Incluso para alguien tan dado al autobombo y a la exageración como Trump, es una mentira particularmente grosera: “He hecho más por la comunidad negra que ningún otro presidente”. Ahora que arrecian las protestas contra el racismo a lo largo de todo el país, repite con mucha insistencia diferentes versiones de esa falsedad, una afirmación digna de hacer que se revuelvan en sus tumbas varios presidentes que, sin ninguna duda, hicieron mucho más que él por la igualdad entre razas en EE.UU.
Cuando Trump dice que “lo que hemos logrado para los negros no tiene precedentes”, parece ignorar “precedentes” como la abolición de la esclavitud o el final de la segregación. Unos “logros” que resultan algo más profundos que el gran éxito del que presume el actual presidente, una bajada del paro entre los afroamericanos que, de todas formas, ha desaparecido debido a la pandemia. Veamos cómo resisten sus méritos la comparación con algunos de sus antecesores.

Sophie Pierre-Michel, una joven activista de la organización Strategy for Black Lives, habla a los participantes en la marcha de apoyo a la causa de mujeres de raza negra en Nueva York.
Lincoln, el mártir “cuestionable” de Trump
Cuando Trump dice que ningún presidente ha hecho por los negros tanto como él, a veces incluye a modo de coletilla “desde Lincoln”. No lo hace siempre, pero sí la mayoría de las veces, porque incluso él se da cuenta de que no es fácil ganarle ese pulso al presidente que fue a la guerra contra el Sur esclavista, liberó a millones de afroamericanos que hasta entonces eran propiedad de sus amos y recibió por ello un disparo que le costó la vida.
Abraham Lincoln había explicado con claridad su opinión sobre la esclavitud mucho antes de ser elegido presidente. Escribió en 1854: “Si el negro es un hombre, mi fe dice que todos los hombres son creados iguales y no puede existir un derecho moral vinculado a la esclavización de un hombre por otro”. Tan bien conocida era su postura que cuando ganó las elecciones siete estados sureños se independizaron y poco después de su toma de posesión otros cuatro se unieron a la rebelión.
Aunque al principio de su mandato se comprometió a no acabar con la esclavitud en los lugares donde ya estaba implantada, los sureños recordaban bien los discursos que habían catapultado su carrera política, en particular uno en el que citaba el Evangelio para decir que “una casa dividida contra sí misma no puede sobrevivir”. Pronosticaba Lincoln: “Este gobierno no puede perdurar permanentemente mitad esclavista, mitad libre. No preveo que el país se disuelva, no espero que la casa se caiga, pero espero que deje de estar dividida”.

dzٴDzí del 4 de marzo de 1861, fecha en que Lincoln tomó posesión de la presidencia de Estados Unidos.
A pesar de su tono conciliador y de sus intentos de evitar el conflicto, Lincoln dejó claro desde que llegó a la presidencia que no consentiría la secesión.
Para salvaguardar la alianza con algunos estados esclavistas que habían decidido permanecer en EE.UU., durante los primeros años de la contienda dijo una y otra vez que no hacía la guerra para abolir la esclavitud sino para que sobreviviera el país: “Si puedo salvar la unión sin liberar un solo esclavo lo haré y si puedo salvarla liberando a todos los esclavos, lo haré. Y si puedo salvarla liberando a unos esclavos sí y a otros no, también lo haré”. Esta última fue, al principio, la opción que tomó.
Unos días después de la victoria del Norte en la batalla de Antietam, cuando la Guerra Civil ya duraba año y medio, Lincoln hizo pública una amenaza: si los estados que se habían escindido no se reintegraban al país en 100 días, liberaría a sus esclavos.
El plazo se cumplió el 1 de enero de 1863 y ese mismo día el presidente firmó la Proclamación de emancipación: no era todavía la abolición de la esclavitud, ya que afectaba solamente a los estados en rebelión y por tanto excluía tanto a los esclavistas que habían permanecido en EE.UU. como a los de las zonas del Sur ya ocupadas por su ejército. Aun así, una revolución había comenzado.
La gran mayoría de los cuatro millones de personas esclavizadas en EE.UU. tenían desde aquel momento un motivo para luchar en las filas del Norte o boicotear el esfuerzo militar del Sur, sabedores de que todo cuanto tenían que hacer para ser libres “para siempre”, según la proclamación, era salir de territorio confederado. El decreto fue una maniobra militar exitosa, pero además marcó el camino para la abolición total.

El asesinato de Lincoln en el Teatro Ford.
Fue la 13.ª enmienda de la Constitución la que declaró ilegal la esclavitud, ya sin cortapisas. Su aprobación no fue fácil, pero, cuando la reforma parecía atascada, Lincoln negoció directamente con los congresistas para que la aprobaran y lo logró, aunque no llegaría a verla en vigor.
Con la guerra prácticamente terminada, el presidente murió asesinado a manos del famoso actor John Wilkes Booth, un ferviente partidario del Sur que se decidió a cometer el atentado después de escucharle reclamar el derecho a voto para los negros que habían luchado en el ejército. Solo un año antes de morir, el presidente había escrito: “Si la esclavitud no está mal, es que nada está mal. No puedo recordar un momento de mi vida en el que no pensara así y sintiera así”.
A pesar de los indudables sacrificios de Lincoln para mejorar radicalmente la vida de millones de afroamericanos, Trump no las tiene todas consigo. En su última versión del “soy el presidente que más ha hecho por los negros” ha añadido que “hay que saltarse a Lincoln” porque, aunque es cierto que “hizo bien”, su sucesor dice que “el resultado final” fue “cuestionable”. Es difícil saber qué quería decir Trump con eso, pero la periodista afroamericana que le estaba entrevistando tuvo una respuesta sencilla: “Bueno, señor presidente, somos libres”.