La propuesta trumpista de reducir drásticamente el déficit exterior americano tiene enjundia. Y no solo para nosotros, sino también para los votantes de EE.UU. Contablemente, el déficit exterior implica que el ahorro del país (privado y público) no alcanza para financiar su gasto interno (consumo e inversión) por lo que el resto del mundo debe prestar la diferencia. Por ello, cerrar el desequilibrio que Trump persigue implica, inevitablemente, que sus ciudadanos ajusten a la baja su nivel de vida.
Esta simple verdad fue la que los españoles aprendimos de golpe y porrazo en la crisis financiera: los préstamos del exterior, que habían permitido vivir los 2000 por encima de nuestros ingresos, desaparecieron y tuvimos que emprender el penoso camino de la austeridad. Pero EE.UU. tienen un rasgo particular: ha podido pagar a los que le prestaban emitiendo moneda. Eso es lo que significa la afortunada expresión de Valéry Giscard d’Estaing, exministro de Hacienda de Francia, cuando habló del “exorbitante privilegio” del dólar. A partir de los 2000, el déficit exterior americano se estuvo financiando parcialmente con recursos de China, generándose una relación simbiótica entre ambos: los ciudadanos americanos utilizaban ahorro chino para financiar un nivel de vida que no podían permitirse, y los de la China lo mantenían muy reducido, generando excedentes financieros con los que prestar a los EE.UU. Era una nueva paradoja, la de un país pobre prestando a uno rico, que tan bien describe Stephen Roach en sus trabajos sobre las relaciones China-EE.UU. Solo un par de datos: en términos netos, sin depreciación, a finales de la pasada década el ahorro chino se situaba en el entorno del 45% del PIB, una insólita cifra si se la compara con el escaso 2% americano o el 12% europeo, reflejo, a su vez, de un muy modesto consumo privado en China (solo del 40% del PIB), muy alejado del 67% americano o del 58% europeo.

Contenedores en el puerto de Los Ángeles en Long Beach, California
Los americanos usaban ahorro chino para financiar un nivel de vida que no podían permitirse
La política de Trump, de terminar siendo exitosa, no solo afectará al resto del mundo, debilitando y/o reduciendo nuestros superávits con su país y afectando nuestro crecimiento. Va a impactar a su población: ajustar su gasto a la renta que se genera y prescindir de los préstamos del resto del mundo implica menor déficit público y/o mayor ahorro privado. En suma, reducir el nivel de vida.
Dudo que Trump esté dispuesto a este vuelco colosal. Quizás espere que con los mayores ingresos generados con la nueva industria, el ajuste sea menos doloroso. Pero si se quiere realmente cerrar el déficit exterior, bien el sector público bien el privado deberá moderar su gasto. Tiempos difíciles. Para todos.