabucchi: la ficción y la crónica del viaje a las islas Azores, la historia marítima y las leyendas conviven en estas páginas asombrosas, capaces de crear armonía entre materiales heterogéneos (incluyen hasta pasajes de un reglamento de pesca de cetáceos).

III. (Gog & Magog), de Fabio Morábito: “Se abdica del idioma materno porque se abdica del llanto y se abdica del llanto porque solo dejando de llorar se puede escribir”. Ochenta y cuatro ensayos brillantes, con gemas como esa, componen este libro sobre la lectura y la escritura, con sus robos y pasiones.

IV. (Acantilado), de Natalia Ginzburg: once estampas de una vida, que desprenden una intensidad hiriente –acerca de la guerra, la amistad, la maternidad– pero que también iluminan –porque la autora se eleva de sus conflictos, de Cesare Pavese, de sus hijos, y nos pone un espejo ante los ojos (que también nos hiere).

V. (Anagrama), de Ricardo Piglia: ensayos, pasajes de diario, tesis viejas y nuevas sobre el cuento y notas varias componen este aleph de la obra del escritor argentino, que publicó en 1999 como parte central, aunque abreviada, de su propuesta para el nuevo mi­lenio.

VI. (Alianza / Cátedra), de María Zambrano: una ráfaga de iluminaciones, entre la filosofía y la poesía, sobre el vacío y sus alrededores, las palabras y los signos. Parten de “la lección inmediata de los claros del bosque: no hay que ir a buscarlos, ni tampoco a buscar nada en ellos”.

VII. (Asteroide), de Leila Guerriero: en la tradición de Clarice Lispector y de tantas otras poetas –en el sentido más amplio de la palabra: precisión quirúrgica e invocación mágica–, esta selección de columnas oscila entre la ferocidad y la ternura, la montaña rusa y el carrusel.

VIII. (Siruela), de Italo Calvino: un prodigio de ensayo lírico sobre el urbanismo posmoderno, disfrazado de homenaje a Marco Polo y de sucesión de fábulas atemporales. Hace brotar lo que hay de universal en todas las ciudades concretas.

IX. (Acantilado), de Stefan Zweig: ¿pueden las miniaturas ser épicas? Sí, si las escribe un maestro de la síntesis y los instantes decisivos, capaz de convencernos de que la composición de El Mesías de Händel fue tan decisiva como la caída de Constantinopla.

X. (Tres puntos), de Maggie Nelson: una investigación sobre el color azul que oscila entre el ensayo y la poesía y la confesión enferma, porque la depresión es azulada, como el desamor. Otro libro laboratorio, híbrido, pequeño y enorme, a su manera: perfecto.

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