Agosto de 1815. Un barco llamado Northumberland atraca en una remota isla del Atl谩ntico. A bordo lleva a un inusitado viajero: el hasta poco antes emperador de Francia, Napole贸n Bonaparte. Su fracaso en la batalla de Waterloo lo ha convertido en prisionero del gobierno brit谩nico,que con la ayuda del ej茅rcito prusiano ha derrotado a la Grande Arm茅e francesa y a su emperador.
Condenado sin contemplaciones por una Europa que apuesta por la restauraci贸n absolutista, Napole贸n se aleja del Viejo Continente para enfrentarse a su segundo exilio. El 煤ltimo. La isla de Santa Elena.
No est谩 asustado, puesto que en esta ocasi贸n no se enfrenta a lo desconocido. Un a帽o antes, tras los fracasos en Rusia y en la batalla de las Naciones de Leipzig, ya fue obligado a abdicar y exiliado a otra isla, Elba. Sin embargo, hab铆a conseguido huir en una operaci贸n conocida como el Vuelo del 脕guila.
Una vez all铆, abri贸 los ojos: no era una deportaci贸n, sino una incomunicaci贸n en toda regla
Aprovechando la escasa popularidad del nuevo monarca, el Borb贸n Luis XVIII, Bonaparte hab铆a retomado las riendas del Imperio, al que aplic贸 una reforma liberal: sin censura, sin tribunales de excepci贸n y con m谩s electores. Un nuevo imperio que, sin embargo, le dur贸 solo cien d铆as.
La derrota en Waterloo, en la que Francia hab铆a perdido 29.000 hombres, puso fin al sue帽o, embarc贸 de nuevo a Napole贸n y lo empuj贸 al destierro a una isla a煤n m谩s remota. Con este gesto, Europa dejaba claro su prop贸sito de arrinconar, y olvidar, al emperador que la hab铆a puesto en jaque. Sin 茅l, el absolutismo reinaba de nuevo en el continente.

En 1814, Napole贸n abdic贸 en Fontainebleau, siendo exiliado a la isla de Elba, de donde logr贸 escapar.
Incomunicado
Para Napole贸n, verse obligado a una segunda abdicaci贸n y afrontar un segundo destierro no fue f谩cil, pero asumi贸 su derrota con entereza. A bordo de la nave que le transportaba, incluso confes贸 albergar cierta esperanza: hab铆a nacido en una isla, logr贸 adaptarse a la de Elba, 驴por qu茅 no iba a hacerlo a Santa Elena?
Sin embargo, una vez en ella abri贸 los ojos: 鈥淟a ostentaci贸n, la pompa y el lujo han sido para Europa; la verdad y las miserias para Santa Elena鈥. Estaba claro que ni el destierro ni la isla tendr铆an nada que ver con lo vivido en el pasado.
Santa Elena, situada a 8.000 km de Francia, no era una deportaci贸n, sino una incomunicaci贸n en toda regla. En sus palabras, se trataba de una 鈥渋sla vergonzosa, una c谩rcel鈥. Azotada por los vientos, Santa Elena era tan fr铆a como austera y apartada. Su punto m谩s cercano era la costa occidental de 脕frica, a m谩s de 1.700 km de distancia, y no contaba con m谩s de 5.000 habitantes, con los que Napole贸n pr谩cticamente no pudo relacionarse sino en contadas ocasiones.
Porque, aunque durante los dos primeros meses se pase贸 por la ciudad de Jamestown, m谩s tarde las autoridades inglesas exigieron que fuera recluido en Longwood, una casa de campo situada a dos o tres leguas del pueblo y a m谩s de 500 metros de altura.

Napole贸n regresando de la isla de Elba.
Anclada en una meseta sin protecci贸n, ser铆a, durante m谩s de cinco a帽os, su hogar. Una prisi贸n cercada y vigilada constantemente en la que resultaba imposible olvidar su condici贸n de prisionero. De d铆a, unos 125 centinelas patrullaban la zona. Por la noche, la cifra se reduc铆a a 70. A ese control, por otro lado, hab铆a que sumar las duras condiciones de Longwood, que no ofrec铆a ninguna comodidad.
Sin embargo, Bonaparte no estaba solo. Por suerte, entre su s茅quito hab铆an decidido compartir exilio con 茅l cuatro amigos, que se convertir铆an de paso en cronistas y bi贸grafos. El mariscal Bertrand, fiel a Napole贸n durante m谩s de quince a帽os; el bar贸n Gourgaud, un joven oficial de artiller铆a de la Grande Arm茅e; el general De Montholon; y el conde de Las Cases, un hijo de la nobleza, fiel al r茅gimen imperial, que vivi贸 en Santa Elena hasta finales de 1816, cuando el gobierno ingl茅s le oblig贸 a abandonar la isla por haber intentado hacer llegar a Europa correspondencia clandestina.
Algunos expertos cuestionan el rigor hist贸rico de sus cuadernos y diarios, que en alg煤n caso juzgan de rom谩nticos y poco objetivos. Aun as铆, es evidente que se trata de escritos muy valiosos. Plagados de an茅cdotas, detalles e impresiones, son una fuente de informaci贸n b谩sica para acercarse a la vida de Napole贸n en su destierro isle帽o.
Entre ellos destaca especialmente el Memorial de Napole贸n en Santa Elena, del conde de Las Cases, una obra intimista y revolucionaria que solo en Francia cont贸 con siete ediciones durante el siglo XIX.

'Napole贸n en su trono imperial', por Jean-Auguste-Dominique Ingres.
Responsable de la construcci贸n del aura m铆tica napole贸nica, el Memorial recoge escrupulosamente la mayor铆a de las reflexiones del emperador acerca de la pol铆tica del momento. En opini贸n de Napole贸n, Inglaterra estaba interesada en la destrucci贸n de Francia, por lo que no dudaba en arremeter contra la primera y compadecer de paso al pueblo franc茅s.
Supon铆a que la inmensa mayor铆a de los franceses deb铆a de sentir horror 鈥渁nte el gobierno que se le impone por la fuerza, porque le arrebata su gloria, su fortuna, sus h谩bitos, hiere su orgullo [...] y lo coloca bajo el yugo del extranjero鈥.
Por este motivo, incluso llamaba a los franceses a la sublevaci贸n: 鈥淔ranceses, vais a acabar si no os reun铆s. El odioso, el insolente extranjero va a descuartizaros, a aniquilaros. Levantaos, franceses, constituid una masa a toda costa, adher铆os si es preciso incluso a los Borbones... 隆La existencia de la patria y su salvaci贸n ante todo!鈥.
Una proclama a la que se sumaban lamentos sobre su fracaso: 鈥溌u茅 desgracia mi ca铆da! Yo hab铆a cerrado el odre de los vientos, pero las bayonetas enemigas lo han vuelto a desgarrar. Yo pod铆a caminar pac铆ficamente hacia la regeneraci贸n universal: 隆esta no se realizar谩 ya sino a trav茅s de las tempestades!鈥.

La casa de Longwood, residencia de Napole贸n durante su exilio en Santa Elena.
Napole贸n, que pon铆a mucho esmero en el dictado de sus memorias, tambi茅n dedic贸 varias reflexiones a Am茅rica, puesto que se hab铆a planteado, tras su segunda abdicaci贸n, huir a Estados Unidos. Sin embargo, finalmente hab铆a decidido entregarse al gobierno brit谩nico, ya que no cre铆a que 鈥渟u dignidad le permitiera el disfraz ni la huida鈥.
Como relata el conde de Las Cases, 鈥渟e cre铆a obligado a mostrar a toda Europa su entera confianza en el pueblo franc茅s鈥, por mucho que no pudiera ya 鈥渧olver a ser simple particular en el continente europeo, donde su nombre era demasiado popular鈥. Quiz谩 por ese motivo a煤n miraba hacia Am茅rica, que, afirmaba, 鈥渉abr铆a sido nuestro verdadero asilo bajo todos los conceptos. Es un continente inmenso, de una libertad completamente particular鈥.

'La batalla de Waterloo', por William Sadler.
Victorias sobre el tiempo
Durante cinco a帽os y medio, la vida de Napole贸n no sufri贸 vaivenes destacables. Su d铆a a d铆a era un conjunto de episodios rutinarios en los que se suced铆an las visitas, las lecturas, las charlas, algunos paseos y, muy especialmente, las veladas destinadas a rememorar los d铆as de gloria. Solo de esta forma pod铆a olvidar el presente y 鈥渧ivir del pasado鈥, en el que, como bien afirmaba el conde de Las Cases, hab铆a 鈥渓o suficiente para satisfacerse鈥.
Tal vez por eso lleg贸 a afirmar que habr铆a preferido morir en la campa帽a rusa, o incluso en Waterloo, ya que de este modo su gloria militar no habr铆a sufrido reveses y su carrera pol铆tica no tendr铆a parang贸n en la historia del mundo.
Sin embargo, all铆 estaba, en una isla olvidada del Atl谩ntico en la que los d铆as se confund铆an y solapaban sin m谩s. Para un hombre habituado al campo y la estrategia de batalla, vivir as铆, sin sobresaltos, resultaba tan tedioso que cada d铆a que pasaba acab贸 convirti茅ndose en 鈥渙tra victoria sobre el tiempo鈥.

Sir Hudson Lowe, quien convirti贸 en un infierno los 煤ltimos a帽os de Napole贸n en Santa Elena.
Hasta que, a principios de 1816, la aparici贸n en escena de un nuevo gobernador de la isla, escogido en virtud de su severo perfil por el primer ministro brit谩nico, lord Castlereagh, vino a trastornar la rutina por completo.
Como oficial, sir Hudson Lowe era mediocre, pero durante a帽os hab铆a dirigido a los Reales Rangers Corsos, un cuerpo de exiliados corsos que se opon铆a al dominio franc茅s. Al conocer la noticia, Napole贸n afirm贸: 鈥淧robablemente disparamos nuestros ca帽ones el uno contra el otro. En mi caso, eso siempre favorece una buena relaci贸n鈥. No pod铆a imaginar hasta qu茅 punto se equivocaba. El trato entre ambos fue, desde el primer d铆a, una agon铆a. Para Napole贸n, en clara desventaja, pero tambi茅n para el propio gobernador.
Napole贸n ya no era emperador de nadie, as铆 que Lowe exigi贸 que fuera tratado como general
Lowe era un hombre sin escr煤pulos que no dud贸 en abusar de su poder con la pretensi贸n de doblegar el orgullo napole贸nico hasta volverse pr谩cticamente paranoico. A ojos de Napole贸n, era 鈥渁lgo peor que un carcelero, un verdugo鈥, 鈥渦n azote mayor que todas las miserias de este espantoso pe帽贸n鈥.
Por su parte, Lowe se mostraba dispuesto a cumplir 贸rdenes y, llevado por el estado de opini贸n que imperaba en el continente contra Napole贸n, extrem贸 las restricciones con el 谩nimo de evitar una fuga como la de Elba.
Estaba convencido de que Napole贸n, a quien culpaba de la muerte de m谩s de 15.000 soldados brit谩nicos en Waterloo, era su prisionero particular, por lo que no estaba dispuesto a tolerar ni sus humos ni sus aires de grandeza: ya no era emperador de nadie, as铆 que exigi贸 que fuera tratado como general, por mucho que Napole贸n considerase que aquello era 鈥渦na bofetada en la cara鈥.

Campa帽a de Napole贸n en el invierno ruso. Colecci贸n privada
En abril, seg煤n el conde de Las Cases, Lowe present贸 a Napole贸n un convenio firmado por Gran Breta帽a, Austria, Prusia y Rusia. El documento exig铆a a cada uno de los hombres del emperador una declaraci贸n que explicitase su voluntad de unir su destino al de Napole贸n y someterse a cuantas restricciones exigiera su cautividad. El gesto, que fue tachado de innoble y siniestro, no tuvo el efecto esperado por Lowe y los hombres de Napole贸n permanecieron a su lado.
Sin embargo, el gobernador no se rindi贸 y aplic贸 nuevas restricciones. Para empezar, redujo el presupuesto para alimentaci贸n de 20.000 a 12.000 libras, estrech贸 el cerco montando nuevas guardias e incluso orden贸 que el emperador fuera espiado por las ventanas al atardecer.
Una estrategia de acoso a la que, en octubre, se sumaron nuevas obligaciones y amenazas. En una carta dirigida a los acompa帽antes de Napole贸n, Lowe exig铆a que el s茅quito del prisionero fuera reducido y amenazaba con la pena de muerte a quienes le prestaran su ayuda para huir de la isla.
Napole贸n prefer铆a pasar los d铆as encerrado en casa a verse rodeado, a cada paso, por uniformes ingleses
Asimismo, a帽ad铆a que cada uno de los franceses que se permitiera injurias, reflexiones o mala conducta para con el gobernador o el gobierno brit谩nicos ser铆a inmediatamente enviado al cabo de Buena Esperanza, donde no se le proporcionar铆a ning煤n medio para volver a Europa.
Esa actitud acab贸 desembocando, en palabras del mariscal Bertrand, en 鈥渦n espect谩culo de humillaciones, vejaciones y odio totalmente insostenible鈥. Lleg贸 a tal punto que el propio Napole贸n acab贸 pidiendo a sus acompa帽antes, concretamente a De Montholon y Bertrand, quienes le acompa帽aron hasta el final, que se marcharan y le dejaran solo, 鈥測a que su agon铆a ser铆a as铆 menos amarga鈥.
La precipitaci贸n del fin
De los cinco a帽os y medio que Napole贸n vivi贸 en Santa Elena, el 煤ltimo fue el m谩s dif铆cil. No solo por el endurecimiento de las restricciones de Lowe, sino por la propia salud del emperador. Adem谩s de algunos achaques f铆sicos, Bonaparte parec铆a haber perdido fuerza moral. La lluvia y el clima 谩rido de la isla hab铆an hecho mella en su estado f铆sico, pero tambi茅n en su esp铆ritu, y Napole贸n prefer铆a pasar los d铆as encerrado en casa a verse rodeado, a cada paso que daba, por uniformes ingleses.
Consciente de la gravedad, Napole贸n dedujo que pod铆a tratarse de c谩ncer de est贸mago
A principios de 1819, su salud sufri贸 un rev茅s importante causado por un ataque de v茅rtigo que los m茅dicos diagnosticaron como hepatitis. En julio del a帽o siguiente, un intenso dolor en el costado derecho, que describi贸 鈥渃omo golpes asestados con un cortaplumas鈥, contribuy贸 a complicar su estado.
Pero los s铆ntomas no preocuparon ni a su m茅dico personal, un joven corso llamado Fran莽ois Antommarchi, ni al propio Lowe. Este lleg贸 a afirmar sin prejuicios que las fiebres, los v贸mitos y los dolores no pod铆an ser graves, pues la suya era 鈥渦na enfermedad de la mente, no del cuerpo, el reflejo de su descort茅s conducta aqu铆, y de la conducta que hab铆a mostrado frente al gobernador鈥.
Pese a todo, los s铆ntomas persistieron y complicaron el estado del paciente. Consciente de la gravedad, el propio Napole贸n dedujo que pod铆a tratarse de c谩ncer de est贸mago, ya que su padre hab铆a muerto de esa dolencia.
En abril de 1821, tras haber guardado cama durante casi cuatro semanas, Napole贸n se decidi贸 a redactar su testamento. En tres d铆as realiz贸 tres borradores en los que, adem谩s de perdonar a casi todos (menos a la oligarqu铆a inglesa, a quien responsabilizaba de su situaci贸n), dej贸 constancia de sus 煤ltimos deseos.

Matrimonio de Napole贸n y Mar铆a Luisa de Austria.
Tambi茅n dio testimonio de su amor por su segunda esposa, Mar铆a Luisa de Austria, que no le correspond铆a ni lleg贸 nunca a visitarle en el exilio, y por su hijo, a quien no leg贸 dinero para no traicionar la tradici贸n real.
En el reparto de bienes no olvid贸 a nadie y fue justo con aquellos que le hab铆an mostrado su apoyo, aunque fuera en la ni帽ez. Asimismo, aprovech贸 para reiterar su derecho a recibir m谩s de doscientos millones de francos: los que hab铆a ahorrado de su econom铆a privada y su propiedad en Italia. De estos, dejaba la mitad a oficiales y a soldados que hab铆an servido a sus 贸rdenes entre 1792 y 1815, y la otra mitad a las localidades de Francia que hab铆an sufrido como consecuencia de la invasi贸n.
Redactado el testamento, Napole贸n dict贸 una carta a De Montholon que el general deber铆a remitir al gobernador Lowe cuando llegase la hora. Esta sobrevino definitivamente el 5 de mayo de 1821. Ese d铆a, Napole贸n dej贸 de respirar. Hab铆a pasado la jornada postrado en la cama, con la espalda recostada y la mirada fija. Dio su 煤ltimo suspiro, 鈥渁l parecer sin sufrir鈥, a las cinco y cuarenta y nueve minutos de la tarde.
Una autopsia determinar铆a al d铆a siguiente la causa de la muerte. Aparentemente, se trataba de un c谩ncer de est贸mago, tal como hab铆a predicho el emperador, que, para entonces, no hab铆a cumplido a煤n los 52 a帽os.
Tras su muerte, el gobierno brit谩nico se opuso a que los restos de Bonaparte salieran de Santa Elena
Consignados los informes, su cuerpo fue depositado en un ata煤d de caoba. Tras un misa que se celebr贸 por expreso deseo de Napole贸n antes de morir, los restos del emperador fueron transportados por un carruaje seguido muy de cerca por el 煤ltimo caballo que Napole贸n hab铆a montado en vida, Sheick.
La comitiva, flanqueada por soldados ingleses que segu铆an la marcha f煤nebre con sus mosquetes en bandolera, lleg贸 hasta la Fuente de Torbett, en la isla, donde Napole贸n acab贸 recibiendo sepultura.
Evidentemente, no era ese el 煤ltimo deseo de Napole贸n, pero no hubo m谩s remedio. Aunque en su testamento hab铆a expresado su temor de que 鈥渓os ingleses se apoderaran de su cuerpo y lo depositaran en la abad铆a de Westminster鈥, e insist铆a en que sus cenizas descansaran a orillas del Sena, el gobierno brit谩nico se opuso a que los restos salieran de Santa Elena. Tampoco sirvieron de nada las presiones de su entorno.

Repatriaci贸n de las cenizas de Napole贸n a bordo de 'La Belle Poule', el 15 de octubre de 1840.
De vuelta a Francia
Leticia Ramolino, madre de Napole贸n, escribi贸 a Inglaterra diversas cartas suplicando que los restos de su hijo regresasen a Francia, pero no obtuvo respuesta. En su opini贸n, 鈥渁un en los tiempos m谩s remotos, en las naciones m谩s b谩rbaras, el odio no se extend铆a m谩s all谩 de la tumba鈥, por lo que imploraba a Inglaterra que se apiadase de Napole贸n, para quien hab铆a preparado una capilla y una humilde tumba 鈥渓ejos de los clamores y del ruido鈥. Leticia nunca pudo ver su sue帽o cumplido.
Y es que tuvieron que pasar 19 a帽os para que los deseos de la familia Bonaparte y del propio Napole贸n se hicieran realidad. El art铆fice fue Luis Felipe I, soberano franc茅s entre 1830 y 1848. Miembro de la casa de Orleans (la familia que hab铆a usurpado el trono a la dinast铆a borb贸nica), en 1840 propici贸, coincidiendo con un cierto brote de bonapartismo, que Francia recuperara los restos mortales de Napole贸n.

Tumba de Napole贸n Bonaparte bajo la c煤pula del palacio de Los Inv谩lidos, en Par铆s.
En la actualidad, estos reposan en la iglesia de Los Inv谩lidos, en Par铆s. Con su retorno, el ciclo pudo por fin cerrarse. Otro, sin embargo, continuaba abierto y sembraba de pol茅mica el pa铆s: la causa de su muerte. 驴Muri贸 Napole贸n envenenado? 驴Le mat贸 realmente una 煤lcera?
Todav铆a hoy las pruebas no son concluyentes. En todo caso, lo que nadie discute es que Santa Elena fue para el Bonaparte la peor de las condenas. Una especie de sepultura en vida. Aunque nunca se entreg贸 a la desesperaci贸n ni dej贸 de ser 茅l mismo, la isla, el apartamiento y el hast铆o le consumieron.
No faltan los historiadores que afirman que lo que le mat贸 fue, simple y llanamente, la melancol铆a. Seg煤n el especialista franc茅s Jean-Paul Kauffman, por ejemplo, 鈥淣apole贸n fue envenenado por las miasmas de gloria desvanecida, por una melancol铆a m谩s t贸xica que el cianuro, por una tristeza m谩s fuerte que el 谩cido que le carcom铆a d铆a tras d铆a鈥 y que precipit贸 su fin.
Este art铆culo se public贸 en el n煤mero 444 de la revista Historia y Vida. 驴Tienes algo que aportar? Escr铆benos a redaccionhyv@historiayvida.com.