Sin tiempo para respirar tras pasar ronda en la Liga de Campeones, el Madrid derrotó al Villarreal, equipo que suele provocarle grandes dolores de cabeza. Se impuso de la manera que acostumbra esta temporada, mezclando buenos, regulares y malos ratos en el mismo partido, con una paradoja incluida: dispone de la delantera más lujosa del mundo, pero desde el 25 de enero (0-3 en Valladolid) no ha marcado más de dos goles en ninguno de los siguientes siete partidos de Liga y sólo en una ocasión (2-0 contra el Girona en el Bernabéu) ha obtenido una ventaja superior a un gol. Está claro que es un equipo muy particular, imposible de ajustar a los juicios normales que establece el fútbol. Para muestra el botón de su partido en el Metropolitano, resuelto con éxito en una noche que pasará a la historia por el penalti del doble toque, o lo que fuera el enésimo, pero ni mucho menos el último, ataque del VAR contra el sentido común. La ofensiva continuará hasta que el fútbol se vuelva irreconocible.
Tampoco se distingue el Madrid por su fama defensiva. Sin embargo, encaja pocos goles. Sus dos únicas derrotas, contra el Espanyol y el Betis, se produjeron por 1-0, de manera que la carga de la culpa en esos partidos se pudo atribuir a la ineficacia de los Mbappé, Vinícius, Rodrygo y compañía. Son las cosas del Madrid, un prisma de infinitos lados que ofrece perspectivas sorprendentes. En Villarreal se sintió arrollado, recibió muy pronto el gol de Foyth, se recuperó, jugó francamente bien los últimos 25 minutos del primer tiempo, remontó con dos goles de Mbappé, regresó a sus problemas en el segundo tiempo y terminó pidiendo la hora.
Courtois y Mbappé resolvieron en las áreas; Bellingham, en todo el campo
La fatiga es una buena coartada, aunque ni de lejos explica el errático comportamiento del Madrid, definido por otra característica evidente: no hay equipo en el mundo que salga mejor de los laberintos. Antes del Atlético-Barça que se disputa esta noche en el Metropolitano, el Madrid encabeza la clasificación, jugará los cuartos de final de la Liga de Campeones y en dos semanas se medirá con la Real Sociedad en la vuelta de la semifinal de la Copa del Rey, con la ventaja de su victoria (0-1) en Anoeta. Si fuera la primera vez, habría debate sobre las circunstancias que esta temporada han presidido la trayectoria del equipo de Ancelotti. Como se repite con tanta asiduidad, en la Liga y en la Copa de Europa especialmente, se llegan a plantear teorías que rozan la metafísica.
Lo que no admite discusión es la categoría de sus jugadores. Donde no le llega con los asuntos que definen a la inmensa mayoría de los equipos –orden, disciplina, un plan reconocible partido tras partido–, le sobra en recursos individuales. De eso trató su victoria en Villarreal. Una vez más, Courtois acudió al rescate en los momentos críticos del partido, con tres intervenciones excepcionales para cualquier otro portero, pero cotidianas para el belga. No hay mejor guardameta en el mundo desde hace muchos años. El Madrid le debe tanto como a las mayores estrellas que han pasado por el club en este siglo.
Courtois hizo su acostumbrado trabajo y Mbappé marcó los goles de la victoria. Lleva 20 en el campeonato, insuficientes para satisfacer algunos paladares. Tiene críticos en el sector más duro del madridismo, que le exige noches imperiales en las grandes citas europeas, los duelos con el Barça y los derbis de Madrid. Algún día se soltará el pelo, porque es un jugadorazo, pero aún no ha aprobado la prueba del nueve que le reclaman los intransigentes.
Courtois y Mbappé resolvieron en las áreas. Bellingham, el tercero en la carretera, en todo el campo. Es un futbolista impresionante que se comporta de mala manera en demasiadas ocasiones. Los árbitros se lo consienten con demasiada frecuencia. Gil Manzano, que dirigió el partido, tampoco fue la excepción.