
Una campana sobre un pupitre escolar
Circula por Internet una historia rocambolesca sobre el origen de la expresión “salvarse por la campana”, que, según la Real Academia Española, se refiere al que “se libra de una situación comprometida por una interrupción oportuna”. Según esta versión, el dicho surgió en el siglo XV, por la costumbre de algunos de hacerse enterrar con un hilo atado a la muñeca, que conduciría hasta una campanita en la superficie, por si acaso.
El temor a ser enterrados vivos siempre ha estado ahí, especialmente cuando la medicina no era depósito de la misma confianza que hoy en día. Velamos a los muertos para rezar por sus almas, y porque es terapéutico “despedirse” de ellos, pero también porque antaño ese par de días servían para asegurarse de que el difunto no hacía como Lázaro y se ponía a andar.