El contexto
Otorgar a la razón el rango de diosa y rendirle culto, como hicieron los jacobinos tras la proclamación de la Primera República Francesa, quizá no fuera la mejor manera de reivindicar el sentido común sobre el poder divino. Tampoco la proclamación de la muerte de Dios de Nietzsche un siglo después y el relativismo moral que llevaba acompañado ayudó precisamente a sustituir el sentimiento religioso por una nueva moral laica.
La dualidad entre razón y fe, hombre y dios, ha acompañado al ser humano a través de su historia y sus civilizaciones, pese a que en algunas sociedades y algunas religiones –o tendencias religiosas– sigue siendo un tema tabú y simplemente sacarlo a colación puede suponer un riesgo para la vida.
Es lo que sufrió el escritor de origen indio Salman Rushdie tras publicar en 1988ÌýLos versos satánicos, una obra de ficción considerada por muchos musulmanes como una burla al Islam, al Corán y a su profeta. El Reino Unido, donde estaba afincado el escritor, fue el foco de protestas protagonizadas por buena parte de la comunidad musulmana, que se extendieron a otros paÃses e incluyeron quemas de libros y librerÃas y atentados con explosivos. La obra sigue prohibida más de tres décadas después en diversos paÃses, incluida India, constitucionalmente laica.
Tras la condena de diversos lÃderes religiosos musulmanes, desde el chiÃsmo, una fatua del ayatolá Ruholá Jomeini pronunciada en febrero de 1989 instaba a cualquier musulmán a ejecutar a Rushdie o a cualquier otra persona involucrada en la edición y difusión de la obra. La muerte del autor aún tiene una recompensa cifrada en torno a los tres millones de dólares.
La condena religiosa se ha cobrado ya la vida del traductor al japonés de la obra y los traductores al noruego, al italiano y al turco, asà como un editor, también sufrieron intentos de asesinato. Las protestas en Bombay acabaron con diez vÃctimas mortales y el incendio encaminado a matar al traductor turco en Sivas en 1993 acabó con 37 vÃctimas mortales que nada tenÃan que ver con la obra. Asimismo, dos lÃderes religiosos de la comunidad musulmana que no condenaron la obra también fueron asesinados en Bruselas.

Manifestación contra Salman Rushdie en Teherán en 1989Ìý
Un reguero de muerte y barbarie que Rushdie trató de detener en vano pidiendo perdón. No lo hizo más. Aunque rehusó ahondar en la polémica, sà ha venido defendiendo desde entonces y hasta el atentado que estuvo a punto de acabar con su vida en Nueva York el pasado 12 de agosto la legitimidad –y deber– de criticar cualquier religión y poder establecido basado en la sinrazón.
Asà lo hizo en el discurso que pronunció durante el acto de graduación del Bard College de Nueva York en 1996. Un texto profusamente conocido y comentado en los ámbitos académicos anglosajones en el que Rushdie reivindica un humanismo que debe estar por encima de cualquier sumisión ciega al poder de instituciones o dioses. Lo hace apelando a los enfrentamientos entre humanos y dioses de las mitologÃas griega y romana, para no echar más leña al fuego. Es el discurso que ofrecemos Ãntegro.
El discurso
“Alumnos de la promoción de 1996: veo en el periódico que la Universidad de Southampton, en Long Island, consiguió que la rana Gustavo diera el discurso de graduación de este año. Desafortunadamente, tienen que conformarse conmigo. La única conexión con los teleñecos de la que puedo presumir es que mi antiguo editor en Alfred Knopf también fue el editor de ese importante texto de autoayuda,ÌýMiss Piggy's Guide to LifeÌý(La guÃa para la vida de la cerdita Piggy).
â€Una vez le pregunté cómo habÃa sido trabajar con una estrella tan importante y me respondió con reverencia: ‘Salman, la cerdita era divina’. En Inglaterra, donde fui a la universidad, no hacemos las cosas de esta manera el dÃa de la graduación, asà que he estado investigando un poco sobre la ceremonia de graduación y sus tradiciones.
â€La primera amiga estadounidense a la que pregunté me dijo que en su año de graduación, no en esta universidad, ella y sus compañeros estaban tan indignados por la elección del orador, a quien supongo que no debo nombrar… Está bien, fue Jeane Kirkpatrick, a la que boicotearon con una sentada. Es un alivio considerable, por tanto, ver que todos ustedes están aquÃ.
En Cambridge fue la primera vez, pero por desgracia no la última, que me acusaron de esparcir mierda
â€En cuanto a mÃ, me gradué de la Universidad de Cambridge en 1968, el gran año de la protesta estudiantil, y debo confesarles que casi no lo logro. Es una historia que no tiene nada que ver con polÃtica o manifestaciones. Es, más bien, una historia rocambolesca y con moraleja de una salsa espesa con cebolla.
â€Comienza unas noches antes del dÃa de mi graduación, cuando algún ingenio anónimo decidió redecorar mi habitación, en mi ausencia, arrojando un cubo lleno de la salsa con cebolla que les decÃa por paredes y muebles, por no hablar de mi tocadiscos y mi ropa.
â€Con esa antigua tradición de equidad y justicia de la que se enorgullecen los colegios de Cambridge, mi colegio me hizo instantáneamente el único responsable del desorden, ignoró todas mis declaraciones de descargo y me informó que a menos que pagara los daños antes de la ceremonia no se me permitirÃa graduarme. Fue la primera, pero por desgracia no la última ocasión en la que me acusaron injustamente de esparcir mierda.
Tuve que suplicar, de rodillas y en latÃn, por un tÃtulo por el que habÃa trabajado muy duro y con un coste considerable
â€Pagué y por lo tanto fui declarado apto para recibir mi tÃtulo. Con un espÃritu desafiante, posiblemente influido por mi reciente experiencia con la salsa, fui a la ceremonia con zapatos marrones y rápidamente me apartaron del desfile de mis compañeros, debidamente calzados de negro, y me ordenaron regresar a mi habitación para cambiarme.
â€No estoy seguro de por qué se consideró que las personas con zapatos marrones iban vestidas de manera impropia, pero una vez más me enfrentaba a una sentencia contra la que no podÃa apelarse. Una vez más cedÃ, corrà a cambiarme los zapatos, regresé al desfile justo a tiempo y al fin, después de estas vicisitudes, cuando me llegó el turno, me pidieron que sostuviera a un funcionario de la universidad por el dedo meñique y que lo siguiera lentamente hasta donde el vicerrector se sentaba en un regio trono.
â€Como me indicó, me arrodillé a sus pies, levanté las manos, con las palmas juntas, en un gesto de súplica, y le supliqué en latÃn que me diera el tÃtulo, para el cual, no pude evitar pensar, habÃa trabajado muy duro durante tres años, apoyado por mi familia y con un coste considerable.
Me equivoqué al hacer un mal arreglo con la injusticia, sin importar cuán persuasivas fuesen las razones
â€Recuerdo que me aconsejaron que mantuviera mis manos muy por encima de mi cabeza, por si el anciano vicerrector, inclinándose hacia adelante para agarrarlas, se caÃa de su gran silla sobre mÃ. Hice lo que me aconsejaron. El anciano no se cayó y, también en latÃn, finalmente me concedió el grado de bachiller en Artes.
â€Echando la vista atrás estoy un poco horrorizado por mi pasividad, aunque es difÃcil ver qué más podrÃa haber hecho. PodrÃa no haber pagado, no haberme cambiado los zapatos, no haberme arrodillado a suplicar por mi licenciatura. Pero preferà rendirme y obtener el tÃtulo.
â€Me he vuelto más terco desde entonces. He llegado a la conclusión, que ahora les confieso, de que me equivoqué al comprometerme, a hacer un mal arreglo con la injusticia, sin importar cuán persuasivas fuesen las razones. La injusticia, hoy, todavÃa evoca en mi mente el recuerdo de la salsa. La injusticia, para mÃ, es un lÃquido parduzco, grumoso, y huele a agrio, a lágrimas y a cebolla.
Si alguien les acusa de algoÌý–y seguro que lo harán– y son inocentes, no acepten la culpa; y arrodillarse, ante nadieÌý
â€La injusticia es la sensación de volver corriendo a tu habitación, a toda velocidad, en el último minuto, para cambiar tus zapatos marrones proscritos. Es verse obligado a mendigar, de rodillas, en una lengua muerta, por lo que es tuyo por derecho. Eso es lo que aprendà el dÃa de mi graduación, ese es el mensaje que he extraÃdo de las parábolas del repartidor de salsa desconocido, el calzado vetado y el vicerrector inestable en su trono y que les transmito hoy.
â€Primero: si, a medida que avanzan por la vida, alguien les acusa de lo que se podrÃa llamar abuso de salsa con agravantes –y lo harán, seguro que lo harán–, y son inocentes, no acepten la culpa. Segundo: aquellos que les rechacen porque están usando los zapatos equivocados no son dignos de ser aceptados. Y tercero: arrodillarse, ante nadie. Deben defender sus derechos. Me gusta pensar en esa Universidad de Cambridge donde fui tan feliz durante tres maravillosos años y de la que me llevé cosas tan positivas y espero que sus años en Bard hayan sido tan felices.
â€Alumnos de la promoción de 1996: estamos aquà para celebrar con ustedes uno de los grandes dÃas de sus vidas. Participamos hoy en el rito de iniciación que les liberará de esta vida de preparación para enviarlos a esa nueva vida para la que ahora están más preparados que nadie. Antes de que abran la puerta del futuro me gustarÃa compartir con ustedes una información sobre la extraordinaria institución que están dejando, que explicará la razón por la cual es un placer tan especial para mà estar con ustedes hoy.
Como nos cuentan los mitos, es desafiando a los dioses como mejor ha expresado el ser humano su humanidad
â€En 1989, pocas semanas después de que los mulás de Irán me amenazaran, el rector de Bard, a través de mi agente literario, se dirigió a mà y me preguntó si considerarÃa aceptar un lugar en esta universidad. Más que un trabajo me aseguraron que podrÃa encontrar, aquà en Annandale, entre la comunidad de Bard, muchos amigos y un refugio seguro en el que podrÃa vivir y trabajar.
â€Lamentablemente, no pude, en esos dÃas difÃciles, aceptar esa valiente oferta, pero nunca he olvidado que en un momento en que las señales de alerta roja parpadeaban en todo el mundo y todo tipo de personas e instituciones corrÃan asustadas, el Bard College hizo lo contrario: acudió a mÃ, en solidaridad intelectual y preocupación humana, y no hizo discursos elevados, sino una oferta concreta de ayuda.
â€Espero que todos se sientan orgullosos de que Bard, en silencio, sin fanfarrias, haya hecho un gesto de principios en un momento asÃ. Sin duda, estoy extremadamente orgulloso de recibir el tÃtulo honorario de Bard y de haber tenido el privilegio excepcional de dirigirme a ustedes hoy.
Cuando salgan de aquà se encontrarán frente a dioses de todo tipo, todos ellos exigiendo ser adorados y obedecidos
â€La arrogancia, según los griegos, era el pecado de desafiar a los dioses. Y podÃa, si tenÃas muy mala suerte, desatar contra ti la figura aterradora y vengadora de la diosa Némesis, que llevaba en una mano una rama de manzana y, en la otra, la Rueda de la Fortuna, que un dÃa darÃa vueltas hasta el inevitable momento de la venganza.
â€Como he sido, en mi tiempo, acusado no sólo de abuso de salsa y de usar zapatos marrones, sino también de arrogancia, y como he llegado a creer que tal desafÃo es un aspecto inevitable y esencial de lo que llamamos libertad, me creo legitimado para ofrecerles un consejo. Porque en los años venideros se encontrarán frente a dioses de todo tipo, dioses grandes y pequeños, dioses corporativos e incorpóreos, todos ellos exigiendo ser adorados y obedecidos: la mirÃada de deidades del dinero y el poder, de las convenciones y las costumbres, que buscarán limitar y controlar sus pensamientos y vidas.
â€DesafÃenlos. Ese es mi consejo. Porque, como nos cuentan los mitos, es desafiando a los dioses como mejor ha expresado el ser humano su humanidad. Los griegos cuentan muchas historias de peleas entre nosotros y los dioses. Aracne, la gran artista del telar, contrastaba sus habilidades para tejer y bordar con las de la mismÃsima diosa de la sabidurÃa, Minerva o Palas Atenea, y eligió descaradamente tejer versiones de sólo aquellas escenas que revelaban los errores y debilidades de los dioses, como la violación de Europa, Leda y el cisne. Por eso, por la irreverencia, por lo que ahora llamarÃamos arte y descaro, la diosa la transformó en una araña.
Son los hombres y las mujeres quienes han hecho el mundo, y lo han hecho a pesar de sus dioses
â€La reina NÃobe de Tebas le dijo a su pueblo que no adorase a Latona, la madre de Diana y Apolo, diciendo: ‘¡Qué locura es esta! ¡Preferir seres que nunca viste a los que están ante tus ojos!’. Por este sentimiento, que hoy llamarÃamos humanismo, los dioses asesinaron a sus hijos y esposo y ella se metamorfoseó en una roca, petrificada de dolor, de la que brota un rÃo interminable de lágrimas.
â€Prometeo el titán robó el fuego a los dioses y se lo dio a la humanidad. Por eso, por lo que ahora llamarÃamos afán de progreso, de mejora de las capacidades cientÃficas y tecnológicas, permanece atado a una roca mientras un gran pájaro roe eternamente su hÃgado, que se regenera a medida que se consume.
â€Lo interesante es que los dioses no salen nada bien de estas historias. Si Aracne es demasiado orgullosa cuando busca competir con una diosa, es sólo el orgullo de un artista, unido a las valentÃas de la juventud; mientras que Minerva, que podÃa darse el lujo de ser amable, es simplemente vengativa. La historia aumenta la sombra de Aracne, como dicen, y disminuye la de Minerva. Es Aracne quien gana, a partir de la historia, una medida de inmortalidad.
No inclinen la cabeza, desafÃen a los dioses, se asombrarán de cuántos de ellos resultan tener pies de barro
â€Y la crueldad de los dioses con la familia de NÃobe prueba su punto. ¿Quién podrÃa preferir el gobierno de dioses tan crueles al autogobierno, el gobierno de hombres y mujeres, por muy defectuoso que pueda ser? Una vez más, los dioses se debilitan por su demostración de fuerza, mientras que los seres humanos se hacen más fuertes, incluso si son destruidos. Y Prometeo atormentado, por supuesto. Prometeo, con su don del fuego, es el mayor héroe de todos.
â€Son los hombres y las mujeres quienes han hecho el mundo, y lo han hecho a pesar de sus dioses. El mensaje de los mitos no es el que los dioses quieren que aprendamos, que debemos comportarnos y conocer nuestro lugar, sino exactamente lo contrario. Es que debemos ser guiados por nuestra naturaleza. Nuestra peor naturaleza puede, es cierto, hacernos arrogantes, venales, corruptas o egoÃstas; pero en nuestro mejor ser, nosotros, es decir, ustedes, podemos y seremos alegres, aventureros, descarados, creativos, curiosos, exigentes, competitivos, amorosos y desafiantes.
â€No inclinen la cabeza. DesafÃen a los dioses. Se asombrarán de cuántos de ellos resultan tener pies de barro. Déjense guiar, si es posible, por sus mejores condiciones naturales. Mucha suerte y muchas felicidades a todos. â€