“La Teología de la Liberación se sintió respaldada por él; ha valorizado las comunidades eclesiales de base con el objetivo de impulsar una Iglesia pobre para los pobres”. Las palabras de Pere Casaldàliga en una de sus últimas entrevistas, concedida en el 2014, avalaba las expectativas que la iglesia latinoamericana había depositado en el Papa Francisco como renovador de la Iglesia.
Aunque Casaldàliga, que ha pasado a la historia con el sobrenombre del “obispo de los pobres”, no se quedó en las simples declaraciones y se convirtió, desde su retiro de São Félix do Araguaia, en el Mato Grosso brasileño, donde había desarrollado una larga e intensa labor pastoral, en uno de los primeros teólogos que interactuó con el pontífice tras su elección.
Fue un contacto indirecto, tan discreto y desconocido –pese a que sus protagonistas no lo han escondido– como trascendental. Apenas una semana concluido el cónclave de su elección, el 21 de marzo del 2013, Francisco recibió al Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, argentino como él, que llegaba con un encargo de Casaldàliga.
El obispo misionero le remitía una copia del Pacto de las Catacumbas, datado el 16 de noviembre de 1965, con un listado de firmantes que hasta entonces no se había hecho público y una petición a la reconciliación de la Iglesia con los “teólogos latinoamericanos”, una forma de apelar de forma implícita a los religiosos y teóricos vinculados de una u otra manera con la Teología de la Liberación y sus corrientes, marginados y combatidos por sus dos anteriores predecesores en la Cátedra de san Pedro.

Pere Casaldàliga, en São Félix do Araguaia (Brasil)
El Pacto de la Catacumbas no era sino un manifiesto que, en pleno Concilio Vaticano II, habían elaborado un grupo de obispos en su mayoría representantes de lo que en la época solía definirse Iglesia de los pobres y que hoy muchos definen como Iglesia de periferia que participaban en la última sesión del concilio, presidida por Pablo VI.
Pese a que su contenido, que ofrecemos íntegro, puede no llamar hoy en día la atención, en un momento en el que los obispos que solían realizar su labor pastoral bajo palio reivindicasen mezclarse con el pueblo y ejercer una suerte de voto de pobreza podía resultar revolucionario. Hasta el punto de que el Pacto de las Catacumbas, denominado así por haberse firmado tras la celebración de una misa en las Catacumbas de Domitila, se considera uno de los documentos precursores de la teología de la Liberación.
Como provincial de la Orden de los Jesuitas en Argentina primero y como arzobispo de Buenos Aires después, el propio Jorge Bergoglio era heredero de la denominada Teología del Pueblo, corriente argentina de esa Iglesia de los pobres que se desarrollaba en todo el sur del continente americano. Y, como explicó el propio Pérez Esquivel, el nuevo pontífice conocía prácticamente a todos aquellos firmantes que habían permanecido, de una forma u otra, en el anonimato.
Francisco no se limitó a recibir el mensaje. En septiembre de ese mismo año, recibió en el Vaticano al sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez-Merino, autor en el 1968 del explícito artículoHacia una teología de la liberación. Y dos años después el pontífice no dudó en prologar la reedición del libroPobre y para los pobresque Gutiérrez-Merino escribió junto al cardenal Gerhard Ludwig Müller.
A partir de ahí, su pontificado ha ido mucho más allá de los gestos y ha reivindicado y fomentado esa Iglesia de los pobres. Huelga decir que las principales voces que representaron –y representan– las diferentes corrientes de la Teología de la Liberación, tanto desde sus vertientes doctrinales como pastorales, han avalado la labor del papa.
El manifiesto
”Nosotros, obispos, reunidos en el Concilio Vaticano II, conscientes de las deficiencias de nuestra vida de pobreza según el Evangelio; motivados los unos por los otros, en una iniciativa en que cada uno de nosotros quisiera evitar la excepcionalidad y la presunción; unidos a todos nuestros hermanos de episcopado; contando sobre todo con la gracia y la fuerza de Nuestro Señor Jesucristo, con la oración de los fieles y de los sacerdotes de nuestras respectivas diócesis; poniéndonos con el pensamiento y la oración ante la Trinidad, ante la Iglesia de Cristo y ante los sacerdotes y los fieles de nuestras diócesis, con humildad y con conciencia de nuestra flaqueza, pero también con toda la determinación y toda la fuerza que Dios nos quiere dar como gracia suya, nos comprometemos a lo siguiente:
Procuraremos vivir según el modo ordinario de nuestra población en lo que concierne a casa y alimentación
”1. Procuraremos vivir según el modo ordinario de nuestra población, en lo que concierne a casa, alimentación, medios de locomoción y a todo lo que de ahí se sigue.
”2. Renunciamos para siempre a la apariencia y a la realidad de la riqueza, especialmente en el vestir (tejidos ricos, colores llamativos, insignias de material precioso). Esos signos deben ser ciertamente evangélicos: ni oro ni plata.
”3. No poseeremos inmuebles ni muebles, ni cuenta bancaria a nuestro nombre; y si fuera necesario tenerlos, pondremos todo a nombre de la diócesis o de las obras sociales caritativas.
Renunciamos para siempre a la apariencia y a la realidad de la riqueza, especialmente en el vestir
”4. Siempre que sea posible confiaremos la gestión financiera y material de nuestra diócesis a una comisión de laicos competentes y conscientes de su papel apostólico, en la perspectiva de ser menos administradores que pastores y apóstoles.
”5. Rechazamos ser llamados, oralmente o por escrito, con nombres y títulos que signifiquen grandeza y poder (eminencia, excelencia, monseñor...). Preferimos ser llamados con el nombre evangélico de padre.
”6. En nuestro comportamiento y en nuestras relaciones sociales evitaremos todo aquello que pueda parecer concesión de privilegios, prioridades o cualquier preferencia a los ricos y a los poderosos (por ejemplo, banquetes ofrecidos o aceptados y clases en los servicios religiosos).
Rechazamos ser llamados con nombres y títulos que signifiquen grandeza y poder (eminencia, excelencia, monseñor...)
”7. Del mismo modo, evitaremos incentivar o lisonjear la vanidad de quien sea, con vistas a recompensar o a solicitar dádivas, o por cualquier otra razón. Invitaremos a nuestros fieles a considerar sus dádivas como una participación normal en el culto, en el apostolado y en la acción social.
”8. Daremos todo lo que sea necesario de nuestro tiempo, reflexión, corazón, medios… al servicio apostólico y pastoral de las personas y grupos trabajadores y económicamente débiles y subdesarrollados, sin que eso perjudique a otras personas y grupos de la diócesis. Apoyaremos a los laicos, religiosos, diáconos o sacerdotes que el Señor llama a evangelizar a los pobres y los trabajadores compartiendo la vida y el trabajo.
Procuraremos transformar las obras de ‘beneficencia’ en obras sociales basadas en la caridad y en la justicia
”9. Conscientes de las exigencias de la justicia y de la caridad, y de sus relaciones mutuas, procuraremos transformar las obras de ‘beneficencia’ en obras sociales basadas en la caridad y en la justicia, que tengan en cuenta a todos y a todas, como un humilde servicio a los organismos públicos competentes.
”10. Haremos todo lo posible para que los responsables de nuestro gobierno y de nuestros servicios públicos decidan y pongan en práctica las leyes, las estructuras y las instituciones sociales necesarias a la justicia, a la igualdad y al desarrollo armónico y total de todo el hombre en todos los hombres, y, así, al advenimiento de otro orden social, nuevo, digno de los hijos del hombre y de los hijos de Dios.
”11. Porque la colegialidad de los obispos encuentra su más plena realización evangélica en el servicio en común a las mayorías en estado de miseria física cultural y moral –dos tercios de la humanidad– nos comprometemos a participar, conforme a nuestros medios, en las inversiones urgentes de los episcopados de las naciones pobres, y pedir juntos a nivel de los organismos internacionales, dando siempre testimonio del Evangelio como lo hizo el Papa Pablo VI en las Naciones Unidas, la adopción de estructuras económicas y culturales que no fabriquen más naciones pobres en un mundo cada vez más rico, sino que permitan a las mayorías pobres salir de su miseria.
Procuraremos hacernos lo más humanamente presentes y nos mostraremos abiertos a todos, sea cual sea su religión
”12. Nos comprometemos a compartir nuestra vida, en caridad pastoral, con nuestros hermanos en Cristo, sacerdotes, religiosos y laicos, para que nuestro ministerio constituya un verdadero servicio; así nos esforzaremos para ‘revisar nuestra vida’ con ellos; buscaremos colaboradores que sean más animadores según el Espíritu que jefes según el mundo, procuraremos hacernos lo más humanamente presentes y ser acogedores y nos mostraremos abiertos a todos, sea cual sea su religión.
”13. Cuando volvamos a nuestras diócesis, daremos a conocer a nuestros diocesanos nuestra resolución, rogándoles nos ayuden con su comprensión, su colaboración y sus oraciones.
”Que Dios nos ayude a ser fieles.”