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El Masters, la liberación de Rory McIlroy

Golf

El astro norirlandés acaba con sus fantasmas y gana al fin en Augusta, completando así el Grand Slam y confirmándose como uno de los mejores de la historia

Rory McIlroy se quita un peso de encima después de enfundarse la chaqueta verde de manos de Scottie Scheffler

CJ GUNTHER / EFE

Ante la evidente preocupación que invadía el rostro de su amigo y jefe de regreso al tee del hoyo 18 del Augusta National para disputar el desempate del Masters después de perder hasta cuatro veces el liderato del torneo en un domingo inolvidable, Harry Diamond miró a Rory McIlroy y le dijo: “Cuando empezó la semana hubieras firmado jugarte el torneo en un playoff”. La frase actuó como un calmante, serenó al norirlandés y le permitió completar un hoyo perfecto que le valió su ansiada primera chaqueta verde. Un segundo triunfo para Rors, que lleva años teniendo que soportar críticas por haber apostado por un amigo de la infancia –ambos se conocieron con 7 años en un putting green de Holywood, la localidad natal del golfista– para hacerle de caddie en lugar de hacerlo por un profesional.

La anécdota sirve para alimentar la leyenda de lo ocurrido el domingo en Augusta en una jornada que el mundo del golf y del deporte jamás olvidarán. El día en que Rory McIlroy (Holywood, 1989) espantó todos sus fantasmas y ganó al fin el Masters de Augusta, el único major que no estaba en su palmarés. Un triunfo mágico, épico y dramático a partes iguales que le sienta como primer europeo en una mesa de mitos junto a Gene Sarazen, Ben Hogan, Gary Player, Jack Nicklaus y Tiger Woods, los únicos capaces de ganar los cuatro torneos del Grand Slam (Masters, US Open, British Open y PGA).

“Era mi 17.º Masters y ya me preguntaba si alguna vez llegaría mi momento, cargaba un peso muy grande”, dijo

Para entender la trascendencia del triunfo del norirlandés y lo que significa para él, dibujado todo con su figura arrodillada en el green del 18 llorando a moco tendido tras vencer a su amigo Justin Rose en el playoff, hay que rebobinar más de una década. McIlroy, cuyo talento para mover el palo y pegar a la bola tiene pocos precedentes, estaba llamado a dominar el golf mundial y tomar el relevo de Tiger Woods. Pero en 2011 ocurrió algo que le perseguió hasta el domingo a las 19.16, hora de Augusta, cuando metía el putt ganador. En aquel Masters afrontó la última jornada como líder con cuatro golpes de ventaja, pero acabó firmando unos increíbles 80 golpes para caer hasta la 15.ª posición final.

Aquella debacle no pareció afectarle porque entre 2011 y 2014 todas las expectativas que rodeaban su carrera no sólo parecieron cumplirse, sino que se superaban con creces. El US Open en 2011 (Congressional), el PGA en 2012 (Kiawah Island), el British (Royal Liverpool ) y el PGA en 2014 (Valhalla) fueron dominados por Rory, algunos con una superioridad casi insultante. De Holywood al cielo, con un golf más divino que humano, su camino parecía dibujado para batir todos los récords.

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Y, de repente, la nada. El bloqueo. Empezaron a pasar los grandes, uno tras otro, y ninguno caía del lado de McIlroy. No había explicación, más allá de la presión, capaz de invadir hasta a los más indestructibles. Porque en estos once años, desde Valhalla’2014 hasta el Masters’2025, había ganado hasta 24 torneos pero siempre había fallado en los majors, multiplicando los fantasmas, especialmente en Augusta, la única cima que le separaba del Grand Slam. “Cargaba con un peso muy grande. El Masters es en lo único que pensaba, de lo único que hablaba. Lo era todo para él”, confirmaba Shane Lowry, uno de sus mejores amigos dentro y fuera de los campos. “Era mi 17.º Masters y ya me empezaba a preguntar si alguna vez llegaría mi momento, llevo once años cargando un peso muy grande y por fin me lo he quitado de encima. Es el día más feliz de mi carrera”, corroboraba vestido de verde el nuevo campeón del Masters, elevado a los altares ya sin discusión como uno de los mejores golfistas de la historia.

Rory ganó en playoff a su amigo Justin Rose tras una última jornada con más giros de guion que nunca

Rotos los maleficios, espantados los malos espíritus, el techo ahora de McIlroy es impredecible. Además, con 35 años se encuentra en un momento de madurez profesional y personal óptimo, con su mujer Erica y su pequeña Poppy (4 años) siempre a su lado. Precisamente, pasar momentos en familia durante los torneos es su mejor arma contra la presión. Si después de ganar The Players desveló haberse relajado viendo El diablo viste de Prada, esta semana ha tocado la serie Los Bridgerton y la película de animación Zootopia con Poppy en su regazo.

La liberación de Rory McIlroy es completa.