Miguel Gila, nuestro humorista más polifacético, fallece en Barcelona el 13 de julio de 2001, cuatro meses después de cumplir 82 años. A su muerte, el también humorista José Luis Coll lo definió como .
Su humor directo, encarnado en personajes del pueblo, encandiló a generaciones de espectadores, desde que empezase en 1951 como espontáneo improvisador de monólogos en el teatro Fontalba. Pero, tras su máscara de gracioso, había una voluntad de ir más allá. Por eso, ya en 1962 confesaba a nuestro entrevistador Del Arco que “para el público, Gila es un humorista; para mí, ”. En este sentido, uno de sus sucesores como maestro del monólogo,, afirmó que la gran lección de Gila fue “combatir la intolerancia con su mejor arma: el humor”.
Su creación más valorada fue la del simpático y sencillo soldadote que, armado con un teléfono, llamaba al otro lado de campo de batalla: “Oiga, ¿es el enemigo?” fue para él una auténtica terapia: “Entre en el Ejército a los 17 años y salí diez años más tarde. Es el personaje que trato con más cariño y con el que más me complazco en apedrear a todo aquello que me marcó”, explicaba a nuestro entrevistador Santiago Fondevila en 1989.
Prisionero en la posguerra junto al poeta Miguel Hernández, Gila, que fue se marchó a Argentina harto de que el régimen franquista pusiera problemas a su unión de hecho con la que sería su segunda mujer, la directora de teatro María Dolores Cobo. De vuelta a España, no dudó en mostrar sus simpatías políticas con el PSOE y el PSC. Esto le acarreó algunos problemas con el PP, como en la campaña de 1993, cuando el dirigente dijo haberle comprado a Miguel Gila “un billete para Argentina para que vuelva”.
El humor de Gila llegó a todos los públicos, también a través de los medios de comunicación. En este ámbito los televidentes con mayor memoria recordarán su interpretación en el anuncio de dzáپ, cuando, recién afeitado, proclamaba: “Da un gustirrinín”. Era Miguel Gila.