Fue en el 2006 cuando decidí prestarle atención al Arsenal.
Hasta entonces, solo había tenido conciencia del Liverpool de Keegan y Dalglish (también el de la tragedia de Heysel, desastre que expulsaría de Europa a los ingleses durante cinco años). O del Manchester United de Cantona y Roy Keane. O del West Bronwich Albion, donde jugaba el fabuloso Laurie Cunningham.
Qué pronto nos dejó Cunningham.
Tenía 33 años cuando estrelló su Seat Ibiza contra una farola mientras pasaba ante el club Puerta de Hierro, el más exclusivo de los exclusivos clubs de golf.
Para entonces, su carrera encaraba el otoño. No había cuajado en el Madrid ni en el Sporting de Gijón ni en el Rayo.
Era carne de banquillo porque se rompía una y otra vez, qué desperdicio.
Eso sí, en los días inspirados, cuando el cuerpo le pedía salsa, Cunningham era una bala. Corría tan deprisa como conducía. Era elástico y avanzaba con el balón pegado al pie. Era uno de los grandes.
Muchos de nosotros descubrimos al Arsenal en el 2006, cuando Thierry Henry bailó al Madrid
(...)
Años más tarde apareció Thierry Henry, que era una versión actualizada de Cunningham. Y entonces descubrí al Arsenal.
Ocurrió en el 2006, cuando el Madrid era una constelación de galácticos en manos de un técnico sobrevenido, posiblemente superado por las circunstancias.
¿Qué hacía López Caro dirigiendo a Zidane, Ronaldo el fenómeno, Beckham, Guti, Roberto Carlos, Raúl, Julio Baptista, Casillas, incluso al luego apestado Robinho?
Hacía lo que podía, demasiados gallos.
En aquel caso, solo podía transigir.
Pero para el fracaso blanco hubo más culpables, claro. Por ejemplo, Thierry Henry.
Sobre el campo, Henry, futbolista que podía haber sido atleta (ChatGPT me chiva que, oficiosamente, había corrido los 100m en 10s4; en realidad no hay registros oficiales al respecto), lideraba a una tropa de jugadores sensacionales, que no galácticos, como Lehmann, Kolo Touré, Gilberto Silva, Cesc y Pires (en el banquillo, el genio era Arsène Wenger).
Pocos hubieran apostado por aquel éxito de los gunners (arreón que semanas más tarde les conduciría a la final de aquella edición, finalmente derrotados por el Barça de Rijkaard, Ronaldinho, Eto’o, Iniesta, Puyol y Deco), pero de ahí iba a surgir la leyenda de Henry, al fin elevado a los altares del club, donde aún sigue: su silueta se perfila en las gradas del Emirates y su voz es requerida en vísperas de un compromiso como el de anoche. El lunes, cuando le ofrecían el micrófono, Henry dijo:
–Ellos tienen quince Champions y nosotros, ninguna. Pero he visto a Grecia ganar la Eurocopa y al Leicester, la Premier...